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Historias irrepetibles

Un sandwich de huevo y un banco

El pasado jueves Tom Watson repitió en Augusta, por última vez, el hermoso ritual con el que homenajea a un viejo amigo

Tom Watson, junto a su caddie Bruce Edwards. // FDV

El "Amen Corner", el espacio que en Augusta forman los hoyos 11, 12 y 13, es un pequeño remanso de paz dentro del alboroto algo contenido que hay en el Augusta National durante la disputa del Masters. Un lugar idílico, una especie de parque botánico al que accede menos público y donde los jugadores confiesan sentir una calma que no encuentran en otras zonas del recorrido. Es también un lugar diabólico, donde el campo del sur de Georgia, el que pensó Bobby Jones, espera con las uñas bien afiladas a quien cometa el mínimo error. Porque tras la idílica apariencia que proporcionan los pinos, lass azaleas, rododendros y toda esa alegoría floral se esconde una fiera, un campo cruel y salvaje que se muestra con mayor claridad en ese rincón apartado que es el "Amen Corner".

Hace muchos años Bruce Edwards, caddie de Tom Watson desde que ambos se conocieron en 1973, decidió que ese era el lugar ideal para reponer fuerzas en medio del recorrido. Había muchas razones para ello y la elección no era casual. La búsqueda de un extra de energía en medio del desgaste mental y físico que supone Augusta, la tranquilidad que se respira en esa zona y la forma de afrontar esa parte del recorrido. El hoyo trece es un par cinco que debido a que muchos jugadores atacan de dos golpes obliga en ocasiones a que los del partido siguiente deban esperar un rato en el tee de salida a que se libere la calle del todo. Por eso Edwards siempre repetía la misma ceremonia. En cuanto Tom Watson embocaba en el hoyo doce, abría la bolsa y sacaba un pequeño paquete envuelto en el papel verde de Augusta. En su interior, un sándwich de ensalada de huevo, su favorito. El jugador de Kansas lo comía mientras caminaba camino del siguiente hoyo y habitualmente lo terminaba sentado en el banco que hay en el tee del trece. Así sucedió año tras año, de jueves a domingo, independientemente de que Watson pelease por la victoria o por pasar el corte.

Ese ritual formaba parte de la vida de ambos pero también describía la pasión con la que Edwards vivía su oficio y especialmente el Masters. No había un torneo que le hiciese más ilusión que aquel. Cuando se conocieron en 1973, Watson era un prometedor jugador de 23 años que aún no imaginaba la grandeza que ocuparía en la historia del golf y Edwards era un joven de dieciocho años que quería llevar la bolsa de palos de un profesional de la PGA. Era una buena forma de ganarse la vida si uno agarraba la "bolsa de palos buena", confesó en algún momento de su vida. "Quiero ir a Augusta y ganar" le dijo en su primer encuentro, casi casual, a instancias de un amigo común, Neil Oxman. "Pues trataremos de conseguirlo" respondió Watson con su tradicional sonrisa. Juntos acabaron por alcanzar la gloria. Edwards cargó con la bolsa de Watson durante casi treinta años y le acompañó en todos sus grandes triunfos y en los días más dolorosos y tristes. Estudioso, detallista, entusiasta. Nadie dudaba de que era uno de los mejores caddies que había conocido el golf. Y para él no había otro lugar como Augusta con sus trampas asesinas repartidas por los dieciocho hoyos que él trataba de desentrañar.

En 2003 a Bruce Edwards, con apenas 47 años, le fue diagnosticada la ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), un golpe brutal. Aguantó con la bolsa de caddie mientras pudo aunque el proceso degenerativo fue rápido y pronto tuvo que alejarse del golf y recluirse en su casa de Florida. Pero Watson nunca se apartó de su lado durante el doloroso proceso.

El de Kansas se encontraba a las ocho y media de la mañana en el vestuario de Augusta, a punto de iniciar la primera vuelta del Masterse de 2004, cuando le comunicaron que Hillary, su esposa, le esperaba en la puerta. Bruce había muerto unas pocas horas antes. La noche anterior habían estado cenando juntos allí mismo porque Edwards se había acercado desde Florida a desearle suerte antes de empezar una nueva edición del Masters, la primera en décadas que hacía sin su compañía, sin sus consejos. Watson salió al campo conmocionado por la noticia y aún así completó una vuelta extraordinaria aunque se desmoronaría al día siguiente, incapaz de lidiar con el dolor. La rueda de prensa tras completar el primer recorrido ya anunciaba que difícilmente estaría en condiciones de llegar muy lejos en aquella decisión.

Amigo de los rituales y de los recuerdos, en 2005 Watson inauguró una nueva tradición en compañía de Neil Oxman, el amigo de ambos y uno de los hombres que carga con su bolsa en las grandes ocasiones. Desde esa temporada los jueves en Augusta, al acabar el hoyo doce de la primera vuelta Oxman le entrega un pequeño paquete de color verde con un sándwich de ensalada de huevo. Pero Watson no lo come. Camina durante un rato con él en la mano, concentrado, en silencio, mientras busca ese tee del trece donde seguramente tendrán que hacer un poco de tiempo mientras los jugadores del partido anterior despejan la calle. Y una vez allí lo deposita en el banco que hay junto a esa salida. No lo come, no lo abre. Se queda en ese lugar en recuerdo de su amigo. "Para Bruce, de parte de los chicos" escribió en el envoltorio en 2005. Un gesto lleno de cariño, de respeto, de memoria. El pasado jueves, por última vez en su vida, Tom Watson dejó el emparedado de huevo en el banco del rincón más silencioso de Augusta.

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