El Celta puede que sea el equipo más honesto de toda la Primera División. Hasta un punto casi tierno. No engaña a nadie, es transparente y claro en sus propósitos y es plenamente consciente siempre del lugar al que quiere ir y de cómo quiere alcanzarlo. A veces se equivoca, se enreda o simplemente tiene un día torcido. Pero ha llegado a ese punto en que nadie duda de sus intenciones ni de la infinita ambición que mueve todos sus actos.

Berizzo ha conseguido hacer del Celta un invento "previsible". Lo que muchas veces en el mundo del fútbol es un inconveniente, en el caso del equipo vigués se transforma en una bendición. En su segunda temporada al frente del conjunto de Balaídos, el preparador argentino ha profundizado con intensidda en sus planteamientos para convertir al Celta en uno de los equipos más reconocibles y atractivos del continente. Sin los medios ni el presupuesto de buena parte de sus rivales, Berizzo ha inoculado en el vestuario el deseo casi enfemizo de sentirse protagonista de todos los partidos, independientemente del escenario, del rival y de las circunstancias en las que se dispute el partido. Esa intención repleta de buenismo la han tenido muchos, pero casi siempre se ha quedado en la sala de prensa o en la caseta. Luego uno salta al Camp Nou, echa un vistazo a la inmensidad del graderío, observa las fieras que hay delante y se achica. El ataque de grandeza muere en cuento el árbitro hace sonar el silbato y la valentía corre a refugiarse al vestuario mientras crece el primitivo instinto de supervivencia. El Celta, en cambio, se ha creído ese discurso inconformista y ambicioso que le brota a su entrenador de las entrañas. A fuerza de ponerlo en práctica con éxito durante muchos meses ha crecido en el grupo el convencimiento de que no existen misiones imposibles, cimas inalcanzables o rivales imposibles. Y gracias a esa predisposición mental y táctica el Celta ha podido firmar una de las mejores temporadas de su historia y clasificarse para la Europa League.

La huella de Berizzo dudará en Vigo. Decía ayer con orgullo el técnico, antes de encarar la visita al Vicente Calderón, que los aficionados se han creído que ahora mismo son capaces de ganarle a cualquiera. Y no lo piensan porque sientan un arranque súbito de optimismo (algo que históricamente no abunda en el entorno del Celta) sino porque realmente el equipo les ha convencido de ello. Y esas son sensaciones difíciles de borrar de la memoria de los aficionados. El tiempo dará una medida más exacta de lo que está siendo esta etapa en Vigo, pero en el celtismo más que por culpa de los resultados extraordinarios existe mayor orgullo por el estilo y la forma que Berizzo ha elegido para conseguirlos.

De la mano de Berizzo -en los 87 partidos que ha dirigido desde que aterrizó en Vigo-, el Celta ha sido fiel a una forma de hacer las cosas y en escasos momentos se ha traicionado. Sucedió en el tramo invernal de la primera temporada, pero no en la que está a punto de finalizar. Como si hubiera aprendido de aquel error puntual, Berizzo no se ha movido medio metro de su plan. Siempre llenando el equipo de atacantes y convenciendo a sus jugadores que la única manera de ganar los partidos es ver siempre hacia la portería del rival sin descuidar la propia. Y así día tras día, semana tras semana. Sin importar si los partidos son en Balaídos o lejos de la protección que da jugar ante tu público. De esta manera no es casual que el Celta sea uno de los pocos equipos de Primera que prácticamente calca el número de puntos conseguido en su campo y lejos de él. Es conscuencia directa de su filosofía y de su carácter indomable. Los rivales saben perfectamente lo que se van a encontrar, pero son asuntos que a Berizzo no le inquietan lo más mínimo. Ha hecho del Celta un equipo de autor, reconocible a las leguas, agarrado a un planteamiento que los rivales conocen de antemano pero con el que cuesta lidiar. No es de extrañar que de su mano hayan caído esta temporada bastiones como el Sánchez Pizjuán, el Madrigal o que en Vigo haya recibido el mayor correctivo en años el Barcelona de Luis Enrique. El hombre que plantó una semilla que Berizzo ha regado, abonado y convertido en una impresionante criatura terminó también devorado por el Celta. Un símbolo de la evolución que ha vivido el equipo en este tiempo y que el técnico tratará de prolongar en su tercera temporada al frente de la entidad.

Resulta imposible adivinar hasta cuándo los caminos de Berizzo y del Celta irán de la mano en el aspecto contractual. Pero en el sentimental, esa unión durará eternamente.