Los gritos de Paco Aguiar reclamando a sus jugadores intensidad defensiva en la última jugada del partido es la ejemplificación de lo sucedido en la tarde de ayer en el Lalín Arena. Los rojinegros no dieron opciones. Su agresividad defensiva fue demasiado para un rival que vio venir el golpe pero no encontró manera de esquivarlo. La consecuencia fue una masacre que refuerza la idea de un equipo que mezcla ilusión y rabia a partes para conseguir un producto que promete dejar buenas tardes de balonmano en el Lalín Arena.

El Carballal llegaba ayer a la capital dezana como la víctima propicia para probar las renovadas armas. No distan mucho de las de temporadas anteriores, pero lucen con un brillo especial. La defensa local por ejemplo rayó la perfección para romper el partido, y lo mejor, no bajó ni un ápice de intensidad a pesar de que el resultado estaba decidido al descanso. El cinco minutos los visitantes metieron dos goles. En los 25 siguientes solo tres. Una vez desatado el temporal, nada pudo frenar al equipo de Paco Aguiar, que disfrutó corriendo mientras la frágil propuesta de su rival se deshacía bajo sus pies.

Con el partido encarrilado, llegó el momento de rotar. No había excusas. Todos los jugadores de campo rojinegros terminaron mojando. A pesar de los cambios y del reposo de algunos de los pesos pesados, el equipo mantuvo en todo momento el pie en el acelerador para seguir ampliando ventaja. Ni el día ni este Lalinense está para concesiones.

La única nota negativa a la buena actuación local, las lesiones de Ramos -un titular de quince años- y Pachi.