Triste polisemia. El Academia Octavio, sublime durante 29 minutos, al menos en defensa, experimentó otro tipo de sublimación. Su juego pasó directamente de sólido a gaseoso en un suspiro. Se le rompió el entusiasmo. Se le desvaneció la intensidad. Volteado el reparto de papeles, el Antequera manoteó a ese rival de repente convertido en un muñeco roto. La derrota deja el descenso pendiente del sello oficial. Si la vida pudiese calibrarse y sustanciarse en carne, el Octavio sería translúcido.

No lo pareció hasta el momento fatídico sino al contrario: rocoso, corajudo, airado. El Antequera logró su primer gol en el minuto 8:40. En 29 minutos apenas había acumulado ocho. Todos sus ataques estáticos concluían con la amenaza de pasivo. Los andaluces se mostraban espesos en la circulación, con escasa movilidad. El Octavio estaba agigantado en defensa, febril en esa actividad. Le costaba traducir las recuperaciones en contragolpes, más con dos sustituciones ataque-defensa, y se precipitaba después en la primera oleada, pero la producción le bastaba para controlar el partido.

A poco más de un minuto del descanso el Octavio atacó con 13-8 en el electrónico. Jabato pidió tiempo muerto para preparar esa acción. En la pizarra dibujó un pase colgado de Cerillo a Silva. En el primer intento la acción quedó estropeada en el cruce previo y el Antequera anotó a la contra; en el segundo a Silva se le enredó el balón en las manos y acabó pisando antes de anotar, con tiempo suficiente para que los visitantes llevasen el balón al extremo y redujesen la desventaja a 13-10.

Un ligero contratiempo para cualquier escuadra. Un terrible cortocircuito para un Octavio que arrastra los miedos e inseguridades de tantos meses. El mismo partido pareció reanudarse y era ya otro, como disputado en una realidad paralela. La otrora defensa inabordable de los académicos se había deteriorado como ese cristal al que el impacto de la gravilla, al principio inadvertido, un simple y diminuto chinazo, agrieta hasta romperlo. Ya se llegaba una centésima tarde. Ya se dejaba abierto ese centímetro. El Antequera escaló hasta el 15-16, su primera ventaja desde el 4-5. Aún con veinte minutos por delante pero en realidad con todo decidido.

Jabato sacó a Herrero, el último refuerzo, con un tobillo maltrecho, a que se la jugase. No había remedio. El ataque era una suma mal cosida de aventuras individuales. El Antequera se limitó a percutir en la conexión con sus pivotes mientras el Octavio se iba transparentando convertido, sí, en un vapor rojizo a ras de suelo.