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boxeo

El mejor golpe

Con el mentalista Uri Geller.

Paco Amoedo, el gran maestro del boxeo gallego, al borde de los ochenta, tembló ayer al conocer la muerte de Muhammad Ali. Su hija, a la que dobla en edad, se echó a llorar cuando se lo comentó por teléfono. Amoedo se fue después al Saudade, a entrenar a sus chicos. A esos veinteañeros a los que tiene que podarles los excesos de la imitación de Ali. A todos les sobrevino un escalofrío. Da igual que solo lo conociesen de documentales o películas. Ali emociona a todos.

Su grandeza no puede tasarse en las estadísticas. Otros ganaron más combates. Y otros perdieron menos o jamás, como Marciano y Mayweather. En su leyenda cuenta que se levantó de sus fracasos. A Frazier, Norton y Spinks les ganó en las revanchas. A Holmes y Berbick ya no tuvo tiempo. Alargó en exceso su ocaso. Resultó tan extremo en sus pecados como en sus virtudes; bravo y bravucón, contestatario y pretencioso, vanidoso y carismático. Aunque campeón en la lucha por los derechos civiles, se equivocó al orillar a Malcom X cuando éste se alejó del extremismo violento que predicaba Elijah Muhammad. Y en Zaire se dejó emplear como reclamo del felón Mobutu.

Ali contiene en sí la segunda mitad del siglo XX, luces y sombras. Ningún compromiso resulta en él impostado. En realidad nunca hubiera combatido en las selvas de Vietnam si hubiese aceptado su reclutamiento. El ejército lo hubiera empleado en exhibiciones y actos publicitarios. Por convicción moral empeñó sus mejores años. El boxeador previo a la sanción, el de 29 victorias entre 1960 y 1967, es un milagro de la naturaleza, difícil siquiera de imaginar. Una mezcla imposible de fuerza, ligereza, técnica, inteligencia y elegancia. El culmen de cualquier deporte, si pudiese establecerse una equivalencia como libra por libra.

Supo sobrevivir al desgaste de los años y la inactividad. Desarrolló esas mañas que le caracterizaron fuera y dentro del cuadrilátero. Rara vez provocó por capricho. Sus maniobras respondían a un plan establecido. A la vez elevó el boxeo a otra dimensión como espectáculo en lo social y financiero.

Se le puede rastrear en sus rivales. En "Facing Ali" muchos hablan de cómo esos escasos minutos juntos entre las doce cuerdas cambiaron sus vidas. Wepner inspiró Rocky por la casualidad de tumbarlo. Chuvalo y Lyle parecen agradecerle los puñetazos. Ali también retorció existencias. A Spinks, sin querer, porque el desnortado joven malinterpretó un triunfo que era más fragilidad de Alí. Es Frazier su principal víctima a la vez que su mejor adversario. A Frazier, que había sufrido más el racismo que él, lo caricaturizó como Tío Tom, el negro manso, el colaboracionista. Más tarde, en Manila, ambos murieron un poco sobre el ring. Años después, a Frazier le seguían sangrando los insultos.

Es Kinshasa su momento por excelencia. La muchachada zaireña lo persigue por las calles mientras grita "Ali, bumaye". África se le entrega. De allí vuelve definitivamente mito. La pelea dista mucho de sus más talentosas. Pero sí contiene su instante definitorio. Ali, consciente de su inferioridad, se acuesta contra las cuerdas y resiste al dolor. Foreman se va descascarillando en andanadas estériles. De repente Ali saca una combinación letal y Foreman se derrumba a cámara lenta. Ali tiene la derecha preparada. Puede soltarla sobre su rendido rival, aplastarlo contra la lona. Sin embargo, retiene el brazo. Renuncia a vengarse del castigo encajado y permite que Foreman caiga como arrullado. El mejor golpe de Ali, el único que sólo podía concebir el más grande, es el que nunca llegó a dar.

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