El Celta completó el trabajo de Mestalla y esta mañana figura en el bombo de cuartos de final. Nueva victoria del cuadro celeste, invicto en 2017, en un partido con más sustancia de la esperada. Aunque nunca peligró la eliminatoria, el juego atravesó diversas fases: buen arranque visitante, media hora de control local absoluto, otro tramo de locura y una recta final de letargo, iluminada por Pione Sisto.

Tarde fructífera para el Celta, más allá de la clasificación. A diferencia de lo que sucedió ante el UCAM Murcia, la escuadra se comportó con la seriedad que Berizzo le exigía y algunos hombres reclamaron su utilidad: Señé, aunque de más a menos; Rossi, en un breve pero intenso destello de su romance con el gol; Pione, de menos a más. El Celta encara la segunda quincena de enero vivo en tres competiciones, con la enfermería casi vacía y muchos jugadores con ritmo competitivo. Y con el primer refuerzo invernal, Jozabed, solo pendiente de revisión médica.

Tanto Berizzo como Voro manejaron sus recursos ayer en función de sus necesidades, cumpliendo los planes que habían anunciado en la víspera. El argentino mezcló a hombres de la rotación principal con los de la unidad secundaria. El valenciano tiró de canteranos, marginados y otros en vías de resurrección. Siempre existen datos que retratan el diferente empleo que cada club realiza de sus finanzas. Con los 15 millones que costó Cancelo habría fichado Miñambres a tres o cuatro jugadores de apuesta fuerte. La cotización del lateral portugués, supuestamente en la órbita del Barcelona, se ha desplomado en los duelos con el Celta. Bongonda lo arrasó por fuera en Mestalla y ayer Pione Sisto le rasuró el otro costado.

Sin nada que perder, el hambriento once inicial del Valencia tentó en el arranque ese golpe que podía alterar el equilibrio asimétrico previsto. Cabral, al despejar un centro, bordeó el gol en propia meta. Bakkali encaró con insistencia a Roncaglia. Los goles determinan la mentalidad de las escuadras y al Celta le costó algunos minutos desprenderse de la codicia que le generaba el 1-4 de la ida. Entreteniéndose en la medular, bien presionado, al equipo le faltaba su habitual verticalidad a ras de suelo y le sobraba por el aire, con pases en largo sencillos de neutralizar y mucha distancia entre líneas.

Señé robó y disparó en el minuto 6. En el minuto 20 se le fue un cabezazo por encima del larguero. El catalán se mostró muy dinámico en ese periodo. Ayudó a que Radoja y Tucu fuesen cosiendo puntada a puntada el juego. La oleada inicial del Valencia se fue difuminando y el Celta se apoderó del choque. Solo un tiro de Bakkali interrumpió una larga serie de remates célticos: uno de Jonny, dos de Pione y otro par de Rossi, que no acertó a culminar una gran contra.

El 0-0 al descanso se antojaba la clausura del duelo. El Celta había superado ese terreno pantanoso, en el que un gol del Valencia o una expulsión propia podían haber generado la histeria necesaria para cuestionar una aritmética contundente. Los levantinos volvieron a arrancar con ímpetu, con un testarazo impreciso de Cartabia, pero ya más por orgullo, sin opciones reales de compensar sus desastres de la ida.

Con todo, el partido no degeneró en la abulia previsible, aunque Berizzo sacase a Marcelo Díaz para cantarle una nana al balón. El gol de Rossi le soltó las ataduras. Cabral regaló el empate dos minutos después y el juego cayó en ese frenesí tan propio del Celta. Irrumpió de su cascarón ese equipo que se vuelca en cada minuto como si fuese el último de existencia, sin ahorros ni previsiones, salvaje, incivilizado, manirroto.

Aunque fueron los vigueses, a través de Rossi, los que estuvieron más cerca de incrementar su cuenta, era evidente que la anarquía del ida y vuelta no le convenía al propietario de la ventaja. Así que Marcelo se alió con los centrales, y con Wass o Pape cuando entraron en acción, para bajarle los latidos al partido, para darlo por terminado mediante sedación.

Fue Pione Sisto el que más se resistió a cerrar los párpados. El danés se agiganta cuando se siente a gusto y sacó a relucir su catálogo de frenadas, arrancadas, regates hacia dentro y giros hacia fuera. Si bien serio en sus evoluciones, empezó a bordear la frontera de la frustración valencianista. Parejo decidió frenar en falta su última internada. En nadie mejor que en su capitán se fotografía la crisis che: en su desquiciamiento, en sus deslices fuera y dentro de la cancha. Su grosera patada penalizó a su propia escuadra, que había dejado una imagen digna y confiaba al menos en irse de Balaídos con un empate. Aunque Marcelo o Wass ostentan galones superiores en la jerarquía de los golpes francos, incluso los compañeros supieron percibir que Pione estaba en estado de gracia. Jaume voló y tocó el balón, pero no pudo interceptar un disparo más fuerte y sesgado en el efecto que colocado. Otra sonrisa para un Celta que sigue de fiesta.