El viaje hacia Europa aún está lleno de trampas y zancadillas. Ayer se lo recordaron a un Celta tan entusiasta como ansioso, tan entregado como alborotado, que rescató un valioso empate ante el Betis en un encuentro que por momentos jugó como si lo que estuviese en juego anoche fuese su propia vida. Es lo bueno y lo malo que tiene este equipo, lo que al final más enciende a su gente y lo que a veces termina por condenarle. Es puro corazón y afronta todos sus compromisos cargado de pasión. Lo demostró sobre todo en esa segunda parte que afrontó desbocado como un caballo salvaje tratando de remontar el gol con el que el Betis había llegado al descanso, tomando todos los riesgos del mundo, aligerando la alineación de defensas y llenando el área rival de futbolistas. Un asedio interminable, agobiante, que se quedó a medias porque faltó una pizca de puntería y sobraron alguna parada de Adán y también alguna decisión arbitral -permisivo hasta lo irritante con las pérdidas de tiempo- como aquel gol legal anulado a Guidetti con más de un cuarto de hora por jugar. El tanto del Tucu Hernández recompensó en parte el esfuerzo generoso de un Celta que celebró el gol como si aquello no fuese un simple empate, un detalle que dice mucho sobre el partido.

Todo sucedió en un noche extraña, llena de desafíos y en la que el plan de Berizzo de rotar el equipo en una fase intensa del calendario saltó por los aires con las lesiones de Wass y de Beauvue (la gran sorpresa de la alineación titular), lo que le obligó a realizar dos cambios antes del descanso. Una contrariedad que desorientó a un equipo que había arrancado con enorme firmeza. Con el manual de la temporada el Celta había arrinconado al Betis con facilidad, sin apenas despeinarse. Intensidad, presión en las narices de Adán y circulación para producir llegadas de manera torrencial. Con los laterales (Jonny y Planas) pisando la lìnea de fondo, el conjunto sevillano se sintió avasallado y el palo le salvó del primer gol en un taconazo primoroso de Guidetti tras centro de Planas. Pero los verdiblancos encontraron premio la primera vez que asomó por el área de Rubén Blanco. Una jugada mal defendida y un rechace desafortunado permitió el gol de N'Diaye que condionaría por completo el resto de la función. El Celta sintió el golpe, se quedó sin aire. Faltó aplomo para asumir la bofetada, para digerir el trance. Nolito y Orellana se aceleraron en exceso y en el medio del campo Wass -que ya jugaba lesionado desde los primeros minutos del partido- generó demasiado descontrol. La cuestión es que el Betis, casi sin quererlo, estuvo a un paso de marcar el segundo en un remate de Joaquín que se fue al palo. Solo en el tramo final del primer tiempo, cuando Aspas ingresó por el lesionado Beauvue y las pulsaciones parecieron volver a su sitio, el equipo recuperó el sentido. Volvió a ajustar la presión y a caer sobre el área de Adán, quien salvó en una acción primorosa el empate de los vigueses tras un remate de Nolito.

El Celta se tomó entonces el segundo tiempo como una misión suicida. Una decisión difícil de entender teniendo en cuenta que había más de cuarenta minutos por delante. En su afán por buscar la remontada los vigueses se echaron en brazos de la locura. Salieron en tromba en busca de la portería rival de manera tan entregada como irresponsable. Sin precaución alguna. En un saque de esquina a favor de los vigueses Rubén Castro se encontró con sesenta metros sin oposición. Falló el mano a mano por centímetros y volvió a darle vida a un Celta que vivió el comienzo de la segunda parte en el alambre, con el Betis encontrando espacios en las contadas ocasiones que salía de su campo. Por fortuna Berizzo ajustó las piezas. Le ayudó mucho Marcelo Díaz que dio un curso con el balón en los pies para cambiar el sentido del juego. El partido se convirtió en un asedio absoluto hacia la portería del Betis. Merino lanzó al campo todo los tapones que tenía en el banquillo para tratar de frenar las acometidas de un Celta que sacó una docena de saques de esquina y que estuvo el suficiente tiempo en el área del Betis como para urbanizarlo. Las llegadas fueron continuas, pero faltaba ajustar el último pase, encontrar una vía libre en medio de un área que parecía el escenario de una manifestación.

Berizzo se jugó la bala del Tucu. El papel de Marcelo Díaz, sin Radoja en el campo, fue aún más importante. Pero el chileno consiguió que el juego siempre fluyera aunque luego se atascara al borde del área. Hernández, que se situó por delante de él, le ayudó mucho en la salida de la pelota y a la hora de filtrar pases. No había tiempo para respirar aunque el gol se demoraba. Llegó por medio de Nolito, pero el nefasto Burgos Bengoechea lo anuló por un fuera de juego que solo existió en la imaginación de su auxiliar. Insistieron los vigueses con una determinación extraordinaria hasta que Pablo Hernández recibió un pase de Jonny -imperial en el tramo final del partido jugando como medio-para fusilar a Adán por el palo corto. Un remate por donde no lo esperaba el meta. En el último cuarto de hora el Celta no dejó de intentarlo, pero no pudo completar el derribo del castillo de Adán Estuvo cerca. También lo está Europa, aunque en ese camino sigue habiendo emboscadas que salvar.