Contaba con gracia Tony Barton, entrenador del Aston Villa campeón de Europa en 1982, que tras regresar de Bruselas donde se habían clasificado para la final tras resistir un terrible asedio sobre su portería del Anderlecht, se encontró a su casero en un pub. Un hombre afable, de buenos modales, para quien la visita semanal al Villa Park era parte imprescindible de su vida. Tenía el rostro inexpresivo y la mirada perdida, como el boxeador que acaba de recibir un golpe definitivo y aún no es consciente de que todo ha terminado. "Señor Barton, acabo de leer la prensa y estoy empezando a creerme que el Villa puede ser campeón de Europa", le dijo tras verle. El entrenador le reconfortó con un cálido abrazo, le miró fijamente y le soltó sin anestesia alguna: "Es imposible. No tenemos la mínima posibilidad contra el Bayern". Y se marchó. En ese instante no se le ocurrió mejor terapia para aquel arrebato de dolorosa esperanza que un golpe seco en el estómago y dejarle allí, más perdido que como le encontró.

Una parte del celtismo ha vivido la primera fase de la Europa League con una extraña y poco justificable angustia. Impropio de quienes llevaban una década esperando repetir experiencia y de quienes festejaron hace meses el sexto puesto como lo que es, el título que el desigual chiringuito que gobierna Tebas reserva a los equipos del tamaño del Celta. Por eso cuesta ponerse en la piel de quienes se instalan en el drama y el sufrimiento de manera innecesaria. Ya son ganas de padecer. Es como quien después de conseguir la cita soñada para el baile de fin de curso en el instituto se desvela por culpa de la corbata que llevará esa noche o por si ha llegado el momento de darse un tinte nuevo en el pelo. Hay quien ha pasado este trance europeo así, incapaces de entender que casi todo es accesorio y que lo realmente importante de esta historia es la sonrisa de la chica y que, con algo de suerte, también quiera quedar el siguiente sábado.

Estas semanas han sido como un incómodo escozor para quienes tienen el cargamento de "peros" siempre a punto a la hora de referirse al Celta y más concretamente a Berizzo. Yo me los encontraba en Twitter, pero también a mi lado mientras tomaba el primer café del día o recogiendo el correo en el portal de casa. Demasiado reproche al equipo, al técnico, a las alineaciones, a las rotaciones (como si alguien tuviese la verdad absoluta sobre uno de los grandes misterios del fútbol). Admito que cuesta entenderlo. Por un extraño proceso que desconozco el Celta se convirtió en verano en una máquina trituradora que debía pasar por Europa despedazando rivales. Esa idea revela un absoluto desconocimiento sobre lo que ha sido el equipo estos años. La grandeza del Celta que pensó Luis Enrique y desarrolló Berizzo radicaba en mirar directamente a los ojos de los grandes, en no sentirse inferior a nadie. Pero tampoco superior. Y en tener claro que el día que bajara los brazos (pocos) se convertiría en presa fácil para cualquiera. Sin embargo, se tiende a despreciar al rival, se ningunea lo que no se conoce y ni tan siquiera las malas experiencias de otros ayudan a aprender la lección. En la Europa League ya han quedado sepultadas las opciones de equipos como el Inter, el Feyenoord o el Southampton y han padecido hasta el último minuto otros como ilustres como el Manchester United o el Villarreal. El sufrimiento del Celta, en cambio, se juzgó innecesario para muchos, un capricho del entrenador que prolongó la angustia por culpa de su enfermiza afición a las novelas de suspense. Casi parecía una grosería clasificarse el último día.

Seguro que Berizzo se ha equivocado en algunas, o incluso en muchas, de las decisiones que ha tomado estos meses. Él lo sabrá mejor que nadie. Pero los villancicos y las luces de colores han comenzado a llenar las calles y el técnico mantiene al equipo en pie en las tres competiciones sin que sus jugadores hayan emitido señales de agotamiento. Ese era el objetivo. No caerse de ninguna competición y sobre todo, no pagar en la Liga el esfuerzo físico y mental que genera pasear por Europa, algo que deberíamos tener presente, pero que por lo visto hemos olvidado. Su plan pasaba por haber solucionado la clasificación contra el Standard en Balaídos, pero el destino le concedió otra ocasión que no desaprovecharon en Atenas. A la hora de hacer balance, el equipo sale airoso. Pese a ausencias capitales como la de Orellana o la irregularidad de algunas piezas clave, el Celta ha ido llenando de citas los primeros meses de 2017. Exigirle más a estas alturas parece un delirio. No disfrutar del momento, una decisión incomprensible. A ver si vamos a tener que pedir a Berizzo que avise en rueda de prensa de que el Celta no ganará la Europa League. Para evitarle a más de uno el mismo sufrimiento que al casero de Tony Barton.