Italia bajó a España de su pedestal y se vengó, cuatro años después, de la afrenta sufrida en Kiev donde ambas selecciones protagonizaron una de las finales más desiguales que se recuerdan. El cuento ha cambiado mucho desde entonces y España ha perdido su estatus internacional. Lo sucedido en el Mundial de Brasil ha tenido su continuidad en la Eurocopa de Francia. La justa derrota ante Italia tiene mucho de final de ciclo para un equipo que pide a gritos una remodelación en el campo y también en el banquillo.

Del Bosque se vio superado de forma evidente por un estudioso como Antonio Conte, capaz de equilibrar en el terreno de juego la teórica inferioridad técnica de sus futbolistas en relación a los españoles. Italia fue un equipo de fútbol, con todo lo que implica esa frase. Lleva toda la vida así. Han hecho de competir su marca independientemente de que, como sucede en este Europeo, le falte el brillo que le proporcionaban en las últimas décadas nombres como Del Piero, Baggio, Totti o Zola. Juegan con una convicción difícil de igualar, se ordenan mejor que nadie, explotan las carencias del rival y defienden su área como fieras. A España le faltó todo lo que sobró a los de Antonio Conte, muy superiores táctica, física y mentalmente ante el deprimente equipo de Del Bosque,a quien la idea de repetir la misma alineación de los tres partidos anteriores resultó un absoluto desastre. Se mantuvo con vida gracias a que en el primer tiempo David de Gea salvó a la selección con un puñado de intervenciones prodigiosas. Alrededor del portero todo era desorden e improvisación.

Especialmente hiriente fue la forma de defender de los españoles. Lentos, faltos de reflejos, de tensión. Italia les comprometió constantemente sobre todo por el costado izquierdo donde Jordi Alba y Sergio Ramos se hicieron transparentes. Para susto de quienes aún ven el fútbol como una sucesión de tópicos y creían que Italia iba a fiarlo todo a su BBC defensiva (Bonucci, Barzaglo y Chiellini), los de Conte se fueron con alegría en busca del área contraria con ese 3-5-2 que le permitía ocupar el campo con eficacia y generar superioridades de forma permanente. El desconcierto español hizo el resto. Ya había rescatado De Gea a la selección en un par de situaciones antes de que llegase la jugada del primer gol que sirve para describir la situación por la que pasaba España. Una falta en la frontal regalada por Ramos. Disparó Eder, De Gea dejó el balón muerto en el área y nadie acudió a su auxilio. Cuatro italianos sí fueron a por el rechace. Un ejemplo de la diferente tensión con la que ambos equipos encararon el partido. Tocó Pelle y Chiellini, en la boca de gol, empujó con la rodilla al fondo de la red.El gol hacía justicia a los italianos y castigaba la falta de recursos de España. Dentro del campo -donde Iniesta parecía el único que podía producir algo diferente en medio del absentismo general- y fuera, donde Del Bosque era incapaz de encontrar una solución al planteamiento de Conte. España jugaba rota, hecha pedazos. Presionaba siempre a destiempo, sus líneas se separaron en exceso desde el comienzo y los medios se veían incapaces de ocupar tanto espacio. Por allí volaban las transiciones italianas que siempre encontraban a la defensa con el pie cambiado. Buffon era un simple espectador de la función y el 1-0 era un mal menor para los de Vicente del Bosque.

El descanso permitió al técnico salmantino darle un meneo al equipo. Retiró a Nolito (desastroso como la mayoría de sus compañeros) para que entrase Aduriz. El equipo pasó a jugar con dos puntas y aunque al principio del segundo tiempo Italia dio la sensación de mantener el control sobre el partido, con el paso de los minutos España empezó a arrinconar a los de Conte. Sin mucho fútbol. Casi por inercia. El problema es que Italia no se sentía acosada. Se han pasado la vida resistiendo de pie ante las acometidas de equipos que como España soban la pelota sin profundidad ni peso en el área. Son para ellos un entretenimiento. Sin gente que abriese el campo, que apurase la línea de fondo, el dominio español era una absoluta inutilidad. Incluso pudo liquidar Italia la noche con un par de contras que obligaron a intervenir a De Gea. Sobre todo en un mano a mano de Eder que el italiano resolvió con un indecente remate al cuerpo del arquero.

El plan español cambió cuando en escena entró Lucas Vázquez por Morata. Incomprensible no haberle visto antes en esta Eurocopa. El gallego puso intensidad y veneno en el fútbol de los españoles. Italia no se sintió tan cómoda con él en el campo. Su presencia generó un alboroto en el campo que hizo dudar a la defensa italiana. Llegaron entonces las primeras ocasiones y las dos primeras paradas de Buffon que acreditó su infinita clase. Aduriz era un delantero más complicado de defender que Morata y por primera vez en todo el partido a los de Conte se le advirtieron algunas costuras. La lesión de Aduriz, que dejó a España sin un nueve nato, supuso un balón en las esperanzas de La Roja, pero aún tendría la selección su gran opción. Fue en un balón parado mal defendido por Italia. La pelota cayó en el corazón del área donde Piqué, completamente solo, tocó hacia un rincón de la portería. Allí surgieron las manos infinitas de Buffon para apagar la esperanza española. En la contra siguiente Pelle cerraba el partido y le daba un sonoro portazo a una era para el fútbol español. Toca refundación.