Fiesta en As Travesas. El Octavio se siente como el enfermo desahuciado que celebra cada madrugada. Hace tiempo que el cuadro académico cruzó la frontera de lo posible. Sus rivales lo dan por amortizado. Es el muerto de la categoría. Pero un muerto mal enterrado, de esos que se resisten a aceptar el certificado de defunción.

Es la vida lo que le ha pesado a los vigueses, sus ansiedades y dolores. Saberse condenados los ha liberado. El Octavio se recordó a sí mismo, ese equipo que fue el año pasado, durante cincuenta minutos: alegre, despreocupado, alocando el ritmo, arriesgándose en el balance de aciertos y errores. Llegó a dominar por 21-15. Recuperó entonces la esperanza y en consecuencia, la angustia que lleva aparejada. Su juego se volvió otra vez gris, responsable. La Roca, también mal enterrado a su modo, escaló hasta el 24-24. Ahí, en la sucesión de empates, surgió Silva. Héroe inesperado porque venía de una semana encamado y malos minutos. El vigués concentró su fiebre en el brazo. Los últimos cuatro goles locales, los únicos que anotó, fueron suyos.

Al Octavio se le notó enseguida vivaz. Galopó con fiereza, jugándosela con Figueirido en la primera oleada y con Gayoso desde nueve metros en la segunda. Borja Méndez dirigía con tino al equipo. El central es de esos talentos que corren el peligro de perderse por el desagüe del descenso. Pocos a su edad retuercen tan bien el torso y aciertan a elegir ya en el aire. La Roca, que aceptó y promovió el intercambio de golpes a pecho descubierto, solo dominó hasta el 2-4. El resto de la primera mitad estuvo bajo control del equipo encarnado, capaz esta vez de llevar su circulación hasta los extremos. Quintas o Corcera en el pivote eran los únicos ignorados. Es una desconexión que Jabato no ha podido solucionar.

El Octavio siguió cabalgando tras el descanso, e incluso podía pronosticarse un final holgado, hasta que el entrenador visitante, Guillen Estape, le encontró el freno a los rojillos. Estape apostó por una mixta sobre Méndez. Jabato leyó enseguida los espacios que esa maniobra catalana generaba en la media distancia. Impulsó a Silva y Figueirido a jugársela en el uno contra uno. Ninguno de los dos estuvo acertado. Tampoco Cerillo. La Roca se anotó dos parciales, de 0-3 y 0-4, para alcanzar ese 24-24 a falta de seis minutos que parecía abrirle las costuras del miedo al equipo local.

De ahí al final, sucesión de empates, en general con el Octavio llevando la iniciativa pero con La Roca atacando para ponerse por delante en una ocasión. Jorge García Lloria, que se sobrepuso a sus molestias musculares, no estuvo frecuente en el asombro como otros días pero apareció cuando se le necesitó, puntual a la cita. Los locales incrementaron la actividad defensiva en esas últimas acciones y el portero, bien coordinado, tapó la única salida que el laberinto encarnado le había dejado a los visitantes.

Pero es Silva el nombre que encabeza el reparto actoral. El lateral no jugó en Nava por culpa de la fiebre y el proceso gripal aún se le había prolongado durante la semana. Hasta ayer era duda. Estuvo ausente en la presentación y leve en la trama, fallando lo poco que intentaba, topándose con un poste e incluso con dos. A Jabato no le importó. Insistió en él. Cuatro latigazos suyos, el último a falta de tres segundos, enviaron un claro mensaje a Honor Plata: el Octavio peleará hasta el postrer latido.