Brian Clough comenzó su carrera como entrenador en un pequeño club, el Hartlepool United, que le llamó atraído por la figura de un futbolista que acababa de verse obligado a una prematura retirada. Apenas había cumplido los treinta años, pero ya era todo un carácter. El germen del personaje en el que se convertiría en unos años. Un día, en un entrenamiento de comienzos de temporada, se encontró con un futbolista en el campo al que no conocía. Preguntó y Peter Taylor, el hombre que le acompañó en su carrera como segundo y que tenía un radar para detectar futbolistas, le dijo que era un recomendado del presidente, hijo de uno de los empresarios del pueblo con el que quería estar a bien. Clough no dijo nada. Pasaron los días y aquel muchacho voluntarioso, pero muy justo incluso para jugar en la cuarta división inglesa, siguió trabajando con el resto de equipo. El domingo siguiente, en medio del desconcierto general, escribió su nombre en la pizarra del vestuario que anunciaba la alineación. El presidente, tras conocer la noticia en el palco, bajó corriendo a la caseta mientras repetía con desesperación: "¿Qué haces, qué haces? Si yo solo quería el dinero de su padre, solo eso". Y así acabó la historia, sin que el técnico abriese la boca, con el presidente pidiéndole perdón al chico y a su padre por haber alimentado una historia de forma ficticia.

Clough tenía que haber vivido esta historia del desembarco de saudíes en la Liga española. Lo hubiese disfrutado a su manera. Pocas veces un campeonato, un fútbol, se ha prostituido de un modo más descarado. Nueve jugadores de Arabia desembarcan en siete clubes de Primera y Segunda en base de un convenio de colaboración que la Liga firma con la federación de aquel país. Esa es la versión cocinada, la que hubiese dado un especialista en encuestas sobre intención de voto. La versión cruda es que los equipos han vendido, como si estuviesen en un zoco, unas cuantas fichas a cambio de una limosna o de una simple caricia de Tebas, obsesionado por disfrazar de brillante estrategia el arrastramiento por el fango del producto que trata de colocar en el mundo. Cada uno gestiona su miseria como puede y serán los aficionados de estos siete equipos los que deban pedir explicaciones a sus clubes de por qué un jeque toma decisiones que le competen a su director deportivo. Para algunos los petrodólares serán razón suficiente, pero la mayoría se sentirán insultados de ver la camiseta de su equipo subastada en una reunión de dueños de pozos petrolíferos.

Poco le importará a Tebas y a su gente. Cerezo, en uno de esos arrebatos de sinceridad que le dan a ciertas horas, lo manifestó hace poco: "Esto es un negocio, no un sentimiento". No crean que hubo una gran indignación con sus palabras. Lo dijo como escupiendo el palillo después de comer, perdonándole la vida a quien le preguntaba. Hoy se compran fichas en clubes de Primera y Segunda, mañana se comprarán minutos, luego serán partidos. Un día un abonado llegará a su asiento en el estadio y en su lugar se encontrará con su abono a un señor con turbante, a un chino o a un coreano. Qué maravillosa idea importar aficionados desde Oriente para asegurar el lleno en las gradas y que los estadios luzcan impecables para la suculenta realización televisiva. Así no hay que sancionar a los clubes por las tribunas a medio llenar y nadie se quejaría de los infames horarios. Y esos hinchas prestados, que incluso podrían rotar cada fin de semana, animarían como locos con sus "palos tambor", nunca protestarían a Munuera Montero, se la sudaría el VAR, les parecería bien el café de máquina que hay junto a las cantinas, no harían ridículas quedadas y cuando viesen a Cristiano o a Messi saltar al campo se volverían locos de felicidad. No cantarían el himno del equipo de casa, pero ¿a quién le importa?, ¿qué rendimiento económico genera una cancioncita si no eres de la SGAE?

La LFP, que sigue encontrando la complicidad de los clubes para sus tropelías, lo justifica todo con esa idea de ampliar el negocio y esta vez se ha lanzado en brazos régimen saudí. Mientras, la pérfida Inglaterra con la que quiere competir Tebas de Arabia, donde los clubes son un ejemplo de derroche y mala gestión muchas veces, se frota las manos mientras gigantes como Amazon, Netflix o Facebook se preparan para entrar en la inminente pelea por los derechos televisivos de la Premier. Y sin espectáculos tan denigrantes como el de esos clubes españoles que el domingo no eran capaces de escribir el nombre de su último fichaje. Clough se hubiera acordado estos días del presidente que le quiso colar al recomendado.