La historia de Iago Aspas se puede resumir en su dorsal. Estaba llamado a ser el "10", pero se consolidó en el primer equipo con el "11". Una vez de marchó Trashorras llegó su momento. Heredó el dorsal mítico y se convirtió en una de las claves de aquel Celta que logró el ascenso y que un año después selló una permanencia milagrosa a la par que histórico. El hijo pródigo emigró. Hizo las maletas para crecer como futbolista y en Vigo dejó goles de gran belleza como el taconazo firmado ante el Villarreal B o el tanto sin ángulo que le "clavó" al gallego Roberto cuando defendía la meta del Granada.

Puro talento. Su clase no se redujo sólo a los goles. Su asistencia a Natxo Insa el día de la salvación ante el Espanyol ya forma parte de la historia del Celta. No triunfó, o no pudo, ni en Liverpool ni en Sevilla. Regresó a su casa y Iago ha vuelto a agitar su varita mágica semana sí y semana también. Su último ´show´ lo firmó el pasado sábado. Una vaselina para consolidar al conjunto vigués, el equipo de su corazón, en puestos europeos. El crecimiento, al final, es recíproco. El cuadro celeste afronta nuevos desafíos mientras que Aspas se consolida, con once díanas, entre los máximos realizadores de la Liga.

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Pero la belleza no es casualidad en el fútbol de Iago Aspas. El preciosismo reside en las botas del moañés, que ya esta misma temporada firmó tres otras "obras de arte" con la misma factura. Dos han dejado huella en la memoria de toda la Liga. Su primera "parábola" la hizo en la goleada endosada al FC Barcelona. Poco después el Espanyol caía en Balaídos por culpa de otro golazo del morracense, un tanto que acabaría siendo designado como una de las dianas de la primera vuelta del campeonato.

En el Santiago Bernabéu también dejó su sello. Su vaselina fue la única buena noticia para un Celta que vivió su peor tarde de la presente temporada. La calidad de Iago Aspas no conoce ni de gigantes ni de potencias. Dos promesas como Rulli o Pau López sucumbieron ante el talento del moañés. También Keylor Navas y Ter Stegen fueron víctimas de la calidad de un celtismo que se ha convertido en el ídolo de la grada.