Dos obras de arte, cada una a su manera, de Fontás y Orellana afianzan al Celta en su camino por Europa, que ayer vivía una de sus etapas más complicadas. Ante un Ajax que vivió de los regalos puntuales del equipo vigués, los de Berizzo rescataron un punto que les mantiene en la pelea con los holandeses por el primer puesto y mantiene a raya a sus perseguidores. Y todo ello sin desgastar al bloque de jugadores que el domingo afrontarán el derbi ante el Deportivo.

El Celta es un equipo que olvida con frecuencia cerrar su puerta. Juega con ella permanentemente abierta, como si estuviese invitando al vecino a entrar cuando quiera. Forma parte de la peculiar naturaleza de la criatura de Berizzo y uno de los asuntos en los que la capacidad de mejora se antoja más evidente. Ayer fue un claro ejemplo. El Ajax, entusiasta y fiel a su escuela histórica, apenas inquietó a Rubén Blanco durante los noventa minutos. Pero se encontró con un anfitrión generoso que le concedió dos jugadas que producen verdadero sonrojo y que le permitieron explotar la velocidad y el talento de sus delanteros sin apenas oposición. Así llegaron los dos goles que convirtieron el partido en una costosa cuesta arriba que el Celta coronó en un día en que Berizzo se había guardado a buena parte de su "primera unidad" para el partido del domingo ante el Deportivo. Al final pesan los derbis y Berizzo lo sabe. Europa es un premio extra y donde el equipo debe circular con suficiencia y alejado de cualquier inquietud es en el torneo doméstico. Y pocas cosas inspiran y empujan más que la victoria en el clásico gallego. Por eso se cuidó aún más de lo que suele hacer en la Europa League. Aspas, Mallo, Cabral, Bongonda o el contusionado Díaz estaban en la grada; Wass y Orellana esperaban en el banquillo. En el campo futbolistas menos habituales como Señé, Lemos o los reaparecidos Fontás o Planas. Una circunstancia que el Celta acusó. Jugó un punto descontrolado. Tenían claro que quería mandar en el partido, pero sin ajustar la velocidad a la que debía hacer las cosas. Hubo exceso de imprecisión, sobre todo en algunas transiciones aparentemente sencillas que el Ajax esperaba como agua de mallo. Fue así como llegó el primer gol. Un centro mediocre de Señé descubrió un boquete en el medio del campo. Cuatro jugadores se quedaron a medio camino de taparlo y por allí se colaron los medios holandeses para dejar a Ziyech mano a mano con Radoja. Un buen regate y un remate raso sirvieron al buen jugador marroquí para inaugurar el marcador.

No tardó en responder el Celta. Lo hizo quien estaba siendo uno de sus mejores futbolistas. Fontás, que está tratando de recuperar su sitio en el equipo, estaba siendo básico en la salida del balón. Sus pases limpian rivales con asombrosa facilidad y gracias a él los de Berizzo eran capaces de alcanzar la línea de medios con aparente sencillez. Lo que nadie esperaba es que el central de Girona se sacase de la manga un ingenio técnico como el que supuso el empate. Un remate con la espuela, tras centro de Lemos, que sorprendió a Onana y que permitió al Celta alcanzar el descanso con el marcador equilibrado. No merecía otra cosa tras un primer tiempo en que los dos equipos corrieron mucho y jugaron muy poco, más preocupados por guerrear en el medio del campo donde Radoja hubo de emplearse a fondo para sostener a un Celta con una peligrosa tendencia a alargarse en exceso.

Pero son reinicidentes los de Berizzo. En el segundo tiempo volvieron a complicarse la vida de manera incomprensible. La segunda fue una entrega si cabe más áspera. Cerrado en los costados -solo Sisto por la izquierda generó alguna clase de desborde-, los vigueses abusaron del juego directo en busca de Guidetti, que libró una descomunal batalla con los centrales holandeses. Sus intentos por facilitarle la vida a la segunda línea apenas daba resultado hasta que asomó por el campo Orellana. Con el chileno en escena el Celta jugó a otra cosa. Volvió al suelo la pelota, llegaron las asociaciones y las buenas intenciones. Hernández dio también un paso al frente e incluso Sisto se atrevió con alguna triangulación. Pero la dichosa puerta seguía sin estar cerrada. Estaba Berizzo a punto de soltar a Rossi -cuya escasa presencia sigue siendo uno de esos misterios de la temporada- cuando el medio del campo del Celta se volatilizó. Como si un agujero negro se los tragase de repente. Cayó un balón en el círculo central y allí no había nadie vestido con la camiseta del Celta. Todos fuera de posición y los centrales demasiado lejos para acudir al rescate. El Ajax se encontró el regalo y no lo desaprovechó. Soltó a Younes, otro de sus cuchillos, contra Roncaglia. El argentino retrocedió en exceso, se aculó hasta su propio área a la espera de una ayuda o de un error del rival. No se produjo. El delantero del Ajax se perfiló y colocó un misil en dirección al segundo palo. Un golazo que volvía a llegar por la manía de no cerrar las puertas ni las ventanas cuando uno sale de casa. Al Celta le dolió el golpe. Anduvo por el campo perdido, cargado de deseos, vacío de ideas. Por fortuna se hizo presente el ingenio de Orellana cuando más falta hacía. El chileno recibió un balón de espaldas a la portería, cerca del vértice del área grande. Protegió el balón, se giró ante la presión del rival y soltó un cohete con la pierna izquierda que se coló por la escuadra de la portería del Ajax. Onana voló en busca de un imposible. Una obra de arte que salvaba la noche al Celta. Luego vendría el empate del Standard de Lieja y el Panathinaikos que haría aún mejor el empate de los vigueses que el día que aprendan a cerrar la puerta al salir disfrutarán de una vida más relajada.