Por obra y gracia de una ocurrrencia al celtismo le han salido legiones de voluntarios a psicoanalizarle. Compruébenlo. Asómense a cualquier tertulia futbolística de la televisión o la radio, de esas que ahora ocupan las horas que antes iban destinadas a contar historias o a escuchar la voz de los protagonistas. Allí encontrarán como mínimo tres o cuatro afamados especialistas que a esta hora saben perfectamente qué piensa y cómo se siente el aficionado del Celta a raíz del lanzamiento de penalti de Messi. Gente preparada que desde un butacón en Madrid o Barcelona y con la ayuda del WhatsApp han sido capaces de resolver si la parroquia céltica tiene derecho o no a sentirse ultrajada por lo sucedido en el cuarto gol del Barcelona en el Camp Nou.

En este permanente duelo entre el barcelonismo y el madridismo más recalcitrantes y que ha sido alimentado con fines puramente económicos por sus satélites mediáticos, el arma elegida para batirse esta semana ha sido el "sentimiento de los aficionados del Celta". Les importa un carallo, pero lo disimulan para prolongar este estúpido, cansino y radical enfrentamiento que viven desde hace años y al que han empujado a buena parte de los aficionados de ambos bandos que han convertido en referentes y creadores de opinión a quienes en otro tiempo no hubiesen pasado de la puerta de ciertos periódicos. Unos dibujan un celtismo agraviado y doliente clamando para que se restaure su honor mancillado y otros lo pintan feliz y agradecido por haber podido interpretar un papel secundario en tan grandiosa representación. Vuelta a los extremos, el lugar en el que más cómodos se sienten los mediocres. Una pura instrumentalización del Celta, convertido esta vez en la merluza con la que se sacudían a diario el herrero y el pescadero de Astérix. Es una pena que en medio de tantas horas malgastadas de debate apenas hayan tenido tiempo para rendir honor a un equipo modesto que sin medio equipo titular se tiró como una alimaña al cuello del Barcelona en el Camp Nou y que en su situación renunció a traicionar una manera de entender el fútbol y el deporte. Un ejercicio de valentía pocas veces vista en ese escenario. Pero eso obligaría a hablar de fútbol y aparcar esa guerra cainita que los teleñecos escenifican como nadie y que tan buen rendimiento les da. Si la escena hubiese tenido como protagonistas a los jugadores del Real Madrid los argumentos seguirían siendo los mismos, pero tomarían el puente aéreo y cambiarían de dueño al instante. Pura magia.

Sobre la jugada de marras diré que el derecho a la indignación es personal e intransferible. Cada uno lo sentirá de una manera. Estos días me he cruzado con sentimientos y puntos de vista de todo tipo. El mío tiene más que ver con la decepción de quienes siendo unos elegidos cada día se alejan más de determinados valores como la elegancia. Messi y Neymar (aunque luego Suárez le comiese la tostada) decidieron ejecutar una broma a costa del Celta aunque ahora sus incondicionales quieran disfrazarlo de grandioso recurso técnico. Es evidente que no lo hicieron con la idea de molestar (no lo calificaría nunca como insulto o falta de respeto) sino porque viven en su universo particular, en esa juerga permanente que conlleva recordarnos que son los mejores del planeta incluso a la hora de innovar, de hacer gracietas sin darse cuenta de que siempre que uno recurre a una broma hay alguien que la sufre, que siente y padece, un compañero de profesión decepcionado y dolido al que le escuecen ciertos detalles aunque primero en el campo y luego en la zona mixta demuestren su educación y oculten un pesar que sí existe. Les falta ese punto de piedad con el rival que les haría aún más grandes y que no tiene que ver con meter seis o diez en un partido o con dibujar goles imposibles que yo como aficionado les reclamo, sino con ahorrarse determinados gestos perfectamente prescindibles.

Y es entonces cuando se pervierte el lenguaje y le llaman genialidad a una simple burla (aún por encima ejecutada de manera ilegal) y se acusa a quienes torcemos el gesto de no saber apreciar lo exquisito, de ser una amenaza en El Prado ante el riesgo de que le peguemos fuego a Las Meninas. Obra de un genio, mis queridos propagandistas a quienes se os desata el Twitter para honrar al entrenador modesto que pide a sus niños que no se ensañen con el rival pero festejáis estos alardes, es el lanzamiento de falta en el primer gol, el pase a Suárez en el segundo, la asistencia a Neymar en el tercero o el inexplicable regate a Jonny en el penalti de marras. Esas jugadas llevan la firma del mayor talento que veremos en un campo de fútbol. Lo otro es una gansada festejada como groupies recién salidos de un concierto de Justin Bieber por quienes son incapaces de entender que no es elegante bailar sobre la tumba del vencido, de un equipo que además te ha dado una mala tarde y ha contribuido con decencia y profesionalidad a que tus aficionados, acostumbrados a ver siempre el mismo monólogo, asistiesen a hora y media de fútbol descarnado.