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El honor por encima de todas las cosas

En 1924 un italiano del equipo de esgrima retó a un juez tras una polémica en los Juegos de París

La competición de esgrima de los Juegos Olímpicos de París en 1924 estuvo marcada por las polémicas que giraron alrededor de un juez húngaro y del equipo italiano. Con Europa cerrando las heridas de la Primera Guerra Mundial y comenzando a abrir las que llevarían en el futuro a nuevos conflictos, las competiciones olímpicas eran el terreno en el que en ocasiones se dirimían asuntos de mayor calado. Italia, que ya estaba en manos de Mussolini, había convertido el deporte en una forma de mostrar el poder fascista al resto de los países, envueltos casi todos en periodos complicados. Al igual que la selección de fútbol, la de esgrima -formada en su mayoría por productos de la escuela de Livorno que dirigía Beppe Nadi- era uno de los grandes orgullos del país. La cita de París debía ser un episodio más de la interminable recolección de títulos que estaban consiguiendo con permiso de los franceses y húngaros, tradicionales rivales de los trasalpinos.

Pero en París los italianos se encontraron a un juez húngaro que no les iba a poner las cosas demasiado fáciles o que directamente se iba a enfrentar a las tácticas algo discutibles que empleaban. Gyorgy Kovacs, un producto de la aristocracia magiar, era un tipo serio, de carácter que, como la mayoría de esgrimistas húngaros, mantenía una evidente rivalidad con los italianos. Todo comienza el 30 de junio en el Velódromo D'Hiver, escenario de las competiciones de esgrima. En la modalidad de florete por equipos se enfrentan dentro de la ronda final Francia e Italia. Dice la lógica que el que salga vencedor de ese duelo se llevará el oro en esa modalidad. Kovacs arbitra el duelo entre el francés Lucien Gaudin y el italiano Aldo Boni con 3-1 a favor de los galos. Italia no puede perder ese combate. Con empate entre ambos, Kovacs concede un discutible tocado a favor de Gaudin y en ese momento Boni enfurece. Se va a por el juez y le insulta gravemente. El húngaro acude de inmediato al Jurado de Apelación en busca de una disculpa, pero los italianos niegan el insulto por temor a ser descalificados (en aquellos tiempos los Juegos Olímpicos trataban de mantener un comportamiento edificante entre sus deportistas y ciertas conductas eran penalizadas de forma contundente). Kovacs aporta como testigo a Italo Santelli, un italiano que estaba entrenando al equipo húngaro, lo que agita aún más los ánimos de todos los protagonistas. Santelli ratifica la versión del juez y Boni es descalificado. El equipo italiano, en señal de protesta, abandona la competición y acusa al preparador de perjudicarles con la intención de mejorar la clasificación de los húngaros. Mientras salen del recinto los italianos cantan el himno fascista, lo que lleva la situación a un ámbito muy diferente del deportivo.

El ambiente ya estaba caldeado de cara a lo que vendría unos días después. El 18 de julio se disputa la final de sable individual entre doce competidores. Cuatro de ellos eran italianos, pero también había tres húngaros, dos franceses y un representante de Holanda, Dinamarca y Argentina. El sistema de competición era un round robin entre todos los participantes en esa final. Oreste Puliti es el gran aspirante al título por parte de Italia. Discípulo como la mayoría de compañeros de Beppe Nadi, ya tiene dos oros olímpicos conseguidos con anterioridad tanto con la espada como con el sable. Puliti gana con facilidad los primeros duelos, pero Kovacs comienza a sospechar del comportamiento del resto de italianos. Puliti supera con extraordinaria comodidad a sus compatriotas, que sin embargo ofrecen una resistencia feroz al resto de rivales. Eso le impulsa en la clasificación general de forma evidente. El juez húngaro presenta entonces una protesta, lo que desata de nuevo la reacción furiosa de los italianos que entienden que existe una persecución por parte de Kovacs. Otra vez se cruzan insultos, algo intolerable en ese tiempo, y el jurado llama a Puliti que finalmente es descalificado. El equipo italiano se retira otra vez en señal de protesta con lo que se produce un hecho insólito, el que un juez provoque en unos Juegos Olímpicos la retirada de dos equipos en señal de protesta.

Dos días después Puliti, encendido aún por el incidente, coincide con Kovacs en el Folies Bergères, el cabaret más famoso de la capital francesa. No pierde un segundo de su tiempo. Se va a reprocharle su comportamiento y el juez, orgulloso, le responde que no habla italiano y que no puede entenderle. Puliti se saca un guante y cruza la cara de Kovacs: "Esto sí lo entenderá". Son separados pero al día siguiente los padrinos del húngaro le hacen llegar un telegrama en el que demandan una satisfacción (la recargada fórmula que se utilizaba en estos casos). La noticia llega al COI que tiene la duda de qué hacer. Se trata de un enfrentamiento personal, ante el que nada pueden hacer, pero es verdad que nace en su ámbito. Pierre de Coubertain, padre del movimiento olímpico, pide un informe, pero no hace otra cosa que negar a Puliti la posibilidad de volver a participar en unos Juegos Olímpicos. Las cuestiones personales las dejan en sus manos.

Cuatro meses después, incapaces de arreglar sus diferencias, Puliti y Kovacs se citan con sus padrinos en Nagykanizsa, en la frontera con la antigua Yugoslavia con Hungría. Han acordado el sable como arma y aunque no es un duelo a muerte saben que muchos duelos han terminado con la muerte de alguno de los contendientes. Basta con que la hoja alcance alguna parte sensible del cuerpo como el cuello o el corazón. Luchan con el torso desnudo. Se hieren de forma repetida, sangran, pero siguen con su enfrentamiento mientras sus acompañantes y médicos llamados para la ocasión esperan que todo termine. Exhaustos y heridos, acuerdan después de una hora de enfrentamiento que ya está bien. Sin demasiada retórica se dan la mano y cada uno emprende su camino de vuelta con el honor intacto. No volverían a verse nunca más.

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