Pau, vestido con la camiseta qeu servía de homenaje a Ricardo Zamora // LOF

Es famosa la anécdota de Colin McGlashan, delantero escocés del Partick Thistle después de sufrir una conmoción en un brutal choque con un jugador rival. El médico le atendió en la banda y regresó impresionado al banquillo para decirle al entrenador que había que cambiarle de inmediato: "No sabe dónde está, qué hace, ni quién és". John Lambie, el técnico, un tipo socarrón y lleno de claroscuros, famoso por sus habituales salidas de tono, soltó entonces una cita legendaria: "Perfecto pues. Que se ponga la camiseta, dile que es Pelé y que salga al campo".

En John Lambie y en su genial respuesta pensaba anoche al ver a Pau López saltar al campo vestido con la preciosa camiseta que el Espanyol le colocó para homenajear a Ricardo Zamora en los cien años del debut del Divino con el equipo barcelonés. "Anda que si ahora resulta que el tipo éste se ve en un espejo y se cree Zamora", pensaba con el fatalismo de costumbre. Era la parte del homenaje le faltaba a la iniciativa, que el Celta se prestase a rendir tributo al mito y dotase de propiedades sobrenaturales la camiseta de marras sufriendo una serie de paradas extraordinarias. Ya veía los titulares en la prensa catalana, los gestos de desesperación célticos y las imágenes del muchacho saliendo del campo a hombros.

Pero el Celta dejó la camiseta sin manchar. Nunca sabremos de sus propiedades, de si en ella había algo del portero que debutó con el conjunto barcelonés con apenas dieciséis años y que acabaría por convertirse en una de las primeras leyendas del deporte español. Únicamente Iago Aspas, en un remate cuya magnitud solo se aprecia a la tercera repetición, se atrevió con el mito que representaba la prenda. El único instante de talento y genialidad de un equipo al que ayer se le notaban las horas de vuelo. Corrieron como fieras, atacaron como acostumbran (y ojalá nunca dejen de hacerlo), pero faltó la claridad de ideas y la frescura que dan el descanso. Nadie evidenció tanto esa circunstancia como Nolito y Orellana. El Celta cumplió el objetivo de hacerles llegar con frecuencia el balón hasta su posición, pero de sus botas apenas salieron más que buenas intenciones. Berizzo les sostuvo en el campo pese a todo mientras Bongonda, futbolista que se ha ganado a pulso tener un poco más de presencia en el campo, aguardaba en el banco. El técnico se vio preso de esa máxima indiscutible: un pestañeo de cualquiera de ellos salva un partido y la esperanza de que ese instante se produzca se mantiene vivo hasta que el árbitro se lleve el silbato a la boca para señalar el final. Y por eso en ocasiones se cometen algunas injusticias. Pero ayer el Celta pareció más preocupado por no hacerle daño al mito que representaba la camiseta del rival.