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Historias Irrepetibles

El primer "mariscal"

Argentina despidió esta semana a Roberto Perfumo, legendario defensa, famoso por su calidad y por su exagerada dureza

Perfumo, tras un entrenamiento con Racing.

En 1967 los jugadores de Racing de Avellaneda se subieron a un avión para viajar a Medellín donde debían disputar un partido de la Copa Libertadores. El "Equipo de José" (por José Pizzuti, el entrenador que había comenzado a dirigir aquel equipo dos años antes) se enfrentó durante aquel vuelo a una de sus experiencias vitales más terroríficas. El avión era pequeño y viejo y los problemas desde el despegue en Buenos Aires fueron agravándose. El piloto les advirtió que la situación era realmente delicada y la plantilla estaba convencida de que acabarían estrellándose. En esos momentos de tensión a alguien se le ocurrió decir "si salimos vivos de ésta, seremos campeones de América y del mundo". Y así fue. Milagrosamente -según propia confesión del piloto- la aeronave tomó tierra en el aeropuerto donde unos años antes se había estrellado el avión en el que viajaba Carlos Gardel y meses después Racing conseguiría ganar la Libertadores y la Copa Intercontinental tras superar al Celtic de Glasgow en una salvaje final que hubo de resolverse en el partido de desempate, convertido en una apología de la violencia.

En aquel avión viajaba Roberto Perfumo, que a sus 24 años ya se había convertido en una de las piezas básicas para Pizzuti. Llevaba en el equipo desde 1961 después de que River Plate le hubiese descartado. Un técnico se acercó durante una prueba y le preguntó: "¿De qué trabajas, nene?" Perfumo le dijo "de tornero, señor". "Pues dedícate a eso porque para el fútbol no sirves". Pero aquel chico de aspecto medio angelical no se planteaba otra cosa que ser futbolista y se marchó al barrio de Avellaneda para probar con Racing. Y se lo quedaron para que construyese la leyenda del "mariscal", el apodo que le pusieron en 1966 y con el que se quedó para toda la vida. Un guiño a la autoridad, jerarquía y dureza que representaba dentro de un terreno de juego.

El "mariscal" nunca hubiera existido de no cruzarse en su camino Pizzuti, un técnico exigente y autoritario que tenía una extraordinaria intuición para los futbolistas. Perfumo era volante, un 6 de aquel tiempo, hasta que después de un entrenamiento en el que se cayeron algunos de los defensas titulares el técnico le dijo que iba a jugar de central el siguiente partido. Se enfrentaban a Ferro y Racing estaba el último de la clasificación. Empezó el partido y aquello era un desastre. No se acoplaban de ninguna de las maneras. A la media hora, con la grada encendida y cargando contra los futbolistas, Perfumo se acercó al banquillo para decirle al entrenador "este no va a funcionar". Pizzutti, con tranquilidad le miró y le dijo "usted se va a quedar en esa posición, le va a llamar la selección y me va a traer un piloto de Londres cuando vaya a jugar el Mundial dentro de unos meses". Aquella fue la premonición de un entrenador que hoy en día figura de los altares de los aficionados de Racing. Perfumo se quedó como central para siempre, se ganó el apodo de "el mariscal", fue convocado por Zubeldia en diciembre de 1965 por primera vez y en 1966 acudió con Argentina a disputar el Mundial de Inglaterra en el que fueron apeados en el polémico duelo de cuartos ante la anfitriona, la que acabó con Rattin expulsado en medio de un escándalo fenomenal.

Perfumo fue un jugador gigantesco, una de las grades personalidades del fútbol argentino. Un defensa con una salida muy clara de la pelota, pero capaz de convertirse en una pesadilla para cualquier delantero. Hablamos del fútbol de finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Los árbitros consentían y los defensas pegaban de manera inmisericorde. El "mariscal" protagonizó batallas épicas de las que casi siempre salía indemne. Basile, compañero en Racing, solía decir que su aspecto algo aniñadoy sus buenos modales le ayudaban a hacerse perdonar por los árbitros que sancionaban de un modo diferente a cualquiera de sus compañeros. Su contundencia pocas veces quedó tan clara como en aquella serie de partidos de 1967 en los que Racing superó a Nacional de Montevideo en la final de la Copa Libertadores (dos empates 0-0 que llevaron a un desempate en el que ganaron los argentinos 2-1) y el brutal duelo ante el Celtic de Jimmy Johnstone. El 1-0 en Celtic Park, el 2-1 en Avellaneda y el desempate criminal en Montevideo que los escoceses estuvieron a punto de no disputar indignados por la permisividad con la que actuaban Perfumo y compañía y convencidos de que lo que vendría en el tercer partido sería aún peor. No se equivocaron. Hubo cinco expulsados, Simpson (portero escocés) no pudo jugar porque recibió una pedrada desde la grada poco antes de comenzar y Johnstone no pudo terminar el partido porque los argentinos lo sacaron a patadas del partido.

Curiosamente aquel fue el último título con el Racing de Perfumo, que tampoco tuvo suerte con la selección argentina con la que vivió serias decepciones. El carácter de aquella generación y su calidad no tuvieron su correspondencia en los resultados de la albiceleste. Pesaron demasiado la mala suerte, algún arbitraje y la desorganización recurrente y que por ejemplo les llevó a jugar partidos contra los empleados del hotel de Austria en el que estaban concentrados antes del Mundial de 1966. En uno de ellos no fueron capaces de ganar y en un momento de la pachanga Rafael Albrecht levantó a un botones un par de metros del suelo. Perfumo se le acercó para reprocharle que no era el momento y el otro le respondió "¿qué querés? vamos perdiendo". Ese era el espíritu que reinaba en aquel fútbol. Pero no hubo manera. Argentina cayó eliminada en cuartos ante Inglaterra, no se clasificó en 1970 (algo que dejó una importante herida en Perfumo) y en 1974 fue la Holanda de Cruyff la que les superó en cuartos. "Cuéntalos que creo que son más de once" le decía Perfumo, convertido en capitán de la selección, a sus compañeros viendo el despliegue del equipo liderado por Cruyff.

Perfumo se marchó a comienzos de los setenta al Cruzeiro brasileño donde conquistó numerosos títulos y propagó su fama de defensa contundente y canchero, capaz de sacar al rival de sus casillas. En este sentido se cuenta una historia que ayuda a entender su filosofía y carácter. Un día se lesionó jugando contra Botafogo. Iban a cambiarlo, pero antes le dijo a su entrenador: "Espere, voy a probar y si no puedo seguir hago que echen a Jairzinho". Regresó al campo, comprobó que no podía continuar y se fue junto del genial futbolista brasileño y le dio un cachete. Como éste no reaccionó y le miraba con gesto de no entender nada, le dio otro. Y entonces sí se enzarzaron. El árbitro les echó a los dos y Cruzeiro ganó el partido.

El útimo paso de su carrera lo dio en 1975 en River Plate, el equipo que le había cerrado la puerta tiempo atrás. Allí, con un equipo repleto de juveniles acabó con una racha de 18 años sin conseguir un título, la última gran conquista del "mariscal" que en 1978 decidió que era hora de apartarse del fútbol y dedicarse a cuidar de esa leyenda que le acompañaba y alimentaba casi a diario. No hace mucho, en la televisión donde ejercía de comentarista, contó una historia que ayuda a retratarle. "Hace poco estaba distraído en la playa viendo el mar, con una pelota de plástico bajo el pie. Mi mujer llegó por detrás sin que me diese cuenta y para hacerme una broma le dio una patada a la pelota. De forma automática solté le codo y la derribé sobre la arena. Es lo que tiene el instinto".

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