Marcó y desde la megafonía propusieron su nombre como celebración: "Iagooooo". No dudó el coro ni un instante: "Aspaaaas". Cuentan que incluso se oyó el cántico que siempre le acompaña desde los tiempos del ascenso, incluso cuando pasea de civil, jugador con banda sonora: "Iago Aspas, loló, loló". Una escena tantas veces repetida y a la vez nueva. Porque no era Balaídos sino Riazor el estadio rendido a sus pies, sus gradas blanquiazules las encandiladas. Aunque los aficionados habían llegado de todos los rincones gallegos, puede presumirse la mayoría deportivista. El abucheo, convertido en ovación. Aspas en otra realidad paralela de su propio multiverso; Aspas como metáfora de que otra Galicia, todavía excepción y paréntesis, sigue siendo posible.

La acogida que Riazor iba a tributar al genio moañés era la incógnita morbosa en el renacimiento de la Irmandiña. De su periplo por Liverpool y Sevilla ha vuelto adulto. Ha madurado en su comportamiento dentro y fuera de la cancha. Sigue discutiendo con los árbitros, pero sin cruzar la frontera de la amonestación. Gestiona mejor su frenesí. Y contiene la lengua, como en los días previos a los derbis. Pero en Praza América, durante el festejo europeo, le soltó las riendas al crío que todavía esconde en el interior. "Coruña, decime qué se siente...". Aspas cantándose a sí mismo.

El desliz provocó críticas, con la mención inevitable al inminente partido contra Venezuela. Algún hincha del Deportivo prometió su silbido. Si los hubo, fueron mínimos. Aspas empleó como alegato a su favor sus mejores argumentos, que son los del balón. Bueno él, generosos sus anfitriones.

Su sociedad con Lucas Pérez justificó el entusiasmo en las expectativas. Ambos son rápidos de cabeza y piernas. Los dos se crecen en la asociación con los compañeros. Durante la primera mitad se fueron intercambiando posiciones entre la punta y la banda derecha, con Jota algo más suelto en la izquierda. Denis Suárez los alimentaba a todos. Futbolistas que nunca habían coincidido o apenas, en el caso de los célticos, sin rutinas. Pero ligados por lo más íntimo, que era el goce de encontrarse y el talento. Ofrecieron combinaciones extraordinarias con mayor frecuencia de lo esperado. Les faltó el último pase. Iago, a cambio, exhibió olfato en el rechace del gol.

Iago existe para el fútbol. Es feliz sobre el césped y eso lo hace inmune a bajadas de tensión. En la segunda mitad siguió generando peligro, decorándose en los taconazos, resultando indescifrable entre líneas. Se topó con el poste en ese remate picado que es su marca. Por un céntimetro anularon su asistencia de gol a Lucas Pérez. Por lo mismo otra a Joselu, con el que también se entendió de maravilla, casi siempre a un toque. Aspas fue de todos el más constante.

El destino separó en la cuna a Lucas Pérez y Iago. Solo la Irmandiña puede reunirlos. Existe otro sueño que el celtismo todavía anhela. No resulta tan difícil imaginarlo. Las ventas de Joselu y Denis Suárez ayudaron a aliviar la deuda. Hoy, que el club está saneado y ha llegado a proponerles el regreso, ambos caminan por otras sendas. "Algún día, algún día", murmuran los celestes. Eses tempos tamén serán chegados.