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alpinismo

Sechu López: "Igual podría no haber sido capaz ni de atarme los cordones, soy afortunado"

Relata cómo encara la vida tras el accidente que ha deteriorado su capacidad visual de forma permanente

Sechu López, ayer, en Vigo. // Marcos Canosa

Sechu López, ourensano de nacimiento, vivía en Vigo desde 1992. La pérdida de ingresos, especialmente en los primeros años de baja laboral permanente, le ha llevado a trasladarse con Patricia, su pareja, a la localidad coruñesa de Miño. "Aquí vivía de alquiler y allí tengo una casa familiar", explica. "No vivo mucho más allá de lo que hay ahora. No tengo ni trabajo ni una necesidad imperiosa de trabajar. Puedo estar allí más tranquilo y dedicándome a vivir".

- Abandona Vigo después de 24 años. Debe costar, incluso a alguien tan acostumbrado a viajar.

- No es lo mismo viajar y regresar al hogar, mi referencia, que una mudanza. No me voy a Cuba ni a China pero es un cambio. Rompes con tu entorno cercano. La gente te dice que te irá a visitar, pero no es lo mismo. El contacto diario cambia. Pero es también una oportunidad de hacer cosas diferentes.

- Mentalidad positiva.

- Hay gente que me habla de lo que no voy a poder hacer. ¿Qué más da? Está claro que lo de la alta montaña era lo que más llamaba la atención. Y a la montaña no renuncio, aunque esas grandes expediciones? De momento no pasa por mi cabeza o sí, pero remotamente.

- Pero no lo descarta de todo.

- Aunque el ojo y su posición no mejoren, el cerebro trabaja para adaptarse y hay recursos. A veces tengo que cerrar un ojo para evitar esa vista doble y ya es instintivo, no lo tengo pensar, me lo pide el cuerpo. La mente es flexible, muy capaz. Así que igual con el tiempo?

- Las principales secuelas son la doble visión y la perdida de profundidad, de las tres dimensiones.

- Todo aquello que tiene que ver con la vista. Al no tener los ojos alineados pierdo la visión tridimensional, el relieve. Es lo que más me afectaría en la alta montaña. Con estas lentes nuevas, las terceras que tengo, mi visión frontal es bastante buena. A distancia estoy acostumbrado. Cuanto más cerca y más abajo, cerca de los pies, peor. A la hora de caminar por un terreno delicado me siento más vendido. Igual subiendo no tendría tantos problemas, pero en las bajadas, con grietas, desniveles? El esquí, el descenso de barrancos o incluso la escalada no me irían bien. He retomado el kayak. El mar se me ha aparecido como una buena salida para mantenerme en el terreno de la aventura.

- El alpinismo es un deporte de sensaciones intensas. ¿Es lo que más añora?

- Será diferente. Pero no tiene por qué ser peor. En una actividad nueva puedes encontrarte tan a gusto como en la anterior. Me gusta la aventura, ignorar qué sucederá, sin que el tiempo y el espacio estén medidos, la sensación de libertad. Eso puedo recuperarlo.

- En otros deportes uno acepta la retirada del alto nivel a una edad temprana. En el alpinismo usted tenía recorrido. Carlos Soria sigue subiendo ochomiles con casi ochenta años.

- Soria era uno de mis referentes. "Cuando sea mayor quiere seguir haciendo lo que él hace", pensaba. Y conozco más casos. Con la edad pierdes muchas cualidades, pero ganas resistencia y experiencia. Los límites están en el físico, en no tener lesiones. Un alpinista veterano sabe cómo moverse. Los jóvenes son muy echados para delante, se queman, no saben regular.

- Usted arriesgaba. En su caso alguna vez se le perdía el rastro durante largas horas. También porque siempre le ha gustado ir solo.

- Precisamente es una de las cosas que ahora me imponen más. Antes tenía mucha seguridad en mí mismo, sabía hasta dónde podía llegar, qué podía hacer. Conocía mis límites, aunque pudiese experimentar algo más allá. Se me daban bien la orientación o el cálculo de distancias. Ahora, al no ver bien, no estoy tan seguro ni tan cómodo. Esa pérdida de confianza en la alta montaña pesa mucho. Espero ir probando montañas pequeñas, más fáciles y comprobar cuáles son mis sensaciones.

- ¿Volver a empezar?

