La Federación Española de Balonmano rinde homenaje a Juan de Dios Román en el Central de As Travesas, antes del España-Polonia que clausura el Memorial Domingo Bárcenas. Dos nombres propios íntimamente ligados. Aunque entrenador de Atlético y Ciudad Real, seleccionador y presidente federativo, el emeritense se siente sobre todo discípulo de Bárcenas y ahora, como él, viejo maestro.

- ¿Cómo se enfrenta usted a los homenajes?

- Uno ya está acostumbrado a actos de reconocimiento. He tenido varios en mi ya larga vida: por parte del ayuntamiento de Mérida, del Comité Olímpico, muchos lados y organismos? No es que no me hagan ilusión determinadas cosas, pero no es lo mismo que la primera vez. Es como lo del primer amor. Lo que ocurre es que es de los momentos finales. Estoy jubilado desde hace cuatro años. Coincide con un momento particularmente sensible para mí. Y es una acción en la que se juntan en el entorno los jóvenes y el equipo nacional, la formación y el rendimiento, los dos motores de mi trabajo durante toda la vida. Son cuestiones que llegan antes o después e invitan al agradecimiento.

- Juan de Dios es el nombre que la mayoría mencionaría primero para compendiar el balonmano español.

- Yo diría el de Domingo Bárcenas, sin lugar a dudas. Son los tiempos y las coincidencias. Yo me formé bajo el cariño y la pedagogía de Domingo Bárcenas. Para otras gentes? Es que he durado mucho. Llevo cincuenta años de mi vida dedicado al balonmano, con más de una generación por ahí bailando, a la que mi nombre le resultará habitual. Si de algo me siento orgulloso es que por el balonmano siempre he estado abierto a todo tipo de acción. Me he entregado a ello. Quizás por esa razón soy más conocido en España. Lo cual agradezco, naturalmente.

- ¿Le ha quedado algo por hacer?

- Una de las cuestiones de las que más orgulloso me siento es de lo que menos se habla, mis cuarenta años de profesor en el INEF. Año tras año, con promociones de alumnos que han salido del centro, me dediqué a formarme yo y después a transmitir conocimientos. Eso se reconoce menos que quedar campeón o segundo. La experiencia dice que hubo cuestiones que uno no hizo porque no pudieron hacerse. Mi trabajo ha tenido consecuencias positivas para el balonmano español en relación con las fechas que iban pasando. Hace poco me pedían mis impresiones sobre el primer partido internacional femenino que jugó España. Me tocó trabajar como entrenador ayudante de Domingo Bárcenas en el año 67. Después, en mi época de presidente, se me dijo que el balonmano femenino no era una de mis prioridades, como si no me gustase. Los tiempos son diferentes. En algún momento me entregué, como con aquella selección inolvidable de chicas absolutamente amateurs, como puede imaginarse. Había dos o tres de Pontevedra, por cierto. Como presidente me coinciden una serie de circunstancias, como el tránsito hacia una situación neoprofesional. La cosa se queda así. Me hubiera gustado naturalmente arreglar esto último. Pero también me siento orgulloso de haber colaborado en el inicio del balonmano femenino.

- Se le hace este homenaje en Vigo, Pontevedra, el sur gallego, donde el balonmano, aunque humilde, es una religión.

- Es un sitio entrañable, al que más a gusto vengo y disfruto, aparte de la gastronomía, la belleza, el verano? Viví la época final del Vulcano y la época del crecimiento tremendo del Teucro antes de la llegada del Octavio. Y ha habido después mucha actividad en localidades pequeñas, donde iba con el Atlético a actividades promocionales o a dar cursos. Galicia siempre ha tenido un aire especial para el balonmano, yo lo he sentido así. El deporte, para mí, ha sido más que el éxito de acceder a una categoría y ganar o perder. Eso me parecía secundario o en todo caso la consecuencia. Lo importante era que se practicase el juego. Y en Galicia el balonmano siempre se ha practicado, no cabe duda que en Pontevedra más que en las otras provincias.

- Año 1970. El Academia Octavio asciende en Pamplona a Primera Nacional al batir contra pronóstico al Chamartín entrenado por? Juan de Dios Román.

