Hace meses leí una entrevista a un guionista de serie americana en la que hablaba de la infinita presión que sentía cada vez que finalizaba una temporada y se enfrentaba al doloroso reto de iniciar una nueva entrega. No se refería solo a la tensión que le generaban sus productores sino sobre todo sus clientes. La exigencia de los espectadores que han terminado por convertir ese fenómeno de las series de televisión en una parte fundamental de sus vidas, a las que se considera casi miembros de tu propia familia, le desbordaba. Los describía cariñosamente como pequeñas pirañas que cuando olisqueaban la sangre demandaban más y más de un modo que llegaba a ser irracional. "No voy a durar mucho en esto" reconocía el hombre, consciente de que el desgaste por dar siempre un extra acabaría por llevarse su salud o su vida personal. Jamás revelaba su oficio a un desconocido por miedo a encontrarse con uno de esos anónimos torturadores que siempre tenían a mano un decálogo de sugerencias para mejorar el producto y un rosario de reproches que hacerle. "Nunca están conformes" decía cargado de dolor.

Este guionista tendría que darse una vuelta por Vigo y descubrir la facilidad con la que el Celta ha sido capaz de escribir un final cada vez mejor para la serie que es su vida. Tiene un extraordinario mérito porque el listón no ha dejado de subir desde aquella tarde en la que ante el Alavés un escuálido Iago Aspas irrumpió en medio del terror que se vivía en Balaídos para quedarse. Desde entonces el día a día del Celta parece escrito por un guionista que no desmerecería en aabsoluto en "Juego de Tronos". Menos truculento, pero igual de apasionante. Llegaron muchas cosas en estos añitos. Momentos delicados, algunos que parecían trágicos, alegrías infinitas, pero sobre todo, mucho orgullo. Aquel penalti de Michu al cielo de Granada que pareció reencontrar al Celta con su tradicional fatalismo; el regreso a Peinador en que varios cientos de seguidores se reunieron simplemente porque querían llorar juntos; la tarde inolvidable ante el Xerez en que 13.000 aficionados empujaron a diez futbolistas enfurecidos a lograr una remontada que parecía imposible y que abrió las puertas del ascenso; las "bermejiñas" de la primera temporada en Primera; el 4% de opciones de salvación que tenía el equipo a dos jornadas del final de Liga y al que la ciudad se agarró pese a ser conscientes de que estaban abrazados a un flotador de patito en medio de una gigantesca tormenta; la aparición milagrosa de Rubén Blanco en Valladolid; el gol de Natxo Insa ante el Espanyol tras el quiebro de Aspas a Colotto; el descaro y la ambición que Luis Enrique sementó en el club durante un año en que todos los complejos fueron arrojados por la ventana; el infinito acierto en la llegada al banquillo de Eduardo Berizzo y la filosofía que este equipo ha defendido a lo largo de los dos últimos años que ha obligado a los hinchas a ver los partidos con el cinturón de seguridad puesto por culpa del vértigo con el que se viven sus partidos

El Celta ha vuelto a Europa nueve años después de su último viaje por el continente aunque aún no sabe la puerta por la que ingresará. Es el entretenimiento que le queda para estos cuatro partidos en los que incluso tiene una rendija abierta por si quiere asomarse a la pelea por la Liga de Campeones con el Villarreal y el Athletic de Bilbao. Es lo que tiene este equipo, que nunca regala un final anodino. Siempre garantiza un enigma por resolver antes de que los títulos de crédito despidan a los seguidores hasta la vuelta del verano.

Pero al margen de la posición que ocupe finalmente y de ese coñazo que puede ser pasarse el verano explorando el Este de Europa para enfrentarse a equipos sin Twitter oficial, lo que el Celta ha logrado es uno de los grandes prodigios que de vez en cuando regala el fútbol pese a que el sistema hace todo lo posible para que no suceda. Echen un ojo a los presupuestos y sobre todo, al límite salarial que manejan los vigueses y el que disfrutan los equipos que compiten a estas horas por su mismo objetivo. En el reino delirante de Javier Tebas, con sus interminables imperfecciones y sus horarios de frenopático, el Celta se ha saltado casi todas las reglas establecidas y ha conseguido lo más complicado: ser reconocible y que en un mundo que alimenta la diferencia de clases y la eterna desigualdad entre clubes hayan conseguido despertar la curiosidad de quienes solo tienen ojos para lo que sucede en Madrid y Barcelona. Su triunfo es una invitación al atrevimiento, a ser diferente, a no bajar nunca la cabeza ante el poderoso. En cierto modo es casi una lección de vida. Puede que el Celta haya jugado mal en algún momento de la temporada, pero jamás ha renunciado. Esa creo que ha sido su gran conquista, casi tan grande como la clasificación para Europa. Berizzo y su cuerpo técnico han contagiado esa idea a un grupo de futbolistas muy corto que ha superado las complicaciones de la temporada o de configuración de plantilla (un aspecto en el que habrá que mejorar de forma notable el próximo verano) con una madurez admirable. Cada problema se ha convertido en un atractivo reto como si fuese un divertido juego al que Berizzo invitase a su vestuario. Aunque fuesen lesiones o la venta de su capitán a mitad de temporada. Así han pasado los meses: derribando tópicos sobre el equilibrio y sobre lo que deben ser los equipos de fútbol según rezan los manuales clásicos. El Celta ha saltado sobre muchos de ellos. Allí donde la mayoría exhiben miedos y precauciones, el Celta siempre eligió dar un paso adelante. "Nunca un paso atrás" le decía el entrenador a Rocky Marciano antes de cada uno de los combates, como si fuese un ritual que nunca podían traicionar. Y cuando el púgil de Massachusetts, que nunca conoció la derrota en su carrera, le preguntaba: ¿Y si me alcanza con su derecha? Charley Goldman siempre le respondía "tú le golpeas más fuerte". Así ha vivido la temporada este equipo, ofreciendo siempre la mejilla por si alguien tenía los arrestos para atacarle. Y pocos se han atrevido. Llámenme romántico, pero tengo una edad en la que me he convencido que no todo es el resultado, sino cómo llegas a él, qué idea defiendes y cómo pretendes alcanzar tu meta. Y el Celta ha tenido estos últimos la grandeza que distingue a los equipos poderosos, pero con los recursos de un modesto. Alguien dijo en cierta ocasión que la clasificación para Europa es "el título de los pobres". Para el Celta su título es salir a un campo de fútbol, ponerse delante del rival, mirarle directamente a los ojos y advertir en el otro el convencimiento de que le espera una mala tarde. Ese atrevimiento se va de paseo por Europa. Otro final maravilloso de temporada. Los espectadores de su serie han vuelto a quedarse a gusto. Y sin necesidad de matar a nadie.