A Quino Salvo lo lloran sus íntimos. "Un cometa", le dice Julio Bernárdez por lo maravilloso e infrecuente. Trasciende además su condición de personaje especial. El vigués protagoniza anécdotas sin fin. Las pintorescas, como arrojarse desnudo a las aguas aceitosas del puerto de San Sebastián para ganar una apuesta. Las que se narran entre susurros aunque "los delitos ya hayan prescrito", bromean los amigos, porque Quino exprimió la vida. Dominan, sobre todo, las historias que retratan su generosidad. Narra Rafael Bóveda que Quino, siendo estrella del Atlético, se iba a dirigir actividades deportivas a una cárcel y conseguía después que Jesús Gil invitase a medio centenar de reclusas a los partidos.

Ese Quino que jamás negó una sonrisa ni cicateó su ayuda redondea la trascendencia de su figura. El vigués completaba fuera de la cancha el enamoramiento que provocaba dentro de ella. Porque conviene no olvidar la razón primera de su repercusión: Joaquín Salvo Pastor fue un extraordinario jugador de baloncesto.

Quino forma parte de la explosión del basket español en los años ochenta. Tiene un valor icónico, de hecho. El pecho palomo aprisionado en la camiseta violeta del Fórum, el pantalón a medio muslo, su flequillo rebelde... Ejerce de héroe de la clase media, aquella que batalla contra Barça. Real Madrid, Joventut o CAI, contra los consagrados en Los Ángeles 84. Pudo compartir alguna gloria con ellos. Díaz Miguel lo consideró para viajar a Seúl 88. Acabó decantándose por el tiro de Beirán.

Quino les sostiene la mirada a esos colosos. "El premio al mejor defensor se crea por él", especifica Julio Teixeira. En su estilo, el vigués inaugura una época y anticipa caminos. Es de físico impetuoso, con una mezcla moderna de kilos, velocidad y potencia que le permite defender igual a un base que a un ala-pívot. "Epi, Sibilio, Biriukov, Laso... Todos lo sufren", enumera Teixeira.

Pero aunque se luzca como especialista, y sus técnicos lo emplean sistemáticamente sobre el astro rival, Quino se destaca como jugador total. En sus primeros años alcanzaba elevadas anotaciones gracias a su contudencia en la transición y su dominio del bote, parada y lanzamiento a media distancia, muy en la línea de Vinnie Johnson. Después, en la élite, mantuvo una gran producción, de 9,8 puntos de promedio en los registros que la ACB maneja. Pero plegándose a aquello que su equipo necesitase. Teixeira describe: "Quino, por ejemplo, pasaba de maravilla. No sabías cómo y de repente tenías el balón en las manos". Así de eléctrico se manejaba en los movimientos cortos.

Más allá de la técnica y la táctica, Quino conocía el juego y era sobre todo un extraordinario competidor. Chiño Abalde describe un San Fernando-Oar en el que se midieron. "Pese a que éramos amigos íntimos nos dimos de hostias". Teixeira acota: "Quino era en la cancha como en la vida, impulsivo, generoso, un líder que contagiaba energía. Pero cuando terminaba el partido nunca había problemas con ningún rival".

No solo los profesionales conocieron la intensidad de Quino. Lo sabe cualquiera que jugase con él a siguientes en las pachangas veraniegas y fueron cientos. Nadie podía expulsarlo de su reino de losetas. Mostraba el mismo orgullo combativo en Samil que en el Palau Blaugrana. Y el mismo compromiso dirigiendo al Lobos en ACB que al Marín Peixegalego en EBA.

Vigo no pudo disfrutarlo como jugador y tampoco cuajó aquel proyecto del Gestibérica que dirigió. Su Memorial trae el baloncesto masculino de élite a la ciudad, con el sueño de convertirlo en un trofeo estable. "Puede ser una gran oportunidad para Vigo", creen los que lo organizan. La última asistencia de Quino.