- Mi historial como entrenador ha sido muy largo en el tiempo pero muy reducido en cuanto a entidades. Cuando empecé, estuve siete años alternando clases de literatura, a lo que yo me iba a dedicar, con el balonmano para niños en el colegio Jesuitas de Chamartín. Y aquellos chicos, en una actividad al aire libre, llegaron a ser campeones de España. En el tránsito coincidimos algunas veces con el Octavio. Fue mi primera experiencia. Me sentía responsable de no saber nada y tuve que aprender para no ser injusto con los niños.

- En ese partido contra el Chamartín, gana el Octavio con una táctica revolucionaria. El entrenador, Magdalena, que viene del baloncesto, ordena una presión individual a toda cancha durante todo el partido. Hoy las modificaciones reglamentarias y tácticas parecen centrarse en el asunto portero-jugador. ¿Queda espacio para la innovación?

- Es un tema que siempre ha sido un gran caballo de batalla en el balonmano. Una de mis responsabilidades, de 1992 a 2000, fue trabajar en la comisión del cambio de reglas de la Federación Internacional. Los cambios de reglas actuales, de última hora, se gestaron realmente en ese periodo, aunque se aprobasen después, a partir de 2003 y 2005. La preocupación en los últimos veinte años fue siempre tender a un juego más espectacular, más atractivo para los medios y el público, y a la vez mantener la frontera en evitar que el juego fuese violento. En ese debate, muchas de las circunstancias para facilitar cambios de reglas chocaban con la posible peligrosidad para el físico de los jugadores. Eso era un problema para la captación de jugadores. En esa frontera hemos estado siempre discutiendo. Se ha tenido un gran éxito en los cambios relacionados con la rapidez del juego, como efectuar el golpe franco sin necesidad de toque de silbato, el saque de centro rápido? En Pontevedra acabamos de ver una verdadera lección de Bielorrusia. Pero otros pensamos que también es atractiva la defensa y que un resultado 35-32, en determinadas concepciones del juego, puede ser menos importante que un 25-22. Ahora se está en un momento de cierta despreocupación por la faceta defensiva y un cierto premio a todo lo que lleve implícito el gol como consecuencia de la velocidad. Estos cambios, en general, han beneficiado al balonmano español de la misma manera que le perjudican las carencias físicas en fuerza o lanzamiento a distancia. La aplicación de nuevas reglas es difícil. Hay que consolidar los cambios del todo. Y desde luego yo no puedo estar de acuerdo con facilitar un juego donde no prime la igualdad numérica. Un siete contra seis, aunque se juegue con la portería vacía, siempre va contra el principio de igualdad que debe tener cualquier competición deportiva. Así lo he manifestado en la Federación Internacional.

- El Octavio, más allá de la historia particular de cada club, sirve también como ejemplo de cómo ha afectado la crisis al balonmano, quizás el deporte colectivo que más la ha sufrido. ¿Volverá a haber una liga capaz de retener a sus mejores valores y ofrecer sueldos dignos?

- La historia es muy larga y la crisis es solo la culminación. La situación es producto de una mala gestión, lo que llamo las políticas de urgencia. Querer tener resultados inmediatos y tomar decisiones contrarias a las posibilidades presupuestarias ya llevó en su día a desequilibrios económicos que hicieron desaparecer a clubes. La situación actual de crisis ha coincidido con el asentamiento profesional del balonmano en otros países. Lo que nosotros hicimos en los años noventa, importando estrellas, lo han ido haciendo otros países ahora y se han aprovechado de los jugadores españoles de máximo nivel, a precios más baratos. Conseguir tres o cuatro clubes fuertes, que eviten que los jugadores españoles salgan fuera o que incluso vuelvan a importar, es algo relativamente fácil. Pero no podemos tener clubes de segunda categoría que intenten profesionalizarse a base de un presupuesto alto que no pueden cumplir y con fichajes inexplicables. Todo el mundo quiere cobrar, aunque sea poco, desde juveniles o desde el primer momento de pasar a sénior, independientemente de cuál sea la categoría. Es un poco peligroso.

- Estuvo a punto de salir un proyecto ambicioso del balonmano vigués como sección del Celta. ¿El futuro pasa por los clubes de fútbol?

