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En el álbum de Wembley

Aspas une su golazo a los momentos mágicos que el fútbol ha vivido en el estadio inglés

Scorey y su caballo Billie, en el primer partido en Wembley.

Del viejo Wembley, clausurado en 2002, queda el recuerdo de sus torres gemelas, blancas como los acantilados de Dover. El estadio actual, diseñado por Norman Foster e inaugurado en 2007, presume de su gigantesco arco, su lujo y su funcionalidad. Le faltan alma y cicatrices. Pero es todavía un escenario mágico, que sublima todo aquello que sucede en su interior. El golazo de Aspas se suma a su álbum de imágenes indispensables.

Wembley, edificado en 1923 como Estadio del Imperio Británico, no sólo ejerce su sortilegio sobre el deporte. Conciertos como el "Live Aid", que reunió a los mejores artistas en 1985 para recaudar fondos contra la hambruna en Etiopía, y el de Queen al año siguiente, con Mercury paseándose majestuosamente -corona, cetro y capa de armiño-, se cuentan entre los más icónicos de todos los tiempos.

Son varias las disciplinas deportivas que ha acogido. En Wembley se celebró la ceremonia de apertura de los Juegos de 1948, los primeros tras la Segunda Guerra Mundial, aústeros y a la vez iluminados por la esperanza. Muhammad Ali, todavía Cassius Clay, boxeó allí en 1963 contra Henry Cooper ante 55.000 espectadores. Cooper mandó a la lona a Clay con un gancho de izquierda. Se masticaba el noqueo. Pero el entrenador de Clay, como después admitiría, manipuló sus guantes en un descanso entre asaltos y reclamó tiempo para cambiarlos. Su pupilo pudo recuperar el resuello y acabó abriéndole una ceja al inglés. Quizás la derrota hubiera torcido el destino de quien se convertiría en el más grande.

El salto más memorable en Wembley lo dio Evel Knievel, famoso motorista especializado en acrobacias, que el 26 de mayo de 1975 voló sobre trece autobuses londinenses, de los colorados de doble piso. Knievel cayó mal, de tal forma que su propia moto lo atropelló. Fue capaz de abandonar el estadio por su propio pie antes de ser atendido de múltiples fracturas.

Claro que es el fútbol lo natural en Wembley. Un partido fue el primer espectáculo que acogió y a la vez su primer relato legendario. Bolton y West Ham disputaban la final de la copa inglesa. Las autoridades, creyendo que ambas aficiones no sería capaces de ocupar las 100.000 localidades, abrieron las puertas. Cuando intentaron cerrarlas, ya no pudieron contener una marea humana, cercana al cuarto de millón, que lo colapsaba todo, incluso la cancha. Fue entonces cuando George Scorey, un policía metropolitano, consiguió llegar con su caballo Billie hasta el círculo central y desde allí evolucionó para lograr al menos que el terreno de juego quedase despejado. Billie resalta en las fotos de la época, pálido como un fantasma, en realidad de pelaje gris claro. La vía principal que conduce a Wembley todavía pasa por encima del Puente del Caballo Blanco.

Desde ese primer duelo se han sucedido los partidos de gran calibre. Wembley, estadio nacional, funciona como sede en las finales de FA Cup, Community Shield y Carling Cup. En 1953, Stanley Matthews ejerció de héroe a los 38 años completando la remontada del Blackpool sobre el Bolton (4-3) para ganar la FA Cup. A nadie se le olvidan el gol de Ian Porterfield y la doble parada de Jim Montgomery a remates de Trevor Cherry y Peter Lorimer que permitió al Sunderland ganar ese mismo título en 1973 ante el poderosísimo Leeds, en una de las grandes sorpresas de los anales del fútbol. Igualmente es de la FA Cup la "final de los cuatro minutos", con tres goles en ese periodo agónico para que el Arsenal, tras ver cómo el Manchester United le empata 2-2, resucitaba y se proclamaba campeón por 3-2.

Wembley ha acogido además siete finales de Copa de Europa y Champions. El gol de Koeman a la Sampdoria es uno de esos tesoros congelados en el reloj. El Barcelona conquistó también su cuarta "orejona" a costa del United, ya sobre la nueva cancha, en 2013. En Wembley marcó George Best un gol extraordinario y decisivo al Benfica de Eusebio en 1968. Y Kenny Dalglish se encumbró con el Liverpool ante el Brujas en 1978.

Aunque ha ejercido ocasionalmente de alojamiento para clubes como Arsenal o Tottenham por razón de obras o aforo, Wembley es sobre todo el hogar de la selección inglesa, que ganó la Copa del Mundo a Alemania en la famosa final del "gol fantasma" de 1966. Lugar de caídas y redenciones, aún resuena el eco de los gritos de Stuart Pearce en los cuartos de final de la Eurocopa de 1996. Inglaterra y España se jugaban el pase a los penaltis tras el 0-0. A Pearce le mortificaba el recuerdo del penalti que había fallado contra Alemania en las semifinales del Mundial de 1990. Había sufrido comentarios crueles. Decidió afrontar sus miedos. Anotó e Inglaterra se clasificó. Es la única tanda de penaltis que Inglaterra ha ganado en su historia -de hecho, fueron eliminados en la ronda posterior por los germanos así-.

En Wembley, incluso una acción que no acaba en gol, como el eslalon que presentó a Maradona al planeta en una visita de Argentina en 1980, o un gesto excéntrico, como el escorpión del colombiano Higuita en otro amistoso, pueden transformarse en joyas que las generaciones venideras admirarán. El gol de Aspas ya lo es.

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