El Celta se estrelló ayer contra un acertijo. El que planteó Marcelino en Balaídos y cuya solución fue imposible de encontrar tras hora y media de generoso esfuerzo. El equipo vigués sumó un valioso punto ante un rival mayúsculo en un partido que dominó de forma abrumadora pero en el que se enredó con el magnífico planteamiento defensivo de un Villarreal que apenas concedió oportunidades y que desde el comienzo dejó clara la importancia que le daba a arrancar un punto en Balaídos. Indirectamente ese también constituye un gran triunfo para el Celta y para Berizzo. Que el cuarto clasificado, un equipo extraordinario en muchos aspectos y del que se festeja su atrevimiento, acuda a Vigo cargado de precauciones y convencido de que el empate es un tesoro dice mucho de la jerarquía alcanzada por el Celta, del temor que inspira en buena parte de sus rivales, de ese prestigio que le ha convertido en uno de los equipos más atractivos de la Liga española.

La clase de partido que se iba a ver se intuyó desde que los dos entrenadores ofrecieron las alineaciones en la caseta. Mientras el Villarreal se llenó de cautela, el Celta lo hizo de atrevimiento. Se vio la versión más desbocada de Berizzo que reunió por delante de Orellana a Nolito (titular por primera vez tras su lesión), Aspas y Guidetti con Wass y Marcelo Díaz en la sala de máquinas. Toque y juego por encima de todo. Asumía Berizzo los riesgos que conlleva alinear un equipo así ante un rival que tiene jugadores como Denis, Trigueros, Bakambú o Baptistao, el tipo de atacantes que no perdonan cuando se les regala un metro de más. Pero el Celta disfruta en esa situación, viviendo en el alambre, sabiendo que sus errores siempre conllevan una grave penalización. Es un peaje conocido y que están dispuestos a pagar.

Conscientes del riesgo que corrían el Celta se lanzó en busca de un Villarreal que no tardó en atrincherarse en su campo con absoluto descaro. Marcelino dejó para otros días su efectiva presión alta o el achique que suele ejercer. Su consigna era clara: resistir al Celta y castigarle cuando los de Berizzo cometiesen uno de sus tradicionales despistes para acuchillarles por la espalda. Pudieron hacerlo en un par de salidas con Bakambú que obligaron a Sergio Alvarez a emplearse de forma eficiente. Ante ese panorama los vigueses descartaron cualquier otro plan que no fuese avasallar al Villarreal a través de la posesión hasta encontrar las grietas de su armadura. Marcelo Díaz fue un filón en ese sentido. Preciso como un reloj suizo con la pelota, el chileno dirigió las operaciones bien secundado por Wass. Solo falló un pase en el primer tiempo. Dominó el escenario con maestría y habilitó a una línea de ataque a la que le faltó inspiración en unos casos (Aspas, Guidetti y Orellana) y piernas en otro (Nolito). El delantero andaluz dio un paso más en su evolución y parece evidente que pronto estará al nivel anterior a la lesión. Ayer ya emitió señales positivas y es cuestión de días que su incidencia en el juego sea absoluta. Ayer lo intentó, pero como sus compañeros, se estrelló contra el sistema defensivo, ordenado y seguro, que organizó Marcelino. Porque el Celta atacó mucho, pero disparó poco. Su presencia en el área se hizo continua, pero a los de Berizzo les faltó un punto de inspiración en el pase o a la hora de armar un disparo. No es casual que sus principales opciones hubiesen estado en las jugadas a balón parado o en los disparos lejanos de Wass.

En el segundo tiempo redobló su apuesta el Villarreal. Sergio desapareció por completo del foco, lo que dio una idea de la clase de partido que se jugó. Marcelino acumuló aún más futbolistas en la frontal de su área y regaló de forma descarada las bandas convencido de que el peligro del Celta estaba en las incorporaciones de la segunda línea y que Nolito y Aspas tienen tendencia a abandonar los costados para venirse a asociar en el medio con Orellana. Y entonces se organizó un atasco de mucho cuidado porque todo el mundo quería ir por el mismo sitio. Príncipe en plena Navidad parecía el área del Villarreal. No había un metro libre. El Celta llegaba con insistencia, pero una vez allí no había una rendija por la que colarse. Los disparos siempre encontraban una pierna inoportuna y cuando se quitaban un jugador de encima siempre acudían a tiempo las coberturas y ayudas. Un trabajo impecable del Villarreal. Por eso insistió el Celta desde la distancia. Wass y Díaz probaron suerte y fueron los únicos que provocaron un sobresalto en la grada.

El tiempo se le consumía al Celta que arrinconaba más a un Villarreal que, al contrario que en el primer tiempo, fue incapaz de salir a la contra. Mérito también del Celta, de su defensa que jugó con un nivel de concentración máximo. No fallaron un cruce ni un corte. Siempre a punto. Brillaron los laterales, pero sobre todo Cabral que volvió a demostrar su aplomo para anular las escasas opciones en las que el conjunto de Marcelino se atrevió a aventurarse en el campo del Celta. El principal peligro de la noche estaba desactivado.

Berizzo se jugó una de sus últimas opciones con Bongonda que entró por Guidetti, incapaz de construir nada en el bosque de piernas que era el área rival. El belga se situó en la banda derecha donde volvió a dejar muestras de su atrevimiento y velocidad. Pero no fue suficiente. El Celta se cansó de intentarlo y sobre todo de estrellarse contra una defensa que parecía una roca de granito. Fiel a su filosofía el partido terminó con el Celta instalado en el área del rival. El Villarreal, cuarto clasificado y un equipazo de principio a fin, celebró el empate en Balaídos. Era el objetivo al que aspiraban. De alguna manera, ese es también un premio añadido para el Celta.