"Tenía algo especial, era un crack, y eso se veía en cuanto empezaba a entrenar". Así define a Rodrigo Corrales una de las personas que mejor lo conoce, Óscar Fernández, director técnico del Balonmán Cangas y en su día entrenador del ahora portero de la selección española. Corrales unía ya entonces a unas espectaculares condiciones antropométricas un talento innato para un deporte que aún comenzaba a descubrir y que hoy lo ha llevado a ser el primer cangués en el combinado nacional.

Pero la historia de Rodrigo Corrales empieza un poco antes y en el fútbol, en la Liga Escolar que organizaba los sábados el Alondras en Massó. "Yo jugaba en el Cruceiro y los de mi clase llegaron un día diciendo que había un portero gigante de A Rúa que lo había parado todo. Y dos días después, llegó el director con un chico nuevo para nuestra clase. Y todos gritaron "Es ese, ese es el portero". Yo pedí que se sentara conmigo y hasta ahora", relata Pepe Camiña, excompañero de equipo y uno de sus inseparables en Cangas junto a Hugo Rodríguez y Aarón Sestay. A Pepe hay que otorgarle la responsabilidad de "empujar" a su amigo hacia el balonmano, una decisión que se ha revelado más que acertada.

De ese primer entrenamiento Pepe recuerda que "él estaba de pivote y yo, aunque lo defendía, lo ayudaba a atacar, y cuando cambiábamos, lo empujaba para que defendiese". Todo con la intención de integrar cuanto antes a su amigo. "En fútbol empecé como portero porque como era el más alto llegaba al larguero. En balonmano me dijeron de probar como jugador, pero yo ya quería ser portero y no hubo tu tía", afirma entre risas. Iba andando desde su casa en Santo Domingo hasta O Gatañal, casi 50 minutos de trayecto, hasta que el club lo supo y tomó medidas. Desde entonces, o bien Óscar Fernández o bien Charo, madre de Pepe y esposa del presidente de la entidad, Manuel Camiña, lo recogían y dejaban en su casa tras los entrenamientos. "Mi madre le decía que cuando estuviese en el Barcelona que no se olvidase de nosotros, y mira, fue una premonición", señala Pepe.

Las anécdotas se agolpan por decenas en la cabeza de Óscar Fernández. "Era tan bueno que yo, que soy muy serio, me tenía que girar porque me daba la risa con sus paradas", asegura. Como cuando aún siendo alevín jugó con los infantiles contra el Maristas. "Chutaron, el balón iba a entrar y metió la cabeza, con la mala suerte de que le dio en un ojo. Lo iba a cambiar porque tenía incluso los hexágonos marcados en la cara y me dijo "déjame, que si cierro el ojo veo bien", apunta riéndose. En un partido contra el Lalín paró la friolera de 14 penaltis. O cuando aún siendo infantil de segundo año el ya fallecido Alejandro López lo llamó para entrenarse con el primer equipo. "Él sabía dónde lanzaban los jugadores. Era algo innato", señala Óscar Fernández de un Rodrigo Corrales que, añade, "siempre tuvo claro que él quería vivir del balonmano".

"Sin saber nada de balonmano ya era increíble. Ya era el top del equipo", afirma Pepe, que reconoce que no le sorprende que su excompañero y amigo haya alcanzado el nivel en el que está. "Esperas que llegue, aunque a lo mejor no tan joven ni de esta manera. Pero en el día a día veías cosas que decían que era diferente a nosotros. Sabías que jugaba él y todo el equipo estaba muy tranquilo", apunta. En esos años se gestó su férrea amistad con Aarón Sestay y Hugo Rodríguez. "Siempre estábamos juntos y cuando Rodri viene a Cangas nos las arreglamos para quedar todos. Tenemos un grupo de whatsapp solo para nosotros y parece que hay mil personas", desvela.

Y con 15 años llegó la llamada del Barcelona. Por entonces el actual técnico blaugrana, Pasqui, empezaba a hacerse cargo de la estructura de cantera y de cuidar a los metas de todas las categorías. Y Rodrigo no pasaba desapercibido. El cangués recuerda la tarde en la que recibió la noticia. "Era el mes de junio y estaba jugando a la playstation cuando vino mi tía para preguntarme qué me parecía si me iba a Barcelona", señala. "No me lo pensé mucho. Te gusta el balonmano, allí la cantera es importante y siempre fuimos todos del Barça. La verdad es que con la emoción del momento nunca me paré a pensar qué dejaba atrás", reconoce con perspectiva. Muy cerca de allí Pepe vivía con casi idéntica ilusión la noticia. "Parecía que me iba yo a Barcelona. Fue una alegría inmensa, no me lo podía creer", asegura.

A pesar de su edad, no hubo inicios complicados ni un exceso de nostalgia. "Vivíamos en una residencia y chicos como yo había un montón. Solo nos teníamos que preocupar de entrenar y estudiar. Conocí a muchos deportistas, compañeros del balonmano... Me adapté rápido a las exigencias de los entrenamientos, aprendí catalán muy pronto...", relata. Lo que sí hubo en esos primeros meses fue emoción, la de un joven que vivía en una nube. "Llamaba a la gente para decirles que me habían dado un montón de ropa, toda de Nike", comenta riéndose, antes de añadir que "para mí aquello era todo increíble. Un chico de pueblo como yo en una ciudad como Barcelona, coger el metro, hacer cualquier cosa. Era alucinante". Casi tanto como vivir en La Masía. "Era levantarte un día y ver entrenar a Messi, Henry, a Márquez, a tus ídolos", señala.

De Barcelona se fue hace dos temporadas a Huesca para rodarse en la Asobal, una apuesta que ahora le ha servido para alcanzar otro sueño, el de la selección, y para optar a jugar en competición europea la próxima temporada con el Wisla Plock entrenado por Cadenas.