Hoy silbarán a Piqué y España se habrá roto un poquito más. La cuestión catalana se sustancia en los despachos de los bancos pero su componente emocional depende de los gestos. Mandela conocía el valor de los símbolos. Cuando sus compañeros en el primer gobierno post-apartheid quisieron imponer el Nkosi Sikelel' iAfrika del Congreso Nacional como himno, Mandela prefirió fusionarlo con el Die Stem van Suid-Afrika de los antiguos amos y que se cantase en xhosa, zulú, sesotho, afrikaans e inglés. Sudáfrica se unió antes en la música que en el corazón. No ha remediado el racismo ni la desigualdad. Pero ver a François Pienaar y a sus chicarrones blancos interpretarlo en el Mundial de 1995 inició la cicatrización. Sergio Ramos entonando una estrofa en euskera contribuiría a hermanarnos. Al fin, un país se sustenta sobre comuniones que son en parte reales y en parte ficción. El himno español, en su ausencia de letra, es un retrato más preciso que cualquier lírica guerrera de enfants de la patrie. Ese silencio contiene lo que nos falta.

La renuncia al diálogo no resuelve la encrucijada, pero aclara sus destinos posibles. Cataluña será independiente, como estado fallido y fracturado, o no, como autonomía cautiva. Depende más del balance contable de las empresas que del conteo de votos de las urnas. Pero en cierto modo el secesionismo ha ganado la batalla ideológica, al menos en esta generación, y más incluso en sus contrarios que en los suyos. Hemos renunciado a construir un país al que sus ciudadanos deseen pertenecer a cambio de un país del que legalmente no puedan escapar. Se emplea contra el independentismo un argumentario de vecino, como si les negásemos la instalación de una antena parabólica en el tejado: "Si yo tengo que ser español, que se jodan ellos también". O como en esas parejas que siguen juntas porque se han acostumbrado a odiarse.

Piqué es un personaje diminuto en esta trama, pero a la vez la resume. Jamás ha insultado a España. Tributa lo que debe, que sepamos. Acudiendo a la selección, a la que elogia, cumple su deber y ejerce su derecho. Tiene calidad suficiente y siempre intenta rendir al máximo. Pero ya no juzgamos su idoneidad futbolística, ni siquiera lo que dice que siente o piensa, sino lo que otros nos dicen que siente o piensa en comparación con lo que exigen que debería sentir o pensar. Para ir a la selección no llega con ser español; hay que serlo mucho, de españolía inflamada y en la forma correcta. Hemos empezado a medir los sentimientos ajenos y es una dinámica peligrosa. En Cataluña y en España, en cada trinchera, iguales en su enclaustramiento, se sospecha ya del que no exhibe suficiente patriotismo y se persigue al disidente. En Pienaar cantando en zulú empezó a coserse Sudáfrica; en Piqué silbado se nos siguen abriendo las costuras.