Cuando se escriba la historia de esta generación, pronta a concluir, se señalará la ausencia del oro olímpico. Pero sin empañar su leyenda, también grande en la derrota, en su afán heroico contra lo imposible. España cayó por tercera vez con Estados Unidos en la pelea por las medallas y deberá buscar el bronce como consuelo y epílogo.

Mismo resultado, desde el camino opuesto. No fue esta vez el frenesí de Pekín (107-118) o Londres (100-107). A los dos equipos les escasea más la pegada. Estados Unidos ha perdido talento sin Lebron, Kobe o Chris Paul. A Krzyzewski le salió una convocatoria algo desequilibrada y la química del grupo se ha deteriorado. A España le pesan las bajas y sobre todo la edad. Fue, en consecuencia, un duelo más trabado y táctico, de detalles, que son los que sentenciaron a España.

La selección jamás estuvo por delante en el marcador. No llegó a olerle el miedo a su rival, ningún instante crucial como aquel triple fallado por Jiménez. Pero tampoco se distanció más allá de 13 puntos. Habitó en ese limbo que puede mortificar más que el infierno, sintiendo que apenas un cristal te separa de la vida.

Siempre se ha supuesto la necesidad de un choque perfecto para lograr la hazaña. España estuvo lejos de ese ideal. Falló en aquello que se antojaba imprescindible: proteger su zona y una elevada efectividad en los tiros librados. Estados Unidos capturó ocho rebotes ofensivos más (12-20) y dispuso de ese mismo número superior de tiros (64-72). Que en tales circustancias apenas ganase por seis retrata su fragilidad, que Pau Gasol resume: "Eran más ganables que nunca".

La estrella española jugó, aunque con una protección en su gemelo contracturado. Scariolo no quiso protegerlo pensando en el bronce. Posiblemente él tampoco se hubiera dejado. No son cálculos que Pau considere. Las limitaciones físicas le pesaron, aunque justo al revés que ante Francia. Anotó 23 puntos y ya ha superado a Epi como máximo anotador histórico de la selección. Produjo gracias a su inteligencia: palmeos, buenas posiciones... En el uno contra uno, cuando iniciaba las acciones a cuatro metros de canasta, sufrió. Y tuvo que dosificarse en defensa, sin poder llegar a las ayudas como en cuartos de final. Y si Mirotic se había apropiado de sus puntos ante Francia, ayer España añoró al montenegrino, que se cargó de faltas y encestó su primer y único triple en el minuto 35.

Krzyzewski y Scariolo han sabido crear dinámicas, ambientes y flujos con plantillas difíciles de gestionar, posibilitando que sus estrellas se sientan cómodas. Ayer, sin embargo, también cobraron protagonismo en lo concreto de las pizarras. Krzyzewski introdujo a DeAndre Jordan en su quinteto inicial. No frenó a Pau, pero sí cosió mejor la defensa. Krzyzewski no quería concederle a España ni los cinco minutos de relax que se permitió ante Argentina. Estados Unidos arrancó en marcha. Cuando sentó al pívot de los Clippers, porque España había entrado en bonus y podía activar el "hack-a-Jordan", los americanos habían capturado seis rebotes ofensivos por uno de España y ganaban 7-14, diferencia ampliada hasta el 17-26 del primer cuarto. Único parcial en el que uno de los dos adversarios se impuso claramente.

Scariolo, en realidad, nunca pensó en ordenar la falta táctica sobre DeAndre Jordan, hombre de lamentables porcentajes desde el tiro libre -se mueve alrededor del 40%-. No se acordó o no quiso por cuestiones éticas. Pero su mano sí se notó a partir del segundo cuarto. España empezó a combinar la defensa individual con la zonal para ralentizar el ritmo americano. Scariolo, además, forzó un cambio en el criterio arbitral, demasiado permisivo con las cargas en el rebote. Si bien perdió en la cuenta directa (cuatro técnicas por dos en una fase desquiciada), llevó el juego a los parámetros que le convenían a España. Además, la segunda unidad, que tantas suspicacias había despertado en los primeros partidos, lideró la reacción hasta el 30-33. Al descanso, todo seguía siendo posible (39-45).

El encuentro ya no volvió a experimentar alteraciones fundamentales en sus planteamientos. La selección española había conseguido neutralizar a los dos principales encargados de solucionar problemas, Kevin Durant y Carmelo Anthony. Para su desgracia, Klay Thompson decidió soltar esa muñeca privilegiada que había tenido aletargada durante casi todo el torneo. En los momentos de mayor presión se le unió Kyrie Irving, con su extenso catálogo de habilidades, que le permiten anotar desde todo rango de distancias.

Estados Unidos alcanzó su mayor ventaja con su primera canasta en el último cuarto: 57-70. Una invitación a la rendición, no tanto por la distancia en sí como por la sensación de que la comparación entre virtudes no admitía grandes parciales. España prefirió respetarse y consiguió seguir moviéndose por el entorno de la decena pese a que Scariolo retuvo algo a Pau en el banquillo. Dos faltas en ataque de Sergio Rodríguez y Llull, con 69-78 y todavía tiempo, malgastaron las últimas balas. Pero ni con la sentencia se permitió a Estados Unidos esas canastas finales con las que suelen adornarse. El plan era amargarle la fiesta a los hombres de Krzyzewski, que sufriesen como en una cadena de montaje, y se cumplió escrupulosamente aunque no bastase para romper esa última frontera. La única que Pau, Navarro y Felipe no han conseguido cruzar y que, sin ellos, España ya no podrá imaginar siquiera. Laten la esperanza y el indicio de que esta selección, si ya no brillante, seguirá siendo competitiva.

Queda por escribir el colofón apropiado a una aventura prodigiosa, que nadie hubiera podido concebir antes de aquel partido de Lisboa en 1999. Ese "fin" a tanta gloria de oro y plata, que sea al menos en letras de bronce.