La hispano-venezolana Garbiñe Muguruza se alzó a los 22 años en Roland Garros con su primer Grand Slam frente a la leyenda estadounidense Serena Williams, de 34, que fracasó en su tercer intento de lograr el vigésimo segundo grande.

En un duelo que sonó a relevo generacional, entre dos tenistas que practican un juego muy similar, ofensivo y potente, la juventud de la española estuvo por encima durante todo el partido.

Muguruza recogió el relevo de Arantxa Sánchez Vicario, 18 años después del último de sus tres triunfos en París. Y mantuvo alto el pabellón del tenis español, que con la retirada de Rafael Nadal por una lesión se disponía a sumar un segundo año consecutivo sin triunfo individual, algo que no sucedía desde principios de siglo.

Pero apareció Muguruza para que el himno sonara de nuevo en la pista Philippe Chatrier, por vigésimo primera vez en la historia de un torneo que, como recordó la propia campeona, "es el más importante para los españoles".

El premio fue triple para Muguruza que estrenó su casillero de grandes, logró su primer título sobre tierra batida, el tercero de su carrera, y se aseguró el puesto de número 2 del mundo cuando hoy se publique la nueva clasificación.

Un elevado premio que dejó helada a la tenista nacida en Caracas, incapaz de expresar la alegría que sentía y que llenó con su excelsa sonrisa el vacío de emociones.

"No tengo palabras para describir lo que siento", confesaba desde la pista Philippe Chatrier la tenista, pocos minutos después de haber derrotado a Williams por 7-5 y 6-4.

Su bola de partido, la quinta que tuvo, contribuyó a la frialdad del momento. Se defendía la española de un golpe potente de la estadounidense y lanzó un globo para sacudirse la presión. La bola, mansa, cayó sobre la línea de fondo del campo de Williams, que algo descentrada, la dejó caer. La estadounidense aplaudió el punto que acaba con sus esperanzas de alcanzar los 22 grandes de la alemana Steffi Graf.

Garbiñe se puso las manos en la cara, incrédula, rodó por la tierra batida, se reincorporó y su sonrisa iluminó París.

La española se alzó con un torneo jugado sin mácula desde que cediera la primera manga de la quincena ante la eslovaca Anna Karolina Schmiedlova. Era su segunda final de un grande pero la jugó como si, a sus 22 años, no hubiera hecho otra cosa. Nada que ver con los nervios que le impidieron rivalizar con Williams hace poco menos de un año en la final de Wimbledon.

Entonces, Muguruza fue la novata en manos de la leyenda. En París, la española decidió tratar cara a cara a su rival, sin ningún complejo, asentada en la potencia de sus golpes. Serena fue, fiel a su costumbre agresiva, incisiva con el servicio de Muguruza, con restos increíbles destinados a asfixiar a su rival. Pero su rival mantuvo la respiración, navegó en la tempestad y atacó. Cuando el punto era corto, solía caer del lado de Willimas. Si había intercambios era la española quien se imponía.

Con ese panorama, Muguruza consiguió algo difícil ante la número 1 del mundo, dominar el partido, hacer la carrera en cabeza, obligar a la estadounidense a defenderse, el papel que menos le gusta, y el que permitió a la caraqueña sumar un triunfo soñado.