Pocas veces se dará una semifinal tan desequilibrada como este Barça-Valencia. Los 90 minutos de la ida confirmaron lo que se suponía: que el bombo ha emparejado al mejor equipo del momento contra uno de los peores. Sólo la comodidad del trayecto (con rivales como el Barakaldo, Granada y Las Palmas) explica la presencia del equipo valencianista en la penúltima ronda copera. Ayer se juntaron las miserias valencianistas con la aplicación del Barça para dejar cerrada una plaza de finalista. Mestalla, tantas veces un infierno para los visitantes, puede ser una tortura para Neville y sus chicos dentro de una semana.
Un vistazo a la alineación de Gary Neville dejaba claro el objetivo del Valencia: sobrevivir, minimizar daños. La autoestima "ché" está tan baja que un equipo que protagonizó grandes partidos en el Camp Nou sale ahora derrotado de antemano. El técnico inglés dejó solo arriba a Rodrigo y eligió a dos laterales, Cancelo y el recién incorporado Siqueira, a forrar el centro del campo. Por primera vez en los últimos partidos, la afición barcelonista no se encontró con un rival que llevaba la presión hasta el mismo área de Ter Stegen.
El Valencia no dio una a derechas. Defendió por acumulación, pero sin orden ni concierto, y el balón fue un bulto sospechoso que siempre acababa en las botas azulgranas. Ni siquiera Parejo y André Gomes fueron capaces de poner un poco de criterio. Una pérdida del portugués supuso la primera estocada, con una contra lanzada por Neymar y culminada por Suárez con su conocida contundencia. Fue solo el aperitivo a una primera parte espectacular de los azulgranas y a una segunda ya a medio gas pero igualmente efectiva, con un Valencia mermado desde el minuto 45 por la expulsión de Mustafi. Injusta, como injusto fue el penalti fallado por Neymar, pero el Valencia ni siquiera puede aferrarse a ese error arbitral como excusa.
