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HISTORIAS IRREPETIBLES

La sirena borracha

Eleanor Holm, favorita para el oro en Berlín 1936, fue expulsada del equipo estadounidense por beber champán durante la travesía hacia Alemania

Eleanor Holm junto a Johnny Weissmuler, su amigo y compañero en el Aquacade, espectácuo acuático que dirigía su marido Bill Rose.

- ¿Qué hizo usted realmente?

Adolf Hitler no puede ocultar su intriga y se lo pregunta a Eleanor Holm, a través de un intérprete, durante uno de los actos sociales que el gobierno nazi ha organizado con motivo de los Juegos de 1936. El 15 de julio, en Nueva York, la nadadora se había embarcado en el S. S. Manhattan como la gran favorita en 100 metros espalda. Un día antes de atracar en Hamburgo, sin embargo, el presidente del Comité Olímpico Americano, Avery Brundage, la había expulsado del equipo. Al dictador alemán se lo acaban de contar y no entiende cómo los estadounidenses pueden renunciar a una medalla garantizada. El apodo que acompaña a Holm anticipa la explicación: "Champagne girl".

Eleanor había nacido en 1913; séptimo vástago de Charlotte y Franklin, un jefe de bomberos neoyorquino. Cerca del hogar familiar existía una piscina que pronto se convirtió en su lugar preferido. La pequeña tenía el ojo derecho vago y su madre se situaba en uno de los fondos con una bufanda llamativa para que su hija supiese cuándo girar. Superó esa limitación y destacó con rapidez. En 1928, con apenas 15 años, se clasificó para los Juegos de Amsterdam en su disciplina favorita, esos 100 metros espalda. Quedó quinta.

Eleanor se había convertido en una joven atractiva. Florenz Ziegfeld, el empresario teatral, la quiso en sus Ziegfeld Follies -revistas musicales de Broadway-. Holm se presentó a algunos ensayos y aunque rechazó la propuesta, quedó fascinada por la farándula. Deporte y espectáculo quedarán para siempre entrelazados en su vida.

En ese momento priorizaba la gloria olímpica. Batió récords conforme se iban aproximando los Juegos de Los Ángeles de 1932. Resultados que se conjugaron con su belleza para convertirla en un excelente reclamo. La revista Time destacaba: "No ha empañado todavía su preciosa frescura con grandes músculos y gordura".

No falló en su asalto a la cima del podio. Cierto que de la final se ausentó la holandesa Marie Braun, la campeona en Amsterdam. Una súbita enfermedad, causada por la picadura de un insecto, le impidó competir. Eleanor ganó con más de dos segundos de diferencia sobre la británica Joyce Cooper.

La victoria la consagró como estrella y Jack Warner se apresuró a firmarle un contrato de siete años con su compañía cinematográfica. Encomendaron su formación actoral a Josephine Dillon, la primera esposa de Clark Gable. Interpretó pequeñísimos papeles en algunas películas de Melvin LeRoy. Pero la flexibilidad que mostraba en la piscina se convertía en rigidez ante las cámaras. El estudio planeó emplearla en escenas acuáticas, como las que Esther Williams protagonizaría una década más tarde, pero Eleanor se negó. Cobrar por nadar la hubiera convertido en profesional y hubiera imposibilitado su nuevo reto: revalidar su título en Berlín.

Aquel ciclo olímpico le resultó muy ajetreado. En 1933 se casó con Arthur Jarrett, un antiguo compañero de instituto que cantaba en una orquesta. Juntos se fueron de gira por todo el país. Eleanor realizaba duetos musicales con su marido y seguía siendo una figura reconocible en los círculos del glamour. Ella misma alimentaba su fama. "Me entreno con champán y cigarrillos", presumía ante la prensa. Lo cierto es que aquel 15 de julio de 1936 se subió al S. S. Manhattan junto a otros 300 miembros de la delegación olímpica estadounidense habiendo encadenado siete años sin derrotas.

