Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El diablo con falda

La italiana Alfonsina Strada fue la única mujer de la historia que fue capaz de disputar una de las tres grandes del ciclismo mundial ä Sucedió en el Giro de 1924

Alfonsina Strada, antes de tomar la salida en una prueba.

Los aficionados no tardaron en referirse a ella como el "diablo con falda". Sucedió cuando la joven Alfonsina Morini comenzó a escapar de la vigilancia de sus padres para presentarse los domingos en la línea de salida de las pruebas ciclistas que se celebraban en los alrededores de Castelfranco, el pueblo de la provincia de Reggio Emilia donde se había criado. Para ello utilizaba la vieja bicicleta de su padre. Incapaz de encontrar otras chicas con las que competir, Alfonsina desafiaba a los chicos con descaro. En el velódromo o en las carreteras sin asfaltar de la comarca. Un cerdo fue el primer premio que ganó en su vida como ciclista y que sus padres aceptaron a regañadientes. No aprobaban aquella afición casi enfermiza por la bicicleta. Eran una pareja tan trabajadora como escasamente preparada. Querían para su hija una vida diferente a la que habían sufrido ellos. Que estudiase, que aprendiese un oficio y que se casase bien. La bicicleta no entraba en esos planes.

El desencuentro con sus padres acabó por llevarle a tomar una decisión radical. A los diecisiete años se fue a Turín con la idea de ganarse la vida gracias a la bicicleta. Allí comienza a competirm, entre otras, contra Giuseppina Carignano, la primera ciclista italiana que había alcanzado cierta fama en el país. Gana con facilidad a las chicas y no desfallece cuando compite contra los chicos en pruebas abiertas a los dos sexos (las menos). Gana lo suficiente como para dar otro salto vital: instalarse en Milán, el lugar en el que está la Gazzetta dello Sport -motor del ciclismo en el país en aquel momento-, donde aflora el dinero y se ganan los contratos para participar en pruebas. Allí firma un compromiso para competir en diferentes pruebas por Italia y Francia, con lo que se afianza su deseo de dedicarse por entero al ciclismo. Al tiempo conoce a un cincelador de Azzate llamado Luigi Strada. Un tipo cariñoso y cabal. Se enamoran y deciden casarse a comienzos de 1915. Ella tiene 24 años. Su familia bendice el compromiso porque en el fondo guardan la ilusión de que su marido la haga entrar en razón y la aparte de esa obsesión por seguir corriendo en bicicleta. Pero Strada se revela entonces como un hombre más abierto de mente de lo que esperaban los Morini. No solo apoya a su prometida sino que el regalo de boda que le hace es una bicicleta nueva, la máquina con la que ella competiría durante casi toda su vida deportiva. El cincelador, un gran aficionado al deporte, se convierte en lo más parecido a un representante e impulsa definitivamente la carrera de su mujer.

Alfonsina Strada -tras la boda adoptó el apellido de su marido--no se conformaba con las carreras para mujeres o las modestas pruebas en las que era capaz de inscribirse. Sus sueños iban más allá. En 1917, en plena Primera Guerra Mundial, un tiempo en el que muchas carreras vieron interrumpido su desarrollo, presentó su solicitud para correr el Giro de Lombardía. Al tratarse de una amateur de segunda, no hay nada en el reglamento que prohíba su participación y Armando Cougnet, el director de la prueba, acepta su participación. Alfonsina se ve en la línea de salida con algunos de los nombres más grandes del momento como Philippe Thys, Henri Pelissier, Girardengo o Belloni. Las miradas se clavan en ella. A no todo el mundo agrada su presencia en Milán dispuesta a competir en la gran clásica del otoño italiano. Salen 54 corredores de los que llegan a la meta veintinueve. La última en cruzar la línea de meta es Alfonsina Strada. A más de una hora de Thys que gana la prueba, pero acaba en medio de la admiración general. Aquello alimenta su interés y su gusto por las pruebas. Un año después regresa al mismo escenario y finaliza a solo 23 minutos del ganador de la carrera y casi sobre la meta evita finalizar la carrera en la última posición.

Pero las aventuras de Alfonsina Strada encontrarían su cumbre en 1924. Ese año sueña con correr el Giro de Italia. Palabras mayores. Doce etapas, más de 3.500 kilómetros. Ninguna mujer jamás se ha sometido a un esfuerzo semejante. Con la intención de burlar a los responsables de la carrera trata de cambiar su aspecto y e intenta inscribirse como Alfonsin Strada. Lógicamente nadie se traga aquel burdo engaño. Emilio Colombo, el organizador, toma entonces una decisión que nadie esperaba: dejarla correr. Es un momento complicado para el Giro porque por diferencias en la cuantía de los premios ese año renuncian a participar algunos de los más ilustres como Girardengo o Botecchia. Colombo piensa en que la presencia de Alfonsina Strada puede alimentar el interés por la carrera, añadir un extra a una carrera tradicionalmente muy atractiva para los aficionados del país.

Alfonsina resiste como una fiera durante las seis primeras etapas. Pierde tiempo en casi todas, pero en ocasiones es capaz de finalizar por delante de muchos de los corredores que participan en la prueba. La gente, como había imaginado Colombo, acude a verla, la saluda, se entusiasma con su presencia en una carrera que cada dos días reserva a los corredores una jornada de más de 250 kilómetros por carreteras infames. La tenacidad de Strada sufre un revés importante en la séptima etapa en la que pierde mucho tiempo en medio del temporal que azota el recorrido que lleva a L'Aquila. Al día siguiente la cosa es mucho peor. Se le rompe la bicicleta, se cae, se hace mucho daño. Su orgullo la lleva a seguir en carrera, pero llega con el control cerrado. Los jueces debaten qué hacer con ella y aunque tienen dudas finalmente la eliminan. Ese día se habían ido a casa muchos corredores, la mayoría derrotados por las condiciones de la prueba.

Colombo le ofrece entonces un trato. Seguir en carrera pero de forma extraoficial, sin entrar en las clasificaciones de la prueba. El organizador la quiere en la carretera porque ha visto el entusiasmo con el que la gente sale a verla, la reclama, la adora. Alfonsina accede y acaba el Giro. Completa las cuatro etapas que restan y aunque nunca aparecerá en la clasificación sus piernas han pedaleado durante los más de 3.500 kilómetros. De noventa participantes que tomaron la salida en Milán solo sesenta llegaron al final del recorrido. Su firma patrocinadora la premia con 200 liras, pero su mayor triunfo es verse de nuevo en Milán y siendo reconocida por todos aquellos que unos días antes, en el momento de la salida, se la tomaban a broma. No lo sabía en aquel momento, pero había escrito una de las páginas más grandes de la historia del ciclismo.

Strada intentó en años posteriores volver a correr al Giro pero la organización fue inflexible. Compitió unos años más y con más de cuarenta estableció un récord del mundo femenino de la hora. Fue una de sus últimas competiciones. Enviudó dos veces, abrió en Milán una tienda y taller de bicicletas, se compró con sus ahorros una moto Gucci de 500 centímetros cúbicos que condujo hasta 1959. Tenía por entonces setenta años. Una mañana, al tratar de arrancarla, sufrió un infarto que la fulminó a la puerta de su tienda. Italia se despedía así de una mujer inigualable.

Compartir el artículo

stats