Mouriño ha sido constante en el perfil que deseaba para ocupar el banquillo, aunque también al principio diese bandazos. Asumió a Fernando Vázquez como por obligación. El santiagués había logrado el ascenso y la clasificación para la UEFA consecutivamente. Pero nunca creyó en él y esa desconfianza se trasladó a la decisiones deportivas. La ansiedad de los malos resultados impuso el corto plazo por encima de la filosofía presidencial en las siguientes elecciones: Stoichkov y Antonio López, López Caro, Alejandro Menéndez al rescate, Pepe Murcia... Desde Eusebio, sin embargo, se ha dibujado una línea de continuidad en lo profundo, más allá de los matices que presente cada elección. Ya fueron desde entonces etapas largas, con Paco Herrera y Berizzo, y Luis Enrique yéndose entre medias por el embeleso del Barcelona. Mouriño jamás ha ocultado su filiación azulgrana en cuanto a gusto -tal vez, por eso, le duela especialmente el divorcio con la entidad barcelonista-, pero ha aprendido a plasmar esa querencia desde las circunstancias propias del Celta, referente del "fútbol de salón" para los modestos.