En el 'inferniño', como se llama de forma coloquial su pabellón de A Sangriña, se vivieron momentos de emoción, con muchas lágrimas, cánticos y supuso el inicio de una fiesta que se prolongó durante toda la madrugada en A Guarda, una población de 10.000 habitantes en la que nadie quiso perderse un acontecimiento histórico. Empezaron en el pabellón y continuaron en el puerto de A Guarda con una fiesta colosal en la que participaron centerares de aficionados. Un día que no se borrará de la memoria de los aficionados y del libro de oro del deporte gallego.

Había nerviosismo por sentirse en el cielo, el lugar a donde ha llegado el Mecalia Guardés gracias en parte a su buen trabajo en su ya emblemático pabellón. Fueron sesenta minutos intensos ante el Granollers, su último rival en la liga de la División de Honor de balonmano femenino. Pero mereció la pena. El equipo de José Ignacio Prades consumó su histórica gesta, adornada por miles de personas que no dudaron en celebrarlo como la ocasión se merecía.

El pabellón, lleno hasta la bandera, los aledaños, con cientos de personas esperando el final del encuentro, las calles, cargadas de símbolos del club, las miradas de los aficionados, con lágrimas de alegría, y la fiesta fueron los protagonistas en A Guarda. Todo eso se desbordó al final del encuentro, donde se fundieron emociones y se desató una gran pasión. Galicia, por primera vez en su historia, ya tiene un campeón de liga de balonmano femenino. A lo largo de todo el encuentro no cesaron los cánticos, sobre todo en la segunda mitad. Sonó la Rianxeira y también Raphael en los tiempos muertos.

A la cita ante el Granollers no faltó nadie. Desde los socios más emblemáticos, los que se siempre acuden, las autoridades, los rivales de otras formaciones, los componentes de varios equipos que no son de balonmano, e incluso una representación de portugueses apasionados de este deporte. Todos ellos dieron colorido a un pabellón que ya es un icono. Y entre tuvieron un especial protagonismo los componentes de las categorías inferiores del club, que hicieron el correspondiente pasillo a las campeones. Las jugadoras del Granollers también se unieron, en un gesto de deportividad.

Hizo falta un largo recorrido y cumplir el objetivo ante el Granollers, ese equipo que tanto sufrimiento le hizo pasar al Mecalia Guardés en los cuartos de final de la Copa de la Reina. Era necesaria la victoria para levantar el trofeo de campeonas. Lo sabía José Ignacio Prades, el entrenador, siempre comedido y pausado al que le pudo también la emoción al final del encuentro. Lo mismo que a José Manuel Silva, el presidente que dijo no haber preparado nada antes del partido.

Si lo hicieron los aficionados. Un gran churrascada desde la mañana animó lo que sería una cita para la historia. Cánticos, actuaciones musicales y camisetas emblemáticas se dejaron ver en una carpa instalada cerca del pabellón. Era el preámbulo de que algo importante sucedería horas más tarde. Con paciencia y tranquilidad, el pabellón de A Sangriña se llenó muchos minutos antes de comenzar el encuentro. Al vestuario llegaban esas sensaciones de apoyo desde antes de comenzar al calentamiento. El pabellón estaba a reventar cuarenta y cinco minutos antes de que arrancase el partido.

El Mecalia Guardés cumplió el ritual. No se alejó de su guión habitual. Sabía que estaba ante un rival rocoso. Pero también ante un reto en el que no podía fallar. Y ese desafío tenía además buenos presargios. El Mecalia Guardés no había perdido ningún encuentro en su pabellón desde hacía dos años. Fue en mayo de 2015 cuando sufrió su última derrota.

El triunfo se reflejó en la invasión de la pista, en la alegría incontenible de las jugadoras, en el champán, en las lágrimas de muchos de los presentes y también en los recuerdos. El Mecalia Guardés celebra también su cincuenta aniversario.

La fiesta no terminó en el pabellón donde incluso acusaban la inexperiencia a la hora de festejar la victoria. La peña incondicional de aficionados que les acompañan ya habían avisado de que estarían la celebración. A partir de ese momento, con la noche cayendo sobre A Guarda, se dirigieron en procesión hacia el puerto del pueblo donde continuaron los cánticos. Luces de bengalas, baño en la fuente, más canciones, más abrazos. Un torrente de felicidad llenó por completo el ambiente de un pueblo orgulloso de su equipo de luchadoras que ha llevado a sus vitrinas el primer título de su historia. Allí, en el puerto, el corazón de A Guarda, las jugadoras vivieron un momento cargado de simbolismo. La fiesta siguió, le quedaban muchas horas por delante. A Sangriña ya había quedado en silencio, pero aún resobaba el eco de su infinita felicidad.