El tope de inscritos en esta XIX Vig-Bay se había fijado en 5.000. Serán algunos más cuando en las próximas horas la correduría de seguros reciba el listado definitivo. "No sabemos decir que no", explica la cabeza visible de la organización, Pilar Ruiz. Hasta el último instante, fuera ya de plazo, se han aceptado anotaciones por la ternura o la emoción que sostenían la petición. Aunque las cifras abrumen, no se pierde de vista al ser humano que porta cada dorsal.

Reducida al esqueleto de las matemáticas, las cifras han alcanzado niveles extraordianrios desde aquel 27 de febrero de 2000 en que 613 atletas tomaron la salida en la primera edición. "Los participantes se han multiplicado por ocho. Algunas personas sueñan toda la vida con hacer algo grande, otras están despiertas y lo hacen", le dijo ayer el alcalde de Baiona, Ángel Rodal, a Eduardo Vieira, el visionario que imaginó la Vig-Bay.

La villa baionesa es la que conoce bien la floración que supone la prueba. Sus 12.500 habitantes invernales se disparan hasta los 25.000 o 30.000 en esa mañana de domingo que en cierto modo inaugura su primavera. No existen estudios detallados sobre el impacto económico. Sí muchos detalles sintomáticos: restaurantes de ciclo veraniego que abren específicamente ese día, kioskos que multiplican la petición de periódicos a la mañana siguiente...

La Vig-Bay es "la prueba más emblemática" del programa deportivo vigués, un hito en el calendario que determina el entrenamiento de muchos atletas populares con semanas de antelación. Es desde luego así en el caso de los 23 que corrieron las 18 anteriores y se han anotado en esta. Ruiz celebra especialmente que haya inscritos en todas las categorías de edad, desde un menor edad que cumplirá 18 años en diciembre a una mujer incluido en la categoría de +65 y tres hombres en +70. Participan además atletas con diversidad funcional, como los miembros de Discamino.

Ha habido incorporaciones de gran nivel de última hora, como las de Paula Mayobre y Pablo García. Pero también otras anónimas: un joven de Granada que ya había reservado hotel y vuelo sin asegurarse la inscripción; un matrimonio de A Coruña que se había confundido sobre qué cónyuge debía encargarse del pago; y cómo negarle el dorsal a ese que explica en su correo que esta Vig-Bay será su "última carrera".

Una imagen de 2017 retrata el espíritu de la prueba: un malagueño, participante habitual, asiste tras recuperarse de una grave enfermedad. Aunque el control de llegada se cierra en teoría a las tres horas, las fuerzas de seguridad mantienen su dispositivo abierto hasta que él cruza la meta. La Vig-Bay espera a todos.