A Menotti le preguntaron en cierta ocasión tras perder un partido por los motivos que habían provocado su derrota. El tipo miró muy serio a su interlocutor, dio una bocanada al cigarro que le suele acompañar y respondió con ese tono de poeta al que nadie compra un libro: "¿Tiene tiempo para tomar nota?".

Ayer por la noche las hordas tuiteras, que son la barra del bar de toda la puñetera vida pero con mayor afluencia y peores modales, debatían de manera acalorada y en plena frustración por lo sucedido en Las Palmas en busca de la razón que había llevado al Celta a ceder un punto en un partido que en el descanso dominaba por 0-3 tras un verdadero festival de eficacia (nunca un 23% por ciento de posesión había servido para algo tan hermoso). Sergio, Berizzo -que tiene a sus animosos francotiradores siempre despiertos, con el arma cargada, por si hay ocasión para compensar los largos periodos de silencio a los que se ven condenados-, el árbitro?nadie se ponía de acuerdo a la hora de dar con la clave del estropicio canario. Las versiones de amontonaban, componían un cuadro casi siniestro, cuando la solución seguramente era bien sencilla: todos tenían parte de razón en sus planteamientos.

Un 0-3 como el de ayer se te escapa porque en el primer tiempo Orellana, que es un tipo insustituible en este Celta, tiene que abandonar el campo lesionado por una entrada que se quedó sin castigo y sus compañeros se quedan en el campo con ese vacío que provocan las ausencias dolorosas. Un 0-3 se esfuma porque la primera "faltita" de Hugo Mallo es castigada con amarilla como si el de Marín ya viniese advertido del calentamiento. Un 0-3 se te va de las manos porque tu portero decide darle vida al rival con una salida ridícula en la primera llegada a su área en el segundo tiempo. Un 0-3 se evapora porque la primera falta que comete Sergi Gómez acaba con tarjeta amarilla. Un 0-3 se va al limbo porque cuando Las Palmas empieza a soñar con la remontada Pablo Hernández estampa contra el palo un balón al que solo había que acompañar a la red. Un 0-3 se diluye porque el rival lleva toda la semana recordando al mundo que fueron robados hace una semana en Villarreal. Un 0-3 se desvanece porque tras recibir el segundo gol y quedarse sin lateral zurdo a nadie, incluido el banquillo, se le ocurrió tener un poco de astucia y no sacar de centro hasta que el cambio de Jonny se hubiese realizado. Un 0-3 se escurre porque Melero López ve cosas. Un 0-3 se viene abajo porque el Celta tiene una peligrosa tendencia a entrar en pánico cuando más seguro debe sentirse. Un 0-3 se tambalea porque el fútbol es un deporte inexplicable al que todo el mundo cree encontrar su misterio. Un 0-3 vuela de tu lado porque la línea de fuera de juego es un concepto complejo de entender para un simple mortal. Un 0-3 huye por la ventana porque el medio del campo del Celta desaparece cuando más se le necesita para convertirse en una simple membrana fácil de atravesar para un contrario. Un 0-3 acaba de la peor forma porque el fútbol español es una verbena que lleva a los árbitros a jugar condicionadospor los errores que sus compañeros han cometido una semana antes. Un 0-3 acaba en empate porque la serenidad la recuperas cuando has recibido el tercer rejonazo y no antes. Un 0-3 se trunca porque en la última jugada el remate ganador se va al palo. Un 0-3 se lo lleva la corriente del río porque el Celta es un equipo de naturaleza silenciosa, que se queja poco y con el que uno puede tomarse ciertas libertades.

Ayer el Celta dio un manual sobre cómo estropear una noche que amenazaba jolgorio. Cedió un punto víctima de sus muchos errores propios y de los groseros fallos del prójimo. Un partido que debería llevar al equipo a reflexionar sobre la forma de manejar ciertos resultados porque el fútbol español no tiene remedio. Vive instalado en la hipocresía permanente. La que lleva a Quique Setién -un entrenador ejemplar y gran responsable también de lo sucedido- a poner el grito en el cielo hace una semana y ayer, tras ser preguntado por Melero López, a encogerse de hombros y decir "no voy a arbitrar yo ahora". Ese es el fútbol que tenemos, el que consiste en lloriquear un día para que a la semana siguiente sea otro el ultrajado.

Lo que nunca se le podrá perdonar a Melero, un mal árbitro que algún día regalará también al Celta algún punto, es que ayer por la noche le robase el protagonismo a un chaval de Moaña que se llama Iago Aspas, convertido a estas alturas en uno de los mejores jugadores de la Liga española. Cada día que se levanta de la cama es un poco mejor. Su partido merecía todos los focos, todas las miradas, todas las luces y todos los tuits.