Lo que sucede a partir de entonces adquiere el rasgo de legendario en su sustancia real y la bruma que envuelve los detalles. El Comité Olímpico Americano había alojado a los deportistas en camarotes de tercera clase. Eleanor quiso comprarse un billete de primera y se lo denegaron. Finalmente acordó dormir y entrenarse con sus compañeros en una de las piscinas del trasatlántico, pero pasando el resto del día en primera clase.

Eleanor, que conocía a muchos de los periodistas, jugaba con ellos a los dados -haciendo escala en Cherburgo les ganó 200 dólares- y participaba en sus fiestas. Se cuenta que de una de ellas salió a las seis de la madrugada y que el comité la amonestó. Holm siempre negaría este primer incidente. El siguiente, que ella sí confirmaba, se produciría cuando Hamburgo ya estaba casi a la vista. En esa última fiesta la nadadora bebió champán, jugó, bailó y se fue tambaleándose hacia su camarote a las diez y media de la noche. Una mujer del comité, que ejercía de carabina, la delató.

Avery Brundage, el jefe de expedición, que se había opuesto al boicot a los Juegos de Berlín y que en 1952 alcanzaría la presidencia del COI, le tenía poca simpatía a Eleanor Holm. Era un fanático del amateurismo y la personalidad de la joven cuadraba poco con sus ideales austeros y conservadores. Brundage promovió una votación en el comité y a la mañana siguiente informó a Eleanor que había sido expulsada por violar las normas de conducta.

Brundage aseguró que un par de médicos habían descrito el estado de Eleanor esa noche como próximo al coma etílico y la habían descrito como alcohólica severa. Se decía que Eleanor, en plena borrachera, había gritado improperios. Ella señalaba que todos bebían durante el viaje y atribuía su castigo a la venganza de Brundage por haber rechazado sus insinuaciones sexuales. Más de 200 deportistas firmaron una petición de indulto, que fue rechazada.

Cuando llegaron a Alemania, Eleanor pensó en regresar. Pero William Randolph Hearst, el magnate de la prensa, la contrató como corresponsal, lo que incrementó la irritación de Brundage. Sus amigos periodistas le echaron una mano. Al final, Eleanor se convirtió en una de las protagonistas de los Juegos.

Al regresar a casa se pasó al profesionalismo. El empresario Billy Rose la contrató para su espectáculo Aquacade, en el que participaban otras figuras de la piscina como Johnny Weissmuller. Eleanor se divorció de Jarret y se casó con Rose. En Hollywood protagonizó "La venganza de Tarzán" pero no con Weissmuller sino con Glenn Morris, campeón de décatlon en Berlín. Su mansión en Mount Kisco, en Nueva York, se convirtió en lugar de acogida de famosos tan dispares como Orson Welles o Winston Churchill. De Rose también se acabaría divorciando, en un proceso escabroso que el gran público conoció como "The war of Roses", juego de palabras con la guerra dinástica inglesa de las dos rosas que también se emplearía en la película de Michael Douglas y Kathleen Turner. Eleanor encontraría la estabilidad sentimental con Tommy Whalen, un tahúr vinculado a la mafia en el pasado. Enviudó en 1986. Adinerada, feliz, siempre sostuvo que el incidente del S. S. Manhattan acabó proporcionándole más celebridad y provecho que cualquier medalla. Eleanor Holm, la primera mujer a la que el gran público vio con un traje de baño de dos piezas, la anciana capaz de sonrojar a Bill Clinton con sus piropos en una recepción en la Casa Blanca, fallecía en 2004 de una enfermedad renal.

- Si hubiera sido una atleta alemana, la hubiéramos castigado después de los Juegos, no antes.

Hitler lo tiene claro. Él hubiera preferido añadir una medalla al botín propagandístico que pretende. Estados Unidos se queda sin su triunfo. La holandesa Nida Holland se impone con un crono de 1.18:09. Eleanor escribe en su artículo para Hearst: "Hubiera podido saltar a la piscina olímpica con una botella de champán en cada mano e igualar ese tiempo".

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