Paco se nos ha muerto a todos. También a los que apenas lo conocían. Paco se le ha muerto al Badajoz, cuyo presidente razona su negativa al aplazamiento. Yerra en el cálculo de los pros y contras. Sin Paco, sin los Pacos escasos del baloncesto femenino, no existirían adversarios contra los que su club jugase. Así de importante para el Badajoz era Paco, que no querría abucheos hoy en Navia. Él, aunque el otro le enfadase, acababa meneando la cabeza: "Hay que entenderlo". Si por Paco fuese, ni minuto de silencio habría. Todavía lo veo pasear por fuera del pabellón, nervioso, fumando, sufriendo cada bocinazo como el definitivo.

Paco, como Pablo Beiro, terrible este año en su luto preciso, era de esos que pretenden camuflar la ternura bajo el gesto hosco y la voz grave. Sin conseguirlo, ingenuos en ese intento. No se puede tapar lo que es infinito. Paco y Pablo se nos murieron a todos. También al amigo que cometió un desliz, que fue débil y le falló. Incluso antes de la reconciliación Paco pedía: "Hay que echarle una mano".

Paco se le ha muerto, claro, a sus hijos e íntimos. Ese dolor queda para lo privado y no interesa a nadie más. Cada uno conoce sus tragedias. Son el epílogo inevitable aunque llegue como éste tan pronto, tan a deshora, tan mal resuelto su relato. Es de esas muertes que se descubren en toda su extrañeza a la mañana siguiente porque el mundo debería haberse detenido. Nunca lo hace. Aunque no vuelva a sonar el teléfono y nunca más Paco, tras la conversación, se despida con un "te quiero mucho". A vivir sin eso hay que aprender.

Paco se le ha muerto al deporte vigués y gallego. A todos a los que predicó seriedad. Se le ha muerto a Mar Xantal, que tras tantos años se cruzó el miércoles la península para asistir a su funeral. Lo adoraba como todas las jugadoras a las que Paco no sabía cómo mirar a la cara si se retrasaba un segundo en los pagos, aunque la culpa la tuviese esa maldita subvención. Paco se le ha muerto a los directivos a los que instruyó o aconsejó. En la insistencia de preocuparse por los demás se fue abandonando. Sólo él conocía exactamente sus heridas. Siento que, en cierto modo, lo mató el amor que regaló a espuertas, cicatero solo consigo.

Paco se le ha muerto a los que ignoran que ha muerto e incluso a los que ignoraban que existiese. Paco y Gómez Carballo asumieron el reto de resucitar el Celta de baloncesto. Y Paco, tras aquel asfalto húmedo de Sanabria que se llevó a Carballo y Camilo, siguió adelante con la tarea. Que no era el club, sino la herencia que nos conecta a todos como vigueses. Que siendo extraños, nos convierte en familia. Aquel Central a reventar con el Celta Citroën en los setenta, el Berbés sin costuras en los noventa, Navia todavía rumor; los títulos y también las derrotas masticadas con rabia; las estrellas que aquí surgieron o se fueron apagando; el orgullo del que las contempló y del que supo de ellas de oídas. Es mi tío Mario, que admiraba el tiro en suspensión de Marisol Paino, cada tío Mario, abuelo o padre. Esos hilos invisibles nos conectan. Están ahí, entre todos nosotros, tejiéndonos. Nos pertenecen y nos conforman.

Esta ciudad nació de héroes como Paco y Pablo. De ese puro ejercicio de voluntad individual, tantas veces contra la desidia del vecino, la desunión del barrio, el cainismo de la ciudad, la enemistad de las administraciones. Estos gigantes se nos van yendo y no podemos esperar que nadie los reemplace. No sería justo. Es hora de que se asuma un liderazgo colectivo -el empresariado, el Concello, el Celta de fútbol como principales fuerzas-. El único homenaje que Paco desearía es la persistencia de este legado. Si se pierde, no solo moriremos como personas. Por el desagüe se irán los que fueron y los que serán, lo que fuimos, somos y seremos. También moriremos como Vigo.