Las estadísticas de la Fórmula Uno, sustentadas en más de medio siglo de historia, mantienen que el piloto capaz de ganar las cuatro primeras carreras del año -como esta temporada logró Nico Rosberg- siempre finalizó la campaña ganando el campeonato. Pero las estadísticas no cuentan para Lewis Hamilton. El británico busca una cuarta corona, tercera consecutiva con Mercedes, y en ello pone todas sus buenas y malas artes, que son muchas y variadas en ambos casos. Ayer logró su segunda victoria de la temporada sólo dos semanas después de su triunfo en Mónaco y con ella pegaba otro bocado a la renta de Rosberg, que de los 43 puntos que tenía tras las cuatro primeras citas ya sólo queda en 3. Es decir, nada.

Hamilton ganó porque la estrategia escogida en el box de Mercedes fue mejor que la ideada en Ferrari para Vettel, que protagonizaba una salida antológica que le llevaba de la tercera a la primera plaza tras superar como un tiro a las flechas de plata. Hamilton, que perdía la ventaja de la pole en un suspiro, miró entonces a la derecha y encontró contra quién descargar las culpas: un Rosberg que cada día es más consciente de que no hay peor enemigo en pista que tu compañero de garaje. El británico cerró al alemán, rueda contra rueda, y le envió a dar un paseo por la hierba del que Nico regresaba ocupando la décima plaza.

Con Rosberg eliminado prematuramente de la batalla por la victoria el mano a mano entre Vettel y Hamilton se decidiría en el paso por los garajes. Ferrari aprovechó la rotura del motor de Jenson Button en la duodécima vuelta para realizar el primer cambio de neumáticos en el monoplaza del alemán, mientras Mercedes ordenaba al británico estirar al máximo los suyos. En la vuelta 24.ª realiza el cambio y, lógicamente, cede el liderato. Le restan 46 y está dispuesto a llegar con el nuevo juego hasta el final. Cuando Vettel vuelve a pasar por el garaje para el segundo cambio (vuelta 37) Hamilton recupera la primera plaza. Y empieza entonces la lucha. Vettel aprieta al máximo; Hamilton conduce fino. El piloto de las frenadas extremas, de las derrapadas, se convierte en un bailarín de ballet. Conduce de puntillas para no degradar los Pirelli mientras Vettel suda sangre para limarle décima a décima.

Pero el alemán del cavallino no llega. Nunca le tuvo a tiro y termina desquiciado saltándose una vez sí y otra también la chicane que lleva al "muro de los campeones" perdiendo tiempo donde buscaba ganarlo. Hamilton, así, pega otro bocado a la renta de Rosberg, ya mínima, mientras éste debía conformarse con la quinta plaza tras penalizar también por un pinchazo. A perro flaco...

A los españoles se les vio poco. Sainz, sobresaliente, acabó noveno saliendo vigésimo y Alonso fue el primero... de los que no puntuaron. Undécimo, que visto lo que corre el McLaren es como una victoria.