Necesitada de credibilidad, la FIFA afronta hoy una reestructuración con la que pretende alejar el estigma de la corrupción, que desembocará en la elección de un nuevo presidente, el noveno de su historia, y pondrá fin a casi dos décadas de "reinado" de Joseph Blatter.

En los últimos nueve meses no ha habido información relativa a la Federación Internacional que no portase el "latiguillo" FIFA-Corrupción, o FIFAgate. Con todo eso trata de acabar un Congreso dispuesto a refundar una institución que nació en 1904, con tan sólo siete miembros, y que ha sobrepasado tres lustros del siglo XXI con más miembros que la ONU (209).

Ese propósito de enmienda no disipa los temores a nuevas redadas como las de mayo pasado, puesto que la policía suiza tendrá por primera vez reunidos en su país a los dirigentes de las 209 federaciones; una ocasión única.

En cualquier caso, los cambios sobre los que trabajó la comisión de reformas afectan a la estructura de la FIFA, que dejará de tener un comité ejecutivo para delegar en un consejo formado por 36 personas, más el presidente, la estrategia a seguir. Tanto el presidente como los miembros del consejo podrán estar un máximo de 12 años (3 mandatos), deberán pasar un examen de idoneidad para evitar conflictos de intereses y se publicarán de forma anual sus retribuciones. Con la nueva estructura, el presidente no es ejecutivo ni cuenta con voto de calidad y el consejo tampoco tiene una influencia directa sobre las operaciones comerciales, que dependerán de una comisión independiente.

Por primera vez en su historia, cinco candidatos optan a la presidencia de la FIFA: Salman bin Ebrahim Al Khalifa (presidente de la Confederación Asiática), Gianni Infantino (secretario general de la UEFA) el príncipe jordano Alí bin Al Hussein, el francés Jerome Champagne y el sudafricano Tokyo Sexwale. Los cinco obtuvieron su condición de candidatos tras superar el test de integridad que descartó al liberiano Musa Hassan Bility y al presidente de la UEFA, Michel Platini.

El trono que deja libre tras 17 años Blatter ha abierto unas expectativas de cambio que ha atraído a miembros de la realeza árabe (Al Khalifa y Al Hussein), un exsecretario adjunto de la FIFA (Champagne), al delfín de Platini en la UEFA (Infantino) y a un millonario empresario sudafricano con un relevante pasado en la lucha contra la segregación racial (Sexwale).

Al Khalifa llega a las horas finales como el principal favorito, pero el sistema electoral posibilita las sorpresas. Por segunda vez en nueve meses, los 209 miembros de la FIFA están llamados a urnas en una elección en la que cada federación tiene un voto y éste es secreto.

Hasta ahora Europa y Sudamérica habían copado la dirigencia (siete europeos y el brasileño Joao Havelange), pero ahora la situación es más compleja. UEFA y Conmebol no cuentan más que con 63 votos (53+10) del total de 209, por lo que el candidato favorito de ambos, Gianni Infantino, está obligado a recabar más apoyos.

Al ser un sufragio secreto está expuesto al "factor humano", a cambios de opinión de última hora. Pese a que cada confederación ha "recomendado" con más o menos énfasis el voto en bloque para un candidato, no existe seguridad al respecto. Al Hussein pidió infructuosamente al TAS la suspensión de las elecciones porque la FIFA no ha admitido que las cabinas electorales sean transparentes. Teme el jordano que las confederaciones hayan pedido una prueba de fidelidad a sus miembros y estos tomen una imagen de su papeleta antes de votar, lo que ha obligado a la FIFA a imponer que los presidentes dejen sus móviles fuera de las cabinas.

En principio, Al Khalifa cuenta con los 46 votos de Asia y, se supone, que todo África (54), puesto que la Confederación Africana pidió el voto en bloque para él. Sus 100 votos en total, le dejarían a sólo cinco de la elección, que podría obtener de Oceanía (11 votos). Pero no está tan clara la disciplina de voto en África, porque Infantino se ha volcado con ese continente y asegura tener comprometidos la mitad de los apoyos.