Hace solo tres años Luvo Manyonga tenía un problema serio con las drogas. Su historia parecía condenada a terminar mal, como tantos otros jóvenes que crecen sin apenas expectativas en la vida. Después de ser una de las grandes esperanzas del atletismo de Sudáfrica, con las primeras victorias llegó el dinero de los mítines, de los patrocinadores y la tentación. El tik, la metanfetamina de cristal que asola las zonas pobres de Sudáfrica, llegó a su vida y estuvo a punto de arruinarla. Ya había conseguido el quinto puesto en el Mundial de Daegu y era evidente que en sus piernas estaba el futuro del salto de longitud. Pero en el año 2012 dio positivo y le cayeron 18 meses de sanción, que le hicieron perderse los Juegos Olímpicos de Londres, un palo del que salió fortalecido con la ayuda de los entrenadores que dirigieron su carrera, Mario Smith y John McGrath, el que le rescató de su adición.

Pero la muerte de Mario Smith en 2014 hizo aparecer de nuevo los fantasmas. Los viejos amigos del barrio reaparecieron y con ellos el tik. Y otra vez se asomó al vacío, a la posibilidad de convertirse en el proyecto de muchas cosas, en uno de esos talentos malogrados por las malas decisiones. Pero regresó a tiempo con la ayuda de McGrath. Ayer conquistó su primer gran título. En Londres, en el estadio donde debía haber estado hace cinco años en los Juegos Olímpicos, logró la victoria en la final de salto de longitud. En Río de Janeiro se quedó con la plata y ayer saltó un escalón más del podio para culminar su viaje a lo más alto. Un brinco de 8,48 metros dio la victoria a Manyonga por delante del estadounidense Jarrion Lawson (8,44) y de otro sudafricano, Ruswahl Samaai, que en el último turno arrebató con 8,32 la medalla de bronce al ruso Aleksandr Menkov, campeón mundial en Moscú 2013.

Manyonga estaba feliz como pocas veces se ha visto a otros atletas. El suyo era un oro, pero también una huída definitiva del infierno al que parecía condenado hace solo unos años.