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La Cibeles lo esperaba

El sábado, a primera hora de la tarde, de regreso a Asturias tras un viaje a Madrid, crucé la plaza de la Cibeles, donde, desde hace algunos años, los seguidores del Real Madrid han establecido la costumbre de celebrar los éxitos de su equipo. El tráfico era escaso y el ambiente tranquilo. En el centro del gran espacio circular de la plaza la popular fuente apenas se veía, rodeada como estaba por banderas de España y un anfiteatro de mecanotubo que casi superaba en altura el monumento, tal vez el más popular de Madrid desde que fue levantado durante el reinado de Carlos III. Hace tiempo que las banderas están presentes en ese lugar. El anfiteatro, en cambio, acababa de ser levantado a la espera de la llegada de los triunfadores de una batalla, a cuya disputa aún le faltaban varias horas. Por muchos delirios que admita el fútbol como pasión colectiva, nadie pensaría que se trataba de una súplica a la diosa de la Tierra, de cuyo carro tiran dos leones, sino de la expresión de fe en un equipo acostumbrado a citarse con la Historia y ser bendecido con su reconocimiento. Más bien podría decirse que la Cibeles se preparaba para lo que iba a ocurrir, porque, como un hincha más, lo esperaba.

| Isco por Bale. Durante el viaje me acompañó la radio, que me permitió situarme en los prolegómenos del partido y enterarme de que no había habido sorpresas de última hora. Es decir, que por mucho que el partido se disputara en Cardiff, Zidane había preferido a Isco frente a Bale, por muy galés que fuera éste y por mucho que hubiera costado. Y por la radio seguí el comienzo del encuentro y la gran parada de Navas ante Pjanic en el minuto 5, que quizá fue decisiva, pues una Juventus con ventaja desde el principio, hubiera sido sin duda otra más difícil de pelar.

| Dos grandes goles. Iban diez minutos de partido cuando pude sentarme ante el televisor. Tardó muy poco en llegar el primer gol del Madrid. Comenzó con algo excepcional, como que Toni Kroos se permitiera el arranque de romper las líneas rivales con una internada de ruptura antes de ejercer del maravilloso pasador que es. Lo demás entró dentro de la normalidad de este Madrid. Fue normal, por habitual y hasta frecuente, que Carvajal apurara la internada y que la culminara con un centro intencionado. Y más normal todavía que el impresionante Cristiano Ronaldo de este final de temporada llegara antes que nadie al sitio preciso para rematar sobre la marcha con tanta intención como puntería. La Juventus no se hundiría con ese gol, al que sería capaz de oponer otro aún mejor, porque el remate de semichilena de Mandzukic a dejada con el pecho de Higuaín fue una obra de arte. La lucha intensa en que entró luego el partido produjo más contusionados que ocasiones de gol. En el Madrid había, sin embargo, más frescura. La de la Juve, oscurecido Dyvala, parecía reservada a Alex Sandro, cuyos centros, sin embargo, no encontraban rematador.

| Un Madrid devastador. El equilibrio se rompería pronto en el segundo tiempo, en el que el Madrid mandó desde el principio, porque su centro del campo, con un Isco tan versátil como poderoso, un Modric vivísimo y un Kroos infalible se haría con el mando del juego. Sería, sin embargo, Casemiro, el ayer, como a menudo, centrocampista más discreto, en el doble sentido de la palabra, quien protagonizara una jugada realmente clave, porque rompería el partido. El cañonazo lejanísimo del brasileño rozó en el talón de Khedira para envenenarse definitivamente y resultar inalcanzable para Buffon. El gol exaltó al Madrid y transmutó a la Juve de roca granítica en piedra pómez. La porosidad sobrevenida de los turineses de advertiría apenas tres minutos después, cuando Modric robó un balón entre dos rivales, se metió hasta la línea de fondo y dejó ante el primer palo un balón de oro. A él llegó antes que nadie Cristiano Ronaldo. Faltaba casi media hora para el final, pero ya todo estaba resuelto. El Madrid desde entonces exhibió una superioridad indiscutible en todos los órdenes, desde el técnico y táctico y hasta el físico. Mientras la Juventus fracasaba en su intento de rentabilizar el juego directo, con un Higuaín maniatado por Ramos y Varane, los madridistas tiraban de repertorio y hasta de fondo de armario. Zidane pudo dar sin ningún riesgo la ocasión a Bale de jugar en casa y también presentar en un gran escenario a un Asensio de quien nadie duda que será una de las estrellas madridistas del futuro inmediato. Le bastaron diez minutos en el campo para dejar huella, coronando con un remate perfecto una gran jugada de Marcelo, un veterano todavía joven que culminaba así una de sus mejores temporadas madridistas, si no la mejor.

| La felicidad de Cristiano. Si al final del partido la felicidad colmaba a los madridistas, a Cristiano le salía por todos los poros. Se le notaba, porque no es alguien que sepa ocultar sus emociones. Los dos goles que marcó el sábado se añadían a los cinco logrados en las semifinales y a los tres que consiguió en cuartos, una barbaridad. Rápido, intuitivo, decidido y en plenitud de sus grandes recursos, su ambición le empuja a ganar en la historia del fútbol, donde hace tiempo que ya tiene plaza, la mayor altura posible.

| Buffón, de amarillo. Si la Juve volvió a sentir sobre sí la maldición de la altura, al perder una nueva final, nadie lo personificó tanto como su grande y veteranísimo portero. Buffon se atrevió a salir al campo vestido de amarillo, desafiando esa superstición con la que no se atreven los actores de teatro desde que Molière murió en escena con un vestido de ese color. Él y su equipo habían llegado a la final de Cardiff con fama de casi invulnerables, pues solo habían recibido tres goles en el conjunto de las eliminatorias. Que el Madrid fuera capaz de marcarles cuatro dice mucho en favor de los madridistas.

| Zidane, el triunfador tímido. En el Madrid el contrapunto de la exaltación de Cristiano fue la apacible impasibilidad de Zidane, apenas modificada por una leve sonrisa. Nunca parece más tímido que cuando triunfa y si el triunfo es grande la timidez parece todavía mayor. En sus declaraciones vino a dar a entender que la conquista de la Champions era un jalón más en una temporada en la que daba más mérito a haber ganado la Liga. Seguro que sabe por qué lo dice. Cuando se hizo cargo del Madrid su gran reto era ser capaz de gestionar una plantilla que, por su valor y su precio y la acumulación de egos, es materia tan preciosa como explosiva. A la vista está de que lo está superando de forma sobresaliente.

| Éxito del Madrid y de España. Con su triunfo en Cardiff el Madrid reúne doce "orejonas", lo que le consolida como el mejor equipo europeo de una historia que, de su mano como primer campeón, comenzó en la temporada 1955-56. Es, además, el primer equipo que logra ganar dos veces seguidas la competición europea desde que ésta adquirió el formato actual, incluida la denominación de Champions League. Nadie le puede discutir ese protagonismo, que contribuye de forma decisiva a que también lo tenga el fútbol español, con la importante contribución del Barcelona, que estas dos décadas ganó cuatro campeonatos. En diez de los últimos veinte años la Champions ha venido para España. Inglaterra se queda a seis títulos de distancia. La Italia de la infortunada Juve está a siete y Alemania, a ocho. En el siglo XXI el fútbol español de clubs manda en Europa, como lo hizo, de forma aún más rotunda, a mediados del siglo XX. Y el Madrid encabeza ese liderazgo, como sabe de primera mano la Cibeles

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