- En la montaña empecé joven, llegando cada vez más lejos y más alto poco a poco, con el rodaje. Sí es en cierto modo volver a empezar. En tu mente está esa experiencia y tienes que recuperarla. Me llevará un tiempo, pero sigo pensando en volver a la montaña y desde luego viajar. Y el kayak de mar me permite mirar hacia delante. He hecho varias salidas y me encuentro muy bien.

- Relata en su cuenta de Facebook que en una de esas salidas experimentó emociones parecidas a las de la alta montaña.

- Un día, volviendo a Miño desde Betanzos, soplaba el nordeste. Lo tenía de frente. Esa lucha contra el viento, con el mar picándose, es sentirse otra vez solo contra el medio. Me gustó muchísimo. Me recordó esa situación en la montaña, ese sufrimiento que gozas.

- Pasa del monte al mar, vaya.

- He realizado casi toda mi actividad deportiva de espaldas al mar, aunque lo he probado: vela, kayak de mar, buceo? Pero tenía la montaña metida dentro, no sé por qué. La montaña engancha mucho. Y la echo de menos, aunque diga que haré otras cosas.

- ¿Pero asume que habrá alguna expedición soñada que jamás realizará? ¿Algún ochomil?

- Sería demasiado peligroso. Tengo una posibilidad, que sería ir acompañado, no tan independiente como antes, con alguien que cubriese mi deficiencia visual. Yo aportaría otras cosas. Pero nunca estuve obsesionado con una montaña concreta. Llevaba dos años dándole vueltas a ir al Makalu, pero no pasa nada si no voy. Depende de cada momento. Me gustaría pensar que algún día recuperaré lo suficiente para ir a la alta montaña pero a cualquiera. Debo ir poco a poco. Hasta ahora, además, he estado bastante desvinculado del mundillo. Había tenido que centrarme en lo más inmediato: mudanza, el tema de la incapacidad permanente, abogados? Aún me queda el juicio de la indemnización, si no hay acuerdo antes. Pero ahora puedo empezar a pensar en planes. Luego está la posibilidad de asesorar a los jóvenes. Me gustaría ver a gente que siga teniendo ansia por la aventura.

- En los últimos años escasean las expediciones gallegas.

- Hay algún proyecto. Pero las grandes expediciones suponen mucho tiempo. No todo el mundo puede disponer de mes y medio seguido. Y está el tema familiar, si tienes hijos. Conozco a gente capacitada para al menos intentarlo y ya allí se vería si valen. Pero no se da. Es una pena. Viajando y sufriendo, entre comillas, se vive mucho.

- ¿Las situaciones extremas le han ayudado a encarar su accidente?

- Supongo que sí. Hay que vivir la vida en cada momento. Todo puede cambiar en un segundo. He vivido mucho, he hecho muchas cosas que quería hacer. He tenido un accidente pero sigo vivo, con ganas de hacer cosas; si no puedo hacer unas, pues otras. La clave es no amargarse con lo que ya no puedes hacer. Haber conocido situaciones en las que podía morir me hace vivir lo que tengo. Acepto los cambios.

- ¿Cuando su existencia cambia por algo tan puntual, de un centímetro o un segundo, le da uno muchas vueltas a la cabeza?

- Ni lo pienso yo ni dejo que los demás me digan: "Qué mala suerte". Es parte de la historia de cada uno. Me ha tocado, pasó y punto. No pienso en el destino o la mala suerte. En la vida hay que mirar hacia delante siempre.

- La alta montaña es una mezcla extraña de destino y voluntad. Cada paso que una da puede marcar la diferencia.

- Eso es lo bonito. Por eso me gustaba ir por mi cuenta, sin que un guía me dijese por dónde ir o cuándo, aunque respete ese trabajo. Se pierde parte de la esencia. Cuando uno es responsable de lo que elige, se exige a sí mismo. Eres dueño de tus decisiones.

- Supongo que ha tenido sus malos momentos. Habiendo sido tan activo parece mayor el peligro de amargarse.

- Amargura no, pero sí malos momentos. Te miras al espejo, desfigurado, no ves bien, nadie te garantiza nada, no sabes cómo evolucionarás e ignoras qué va a ser de ti. Igual podría no haber sido capaz ni de atarme los cordones. Me considero afortunado en el sentido de que puedo hacer vida normal.

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