Uno de esos caprichos que tiene el fútbol acabó por inclinar el duelo que Berizzo y Sampaoli libraron por la herencia de Marcelo Bielsa, referente de ambos. Un enfrentamiento descarnado y apasionado que obliga a una pausada digestión por su riqueza táctica, por sus infinitos matices y que se decidió en el descanso cuando el Sevilla puso de manifiesto su descomunal fondo de armario y al Celta, cansado tras la estresante semana vivida en Europa, se le subió el agotamiento a la cabeza. La victoria andaluza rompe el idilio que los de Berizzo vivían en su estadio donde acumulaban cinco victorias ligueras de forma consecutiva, pero reafirma la identidad de un equipo honesto que jamás renuncia a dar un paso más que el rival.

Pero todo empezó en una decisión casi obligada de Sampaoli, cuya obsesiva pizarra salió bendecida de Balaídos. Se lesionó Pareja al final del primer tiempo y el técnico echó mano en el descanso de Iborra renunciando a los tres centrales con los que había comparecido en Vigo y que estaban sufriendo un verdadero tormento ante la insistencia céltica. El Sevilla agradeció el cambio y, aún por encima, el valenciano noqueó al Celta con el primer "triplete" de su carrera deportiva para alcanzar una victoria amplia que en absoluto describe lo vivido.

Porque hasta que apareció en escena la cabeza de Iborra para inclinar el duelo, el Celta ofreció una resistencia gigantesca a un equipo sobrado de recursos y de físico. Fue el del primer tiempo un duelo asfixiante entre dos equipos de autor que trataron de reducirse el espacio de un modo radical. Los de Berizzo estuvieron a punto de llevar la línea de presión fuera del estadio y tampoco se quedó atrás el Sevilla. Trasladado al fútbol era como asistir al duelo de ver quién aparta antes la vista. Y ni Berizzo ni Sampaoli estaban dispuestos a ceder un metro al otro. El partido fue un constante viaje de un área a otro. El medio del campo fue una simple zona de paso por la que galopaban los futbolistas con metros para correr. Obligados a ajustar la presión, cada pérdida, cada décima de retraso en un cruce se transformaba en una llegada peligrosa para el rival. Una delicia para los que gusten de este fútbol convertido en batallas individuales por todo el terreno. Una fiesta que puso en acción a los futbolistas más talentosos de ambos equipos y que no tardó en obligar a los porteros (Rubén y Rico) que fueron responsables de que el marcador no se moviese en el primer tiempo.

Al Celta le faltó en esa primera entrega algo de finura en su trío de ataque. Orellana está en pleno viaje de vuelta tras su larga lesión y Pione Sisto, que volvía a ser titular, perdió casi siempre la pelea contra Mariano. Con esas, los vigueses vivieron del ingenio de Iago Aspas, que fabricó algunas de las ocasiones más claras de esa primera entrega. Pudo marcar el moañés en un cabezazo picado y sirvió más tarde a Orellana un balón que el chileno envió de volea a la grada de marcador. Fueron las mejores ocasiones de un Celta generoso y desatado que le fue robando metros al Sevilla hasta condenarlo a defender el área de Rico. Brilló el trabajo del trío de mediocampistas que gobernó un inspirado Marcelo Díaz bien secundado por Hernández y Wass. Fue el suyo un ejercicio de generosidad conmovedor. Reventaron para tapar la salida del Sevilla y para hacer frente a la exhuberancia física del equipo de Sampaoli. Fuertes, grandes y rápidos como pocos equipos en Europa.

Pero la lesión de Pareja lo cambió todo. Entró Iborra, el Sevilla pasó al 4-4-2 y Sampaoli pensó que había llegado el momento de frenar aquel intercambio de golpes. Por si fuera poco, en su primera llegada del segundo tiempo explotaron la diferencia física entre ambos y la ancestral deficiencia del Celta a la hora de defender el balón parado. Tres futbolistas saltaron con Iborra en la defensa del saque de esquina. Ni cosquillas le hicieron. El valenciano explotó su altura y corpulencia, pero también la candidez de sus marcadores. Tocó con suavidad el balón y Rubén, que se había quedado en tierra de nadie, hizo el resto. Con una facilidad pasmosa el Sevilla había inclinado un partido que parecía un jeroglífico imposible de descifrar.

El Sevilla se encontró con un panorama maravilloso enfrente y el Celta vio delante un muro al que no se veía final. Pero no renunció a escalarlo. Wass obligó a Rico en un disparo lejano y Orellana estuvo cerca del gol en un remate desviado por un contrario. Pero con el paso de los minutos los vigueses comenzaron a acusar el esfuerzo físico y mental de una semana exigente por lo vivido en la Europa League mientras Sampaoli seguía encontrando futbolistas extraordinarios en el banquillo como Kolo o Correa que le dieron un plus en todos los sentidos al equipo. Berizzo había recurrido a Bongonda y a Guidetti, pero ya no pudo cambiar el destino del partido. El Celta no renunció a nada de lo que había hecho en el primer tiempo, siguió tratando de sostenerle la mirada a Sampaoli, pero las piernas ya no permitían negarle el espacio a los andaluces como en el primer tiempo. En una de las galopadas del Sevilla Iborra le ganó la carrera a Hernández para hacer el segundo y casi en el descuento llegó el tercero del mediocampista valenciano tras un claro penalti cometido por Cabral. Ganó la pizarra y el banquillo de Sampaoli. Y eso que fue el primero en apartar la mirada en el duelo con Berizzo.