Bendito Celta, grande en la derrota, emotivo en el esfuerzo y siempre fiel a sus sueños. El equipo vigués dijo adiós a la Copa del Rey a las puertas de la final, pero lo hizo a su manera, mostrando al mundo una vez más la nobleza con la que vive y siente este deporte. Ayer hizo soñar a su entregada parroquia con un imposible en uno de los partidos más conmovedores y excitantes que se recuerdan y que ocupará la memoria de los aficionados durante mucho tiempo. Bajo un aguacero torrencial, con el campo convertido en una piscina, el Celta tuvo contra las cuerdas al tremendo Sevilla tras un despliegue físico, mental y futbolístico que honra a la plantilla y al hombre que ha dotado al grupo de semejante personalidad. Pero cuando necesitaba un guiño del destino, cuando con 2-0 en el marcador Emery no sabía cómo sujetar aquella jauría que se venía sobre ellos, los viejos detalles condenaron al Celta. El error con el que regala un gol al Sevilla, la escandalosa no expulsión de Sergio Rico en el penalti a Guidetti, el fallo en el lanzamiento del sueco, las ocasiones falladas en esos instantes mágicos del electrizante segundo tiempo...esos matices que siempre parecen caer del lado contrario cuando el Celta asoma el hocico en la puerta de las finales. Pero aún así, ajeno al marcador y a la lógica, el equipo murió con la grandeza de los elegidos, arrinconando al Sevilla y entregando en el campo hasta el último aliento para llenar el estadio de orgullo sincero, el de unos aficionados que despidieron a los futbolistas como héroes convencidos de que hay muchas otras formas de ganar al margen de resultados y títulos.

El Celta se marcha del torneo condenado por el ataque de locura y de inexperiencia que en el Sánchez Pizjuán les hizo encajar un marcador exagerado. Su torneo hubiera sido impecable de no existir ese pequeño lapso de tiempo en el que no entendieron el momento en el que se encontraban. Perdieron el paso, Gameiro les castigó y con el 4-0 dejaron la eliminatoria en manos de un imposible, de una remontada más propia de la ciencia ficción. Pero el Celta creía. Y con él, su gente. Lo que parecía un ataque de optimismo exagerado o un simple postureo para justificar la disputa del partido, los de Berizzo lo convirtieron en realidad en una noche repleta de emociones y de épica.

No imaginaba Emery tras la primera media hora que la noche se le iba a hacer tan larga. Porque el Sevilla dio muestra de su solvencia en su entrada en el partido. Los andaluces sujetaron de salida al Celta gracias al oficio de sus mediocampistas (Banega y Krohn-Dehli extraordinarios) que aprovecharon los problemas vigueses para sacar la pelota desde atrás. A los de Berizzo les costó adaptarse al traje que el técnico había diseñado para la ocasión. Consciente de que el partido tenía algo de "suicidio controlado", jugó con tres defensas (Planas, Hugo y Sergi) y convirtió al supuesto lateral (Wass) en un interior. Por delante todo lo que tenía: Díaz, Orellana, Tucu, Aspas, Bongonda y Guidetti. Sin disimulos. Necesitaba goles y la idea era llenar el área del Sevilla de futbolistas, de gente que encontrase espacios y remates. Pero le costó al Celta adaptarse a esa situación. Se le vio sobrado de ánimo, pero falto de orden hasta que entró en acción Orellana. Principal preocupación de los andaluces, el chileno consiguió librarse de la vigilancia de sus marcadores pasada la primera media hora. Suficiente para dibujar un pase imposible a Aspas para que el moañés marcase el primero de los goles de la noche. Arreciaban la lluvia y los gritos de los aficionados. El gol liberó al Celta que necesitaba un gesto para creer en la locura que estaba intentando. Se advirtió en el arranque de la segunda parte. La lluvia se había convertido en diluvio y aquello descompuso un tanto al Sevilla que se desordenó ante el empuje del Celta. El partido pedía energía y los de Berizzo la entregaron en grandes dosis. Y todo ello sin perder el fútbol, el gusto por el toque y el desequilibrio pese a que el partido pedía otras cosas. El Sevilla se aculó en su área y el Celta comenzó a coleccionar ocasiones. Falló Guidetti un cabezazo y sobre todo Aspas que a puerta vacía tras una mala salida de Rico cabeceó fuera. Eran los mejores momentos de un Celta desatado, que parecían levitar sobre el agua ante un rival desarmado, superado por el momento. Bongonda y Wass apuraban la línea de fondo, Pablo Hernández ganaba todas las divididas y Díaz ponía la calma y la precisión justa. El chileno hizo una maniobra fabulosa para habilitar a Wass en la banda derecha. El centro del danés fue desviado por Rico y Aspas apareció para anotar el segundo gol a bocajarro. El milagro ya era algo tangible, algo que se podía oler en un Balaídos enardecido, enfurecido. El Sevilla por primera vez sintió que la eliminatoria se le podía ir de las manos, que el 4-0 podía ser inservible. Pero en ese instante decisivo, el destino castigó al Celta. Un saque de banda en campo propio de Planas comprometió a Díaz de forma incomprensible. Banega recuperó la pelota y corrió hacia la frontal del área sin oposición. El disparo hizo inútil la estirada de Rubén.

Pero aún así el Celta se negó a izar la bandera blanca, rendirse no entra en su vocabulario. Insistieron en un ataque generoso y en la siguiente jugada Rico derribó a Guidetti en un mano a mano. Munuera convirtió la roja en una simple amarilla y el delantero sueco para más crueldad envió el lanzamiento al palo. Demasiado infortunio en el momento cumbre. Ajeno a la desgracia el Celta se dejó la vida, en un campo impracticable se lanzó como un animal herido a por el Sevilla y tuvo ocasiones para lograr un marcador más abultado y que hubiese hecho más justicia a lo visto en Balaídos. Empataron los de Emery en el tramo final, pero a nadie le importaba ya. Solo existía la gratitud del celtismo hacia su equipo. Gloria en la derrota.