- Las fórmulas de estructura de club son distintas. La que más me gusta es la asociación, la aproximación con el espectador y socio, la búsqueda de recursos que huya de la subvención oficial al club pseudoprofesional. La subvención hay que exigirla básicamente para facilitar la formación. Para el club que tenga un objetivo de rendimiento la mejor fórmula siempre es el socio y los patrocinios. En ese sentido, los clubes de fútbol no acaban de entender las salidas positivas que puede tener aprovechar a sus múltiples asociados para otro tipo de actividad. Es imposible pensar en el modelo Barcelona para toda España, pero un modelo Celta de Vigo en relación con un deporte como el balonmano? No me atrevo a decir que sea el número uno porque Vigo ha tenido atletismo, voleibol o baloncesto femenino, pero se desaprovecha un capital humano extraordinario alrededor de un deporte que da prestigio y recursos, sobre todo fuerza social. Y luego en España ha surgido el modelo de la ciudad pequeña alrededor de un club. Es también un modelo excelente y es el que tuvo el Teucro, por ejemplo. En los años ochenta y noventa el Teucro era el equipo con mejor afición de España, ojo con esto. Eso se acaba perdiendo en función del resultado pero el germen está ahí y hay que recuperarlo. Hay distintas vías para facilitar competición. Estamos ante un crecimiento claro de practicantes y nos falta quizás un crecimiento o asentamiento de gestores o directivos que adoren el tema, siempre pensando que el voluntarismo en algún momento tiene que acabar.

- Hablando de Vigo y Pontevedra, fueron sede del Mundial juvenil de 1989. El que una URSS con Talant Dujshebaev le gana a la generación que cambia la historia del balonmano español: Masip, Marín, Garralda, Urdangarin, Olalla, Barbeito?

- Esa generación llega al ciclo de 2000 y logra tres medallas en los Europeos y las dos olímpicas. Consiguieron en cuatro años lo que nunca se había conseguido. Es una generación que salió del buen trabajo del plan Objetivo 92 y de un periodo posterior de asentamiento fuerte en los clubes. Triunfaron con la aportación clave en la historia del balonmano español de la nacionalización de Talant Dujshebaev y su aparición en el Europeo de 1995 y el Mundial del año siguiente.

- Hablaba de la carencia habitual de un lanzador exterior poderoso. ¿A qué hubieran llegado las selecciones más recientes de haber tenido un Cecilio Alonso?

- Cecilio Alonso, con una mejor respuesta física, hubiera sido posiblemente el jugador que le falta a España ahora mismo para ser campeona del mundo. En el Mundial de 1986 en Suiza, mi primera actividad como seleccionador, España no fue campeona porque Cecilio se había lesionado tres semanas antes en el partido de la Supercopa entre el Atlético y el Barcelona. Fue un choque contra su íntimo amigo De la Puente. Ahí empezó su gran sufrimiento con el hombro. Cecilio nunca tuvo la preparación física idónea en relación con su crecimiento físico. Pasó del 1.80 con 14 años a casi dos metros en dos años. Eso hubiera exigido un tratamiento muy individual. Y aun así, se demostró que era el mejor jugador del momento. Siempre será un interrogante lo que hubiera sido. Pero aquel equipo español, sin el concurso del alto nivel de Cecilio, fue quinto en el Mundial de Suiza ganando a la DDR (RDA. República Democrática Alemana) y de nueve a la URSS, y perdiendo de un solo gol con Yugoslavia. Lo tuvimos en la mano. Cuando se habla de generaciones, es imposible decir que una fue mejor que otra. España ha tenido muy buenos jugadores. Quizás le faltó un punto más de estructura, competición, suerte, muchas cosas.

- Cuando uno coincide con esta Francia, ¿puede más la pena de que se habrían ganado más títulos o el orgullo de haber competido contra los mejores?

- Yo eso lo viví con Suecia y la URSS en el ciclo 1996-2000. Nuestro crecimiento llegó hasta un límite, que marcaron Suecia y la URSS. Que luego fueron superadas, ahora mismo no pintan nada y España sigue pintando. España ahora tiene un equipo extraordinario, con grandes virtudes y algún defecto, también hay que decirlo, y se ha topado con la mejor generación del balonmano francés de siempre. Estamos en la época del resultadismo. Desde fuera, si no eres oro, ya has fracasado. Desde dentro eres consciente de lo que hay: tu nivel es muy alto pero hay otro un poquito más, que a la mejor te lo daría simplemente tener un jugador como Karabatic en tu lado del campo.