El balonmano gallego se despide de uno de sus padres fundadores. Ha fallecido a los 83 años Juan Luis Fernández, reducido a Juan Luis para el siglo. El resumen de sus mayores logros retrata su condición bíblica: Vulcano, Teucro y Academia Octavio lograron bajo su mando como entrenador sus primeros ascensos a la máxima categoría. Con él se hizo la luz, eterna aunque la suya humana se haya extinguido.

Juan Luis nació en Pontevedra el 16 de septiembre de 1932. A los diez años se mudó con su familia a Vigo, donde ayer fallecía. Su periplo balonmanístico, en tiempos de amateurismo estricto, se condensa entre su infancia y 1979. Empleado del Banco Exterior de España, ese año lo trasladaron a la oficina recién inaugurada en Santiago de Chile. A su regreso no retomaría la pasión deportiva al más alto nivel.

El tiempo le había sobrado para construirse una leyenda que incrusta sus raíces en el origen mismo del balonmano gallego. Hay que suponerle siendo niño en aquel balonmano de once contra once, en canchas de fútbol. En los registros de la fama irrumpe como extremo del juego moderno, figura del Vulcano. Siendo veterano coincidió con un jovencísimo Ignacio Núñez -quien presidiría el Celta entre 1991 y 1995-, que lo recuerda "con aquellas rodilleras, rápido, fuerte, espectacular".

El presidente del astillero, Enrique Lorenzo, había promovido la fundación del Vulcano en 1958. Nutrido en gran medida por empleados de la factoría, pronto se convirtió en punta de lanza. Y flirteó frecuentemente con el ascenso a División de Honor. Se culminó el 11 de mayo de 1969, en Lugo, ante el Picadero barcelonés. Juan Luis no saltaba ya desde el flanco. Dirigía la escuadra. La mañana del partido decisivo se había llevado a toda la plantilla a misa. El catolicismo era en él intenso.

El Vulcano desapareció el 30 de septiembre de 1971. Querellas con la Federación Española y angustias financieras concluyeron su aventura. Juan Luis trasladó su magisterio al Teucro, con el que consiguió ascender en marzo de 1973 a la máxima categoría. Y con él, Núñez, convertido en veterano. "Siempre me reñía porque en esa época ya no me apetecía mucho correr", reconoce. Hasta el exceso.

- Defiende más, Ignacio-, le gritó desde el banquillo, como tantas veces, en un partido vital.

- Juan Luis, que no me has sacado a la cancha-, le espetó Núñez, a su lado, en el banquillo.

Anécdotas similares pueblan su biografía. Juan Luis cuenta y protagoniza chascarrillos sin fin. "Era un gran gestor del grupo, un hombre muy simpático y bondadoso", esboza Núñez. Muchos confirman esa personalidad expansiva, magnética. Lo saben bien en el Academia Octavio. El propio Juan Luis narraba algunas vivencias en una publicación confeccionada para celebrar el 25º aniversario del club. En esas páginas recitaba que Chicho siempre llegaba tarde a los entrenamientos argumentando que se le pinchaban las ruedas del coche, que Arizaga pidió a los pasajeros que se pusiesen los carnets entre los dientes después de seis intentos fallidos de tomar tierra en el aeropuerto de Santiago o que varios jugadores, aprovechando que él y su mujer se habían ausentado, entraron en casa y le secuestraron a su canario Sansón, que no le fue devuelto hasta días después.

Entre broma y broma, con Octavio Rodríguez como el otro gigante referencial, también el equipo académico consiguió meterse en División de Honor. Culminó ese camino el 9 de marzo de 1975 ante el Gaztelueta en un Central a reventar con más de 5.000 espectadores.

Juan Luis seguiría en el cargo hasta 1979 y ese traslado a Chile. Le quedó margen para impulsar el Semca, un equipo de seminaristas, y el Gonzacoca, que militaron en la Primera Provincial. El Galicia Social comparte su corazón. Antes de cruzar el Atlántico se le organizó una cena de homenaje, a la que Santi, su capitán en el Octavio, se presentó con un salchichón como regalo. Era en desagravio por el que había comprado para su mujer Maribel en un viaje del equipo y que la plantilla, tras robárselo, se había comido.