El Celta vive su momento más delicado de la temporada, el instante en el que el horizonte se llena de nubarrones, sus sueños parecen derrumbarse en cadena y el equipo corre el riesgo de caer en una crisis de identidad. La derrota de los de Berizzo ante el Shakhtar cierra una semana pavorosa que comenzó con la trágica eliminación copera ante el Alavés, continuó con la inexplicable derrota liguera en el Calderón cuando el partido parecía a buen recaudo y concluye con un revés que obliga a una complicada remontada dentro de siete días en Ucrania para seguir vivo en la Europa League. Una tarea imposible si los de Berizzo no recuperan algunas de las virtudes que les convirtieron en un equipo diferente al resto.

El Shakhtar se llevó de Balaídos un resultado magnífico, seguramente inmerecido, que les acerca a los octavos de final. Les bastó con esperar el tradicional regalo del Celta -equipo que ha convertido la generosidad con el contrario en una de sus indiscutibles señas de identidad- y resistir sin grandes problemas las numerosas, alocadas y desordenadas acometidas de un equipo absolutamente inofensivo en los últimos veinte metros. Que empujó mucho, pero golpeó poco o nada. El desconcertante Pyatov, un portero que pide a gritos que le prueben con frecuencia, se fue de Vigo sin hacer una parada. Solo un centro envenenado de Pione Sisto en el tramo final del partido le obligó a pegar un manotazo a la pelota. Nada más. El resto fue un ejercicio de voluntarismo y una sucesión de malas decisiones en los últimos metros que enviaron al sueño de los justos las oportunidades que los vigueses tuvieron para sacarle un mayor rendimiento a la tarde.

Todo resultó atolondrado en el Celta. No se le pueden negar la intensidad ni las ganas, pero sí la ausencia de ideas y sobre todo de claridad y veneno en los últimos metros. Berizzo recurrió al mismo ataque del domingo en el Vicente Calderón (Bongonda, Aspas y Guidetti), pero ninguno de ellos aportó la lucidez suficiente para sacar algo productivo de la colección de llegadas que fue acumulando el Celta. Bongonda fue un juguete en manos del curtido Srna; Aspas estuvo lejos de su mejor versión; y Guidetti las peleó todas, pero no tomó una sola decisión acertada. El sueco estuvo más pendiente del pase que del remate. Y había jugadas que pedían a gritos una resolución más tajante, un puñetazo en el área. Pero allí, en el territorio donde se deciden los partidos el Celta se comportó con una timidez impropia de su tradicional descaro.

Se dio la paradoja de que el Celta pisó el área rival con cierta facilidad gracias a la tendencia que el Shakhtar tiene a desordenarse. Un pase o dos eran suficientes para desactivar a su medio del campo y encontrar en ventaja a Guidetti o Bongonda. Pero allí moría todo. Pudo el joven belga abrir el marcador en el minuto 15 tras una pared con el delantero sueco, pero pegó una patada al aire en el momento crucial. En cambio el Shakhtar no perdonó en la primera que tuvo. La vieja historia, lo que distingue a unos y a otros. Una falta lateral sacada por Wass fue el comienzo de una sucesión de episodios trágicos para los célticos. De una ocasión a favor se pasó a un gol en contra. Despejaron los ucranianos y a partir de ahí el Celta puso de manifiesto su nulo oficio. Nadie paró el contragolpe con una acción de veteranía. Taison condujo con habilidad entre una colección de rivales que más que obstaculizarle parecían jalearle a que siguiese con su carrera. El brasileño habilitó a Marlos que, por culpa de un resbalón de Jonny, se quedó solo ante Sergio. Lo regateó y aunque Bongonda sacó su remate a puerta vacía, Gustavo Blanco recogió el rechace para marcar a puerta vacía.

El gol dejó al Celta seriamente tocado y pudieron llegar noticias peores en un par de contras salvadas en el último momento. Fueron instantes delicados en los que el equipo empezó a jugar demasiado con el corazón y poco con la cabeza. Mucha carrera, mucho esfuerzo con escaso sentido y un evidente desgobierno en el campo que le permitió al Shakhtar disfrutar de amplios espacios para evolucionar. Un problema cuando enfrente tienes a futbolistas como Fred, Dentinho o Taison -a quienes pronto veremos en los grandes trasatlánticos del continente-. En la otra acera Radoja, Pablo Hernández y Wass corrieron mucho, pero jugaron poco. Y el Celta no puede vivir sin jugar.

Del Shakhtar apenas hubo noticias en el segundo tiempo. Un par de contras desaprovechadas y nada más. Seguramente influyó su cansancio -son un equipo que viene de su particular pretemporada- y también que el Celta fue ordenándose poco a poco y a fuerza de insistir hizo que los ucranianos descartasen salir de su campo. Berizzo asentó la idea de situar a Wass abierto en el costado derecho para que Aspas y Guidetti se asociasen por el medio. Se repitió el panorama del primer tiempo: mucha llegada, pero nula inspiración en el área rival. Allí se apagaban de golpe todas las luces y cuando no, era el árbitro el que las apagaba como en aquel penalti que dejó de señalar por derribo a Guidetti. Decidido a cosechar un mejor resultado en el partido de ida, Berizzo echó mano de todos los recursos que tenía en el banquillo: salieron Pione (que mejoró a Bongonda), Jozabed y Rossi. El Celta, siempre acelerado, se quedó con la pelota pero no acertó en ninguna de esas grandes decisiones que transforman un ataque más en una jugada decisiva. Faltaron pase y remate, prueba de que ayer la inspiración les había abandonado. La buscarán en Ucrania donde necesitan en un clima indómito marcar al menos dos goles para evitar que el castillo de ilusión que construyeron durante meses no se venga abajo por el temporal que ha traído febrero.