El Club Kendo Vigo, fundado en 2004 aunque inscrito legalmente en 2008, surgió de un encuentro casual. Un grupo de admiradores de la cultura japonesa conocieron en unas jornadas de manga a Iroshi, un nipón que residía en Vigo, practicaba kárate y aikido, y tenía nociones de kendo. Con él empezaron a practicar una hora a la semana.

El kendo, "camino del sable", es la esgrima del sol naciente, un arte marcial antiquísimo, "muy reverencial, muy japonés, con una etiqueta rigurosa", describe el presidente del club vigués, José Pereira. Diego Fernández, principal responsable técnico, añade la importancia del componente mental. "Tiene herencias de la filosofía zen", informa.

Los miembros del Kendo Vigo, de los que una veintena están federados, fueron avanzando paso a paso en su conocimiento. Cuando Iroshi se mudó a otra ciudad, se pusieron en manos del argentino Javier Rischawy, un experto que promovió un salto cualitativo. Con él empezaron a programarse varios entrenamientos a la semana. Rischawy ha regresado a Buenos Aires. Ahora es Fernández y otros dos los que se encargan de la instrucción. Pero siguen en contacto con su maestro, que los adoctrina. Existen otros referentes. "Estamos bien coaligados con otros clubes", comenta Pereira. El pasado verano, por ejemplo, viajaron a Vigo a impartir clases el italiano Lorenzo Fago, el argentino Ernesto Kimura o el vasco Agustín Miguel, un ertaintza que ha alcanzado el sexto dan, un nivel muy elevado.

El Gimnasio Lanzalía, en Florida, les sirve de hogar. No todas las instalaciones resultan adecuadas. El kendo exige un buen parquet, mejor si es flotante, y techos altos. En cuanto a su práctica, los inicios suelen ser lentos y complican la captación. "Los primeros meses te los pasas andando adelante y atrás", confiesa Pereira. Aunque enseguida aclara: "Después es maravilloso". Y con la ventaja de ser una disciplina adaptable a cualquier condición física y edad. Fernández revela: "Se puede empezar de niño y practicarlo hasta los noventa años".

El kendo tiene técnicas, rituales y también un material muy propio, de apariencia seductora y no tan caro como pudiera parecer. Por internet puede encontrarse la indumentaria de iniciación (chaqueta y una especie de falta pantalón) por 70 euros y el arma (varillas de bambú unidas por cuero) por 30. Así pueden ensayarse ya los movimientos esenciales. Cuando meses más tarde comiencen los combates, el espadachín necesitará el bogu, como se conoce la armadura. "Por 300 euros se puede adquirir el set básico", cuantifica Fernández. Los que perseveran suelen ir refinando su gusto, siempre con piezas originales japonesas si es posible, con precios que ya superan el millar de euros.