El Coruxo se ha metido en un lío de los gordos. A seis jornadas para la conclusión del campeonato liguero, la derrota de ayer ante el Cacereño deja a los de O Vao a cinco puntos del puesto de promoción y a seis del descenso. En circunstancias normales sería una situación más de la temporada, pero el golpe anímico ha sido importante y, además, el equipo se queda sin delanteros, pues tras la espantada de Salinas y Ortiz y la lesión de ayer de Jorge Fernández, las opciones se reducen a la mínima expresión.

El partido de ayer era de esos que olían a empate desde el inicio del encuentro. Le costó al equipo de Rafa Sáez hacerse con el control del centro del campo y, en determinados momentos, daba la impresión de que al equipo le faltaba meter una marcha más para rentabilizar las aproximaciones al área del Cacereño.

Un cuadro extremeño tenía muy claro lo que tenía que hacer: reforzar la defensa cuando más apretaba el Coruxo y salir a la contra para sorprender a los vigueses.

En la segunda parte el Cacereño dio un paso al frente. Sabe que no quedan muchas jornadas para finalizar la competición y la salvación se encuentra ahora a tres puntos, por lo que había que arriesgar.

El encuentro entró en una fase en la que el esférico circulaba de un lado hacia el otro sin demasiado orden. La posesión que en la primera parte había del centro del campo desapareció tras el paso por el vestuario, y en este intercambio de papeles fue el Coruxo quien se llevó la peor parte.

El Cacereño aparecía tímidamente en el área viguesa, y aunque la sensación no era de que podía crear demasiado peligro, los mayores temores venían por la propia inseguridad de la zaga local, que ponía más en valor cada jugada ofensiva del cuadro extremeño.

Así llegó el tanto que al final sería el de la victoria del Cacereño, con un Gállego que fue el más listo en el área pequeña, dentro de las indecisiones de los vigueses.

Como no podía ser de otra manera, los minutos finales del encuentro se convirtieron en un monólogo protagonizado por el Coruxo, que ponía más corazón que cabeza en cada una de las acciones ofensivas que organizaba.

La esperanza era alguna jugada aislada que le diera la oportunidad a algún jugador vigués de meter el tanto del empate, ya que pensar en la victoria era soñar demasiado, pero ni así.