Nairo Quintana (Tunja, 26 años), aquel "chico tímido y con desparpajo que no se arrugaba ante nada" cuando empezó a tomarse el ciclismo como una profesión, acaba de firmar su segunda gran hazaña desde su debut profesional en 2010. La Vuelta 2016 puso su nombre en el historial, como 29 años antes el legendario Lucho Herrera.

El descubridor de Nairo, el exdirector español Vicente Belda, no se siente extrañado al ver los éxitos del "escarabajo" ídolo nacional en Colombia. Desde niño fue un superdotado para la bicicleta y con 18 años su nivel físico hacia pensar que la máquina del reconocimiento médico estaba rota. La máquina, humana, era el chaval de Tunja.

"En la bici era un chaval con desparpajo, como ahora. Tenía unas condiciones muy buenas. Vimos lo que había y traté de asesorarle en calendario y planificación. Recuerdo que era espabilado, no tenía miedo a nada, nunca se arrugaba, era valiente, muy inteligente en carrera, con carácter", recuerda Belda.

El boyacense no se cansa de repetir que su vida es como la de cualquiera, aunque la popularidad en su país y en el entorno de cada carrera le obliga a transformar hábitos. Vive entre Mónaco y Tunja, a 3.200 metros de altitud, donde prepara las carreras.

Dicen los que le conocen desde sus comienzos que Nairo es atrevido y la vehemencia es una seña de identidad, por mucho que lo intente camuflar en su timidez.

Lo tacharon de testarudo por hacer cosas únicas, por ejemplo tener la osadía de subirse al vehículo de su padre, en el que vendían frutas en un punto conocido como Agua Varuna, sin tener apenas idea de cómo conducirlo y regresar a casa porque su hermana Leidy estaba cansada.

"Naironman" se transforma en carrera en una volcán silencioso. El vencedor del Giro 2014 y de la Vuelta 2016 ya hacía labores de equipo en su familia mientras se formaba como ciclista: amasaba el pan a las cinco de la mañana, daba de comer a las vacas, a las gallinas y a las ovejas antes del entrenamiento, ayudaba a recoger patatas. Todo eso curtió el temperamento de Nairo y formó una personalidad que traspasó lo cotidiano. "Muchos creen que no rompe un plato pero ese Nairo es tremendo", decía su padre.

Muchos años después, con Nairo en la elite del ciclismo mundial y en plena persecución del sueño amarillo del Tour de Francia, Nairo sufre los excesos de la popularidad, pero no varía el semblante de serenidad. Sonríe poco, en eso coinciden todos, pero cuando lo hace también es un exceso. Es un ídolo nacional y sabe que carga con mucha responsabilidad. Con su palmarés, Nairo deja claro que es un ciclista poderoso. Es un icono y siempre lo será. Solo le falta rebelarse contra la realidad y ganar el Tour de Francia. Aunque lo intente impedir Chris Froome. Ese es el reto del tímido rebelde.