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Historias irrepetibles

El ghanés al que gustaba colgarse del larguero

Arthur Warthon, portero casi por casualidad, se convirtió a finales del siglo XIX en el primer negro que cobró por jugar al fútbol

Arthur Warthon, con un trofeo ganado en el atletismo.

El pequeño Arthur Warthon llegó al mundo en Ghana en medio de una fiesta colectiva. Solo días antes de su nacimiento a finales de 1865 el secretario de Estado norteamericano, Henry Seward, había firmado la Decimotercera Enmienda de la Constitución que abolía definitivamente la esclavitud y prohibía la servidumbre involuntaria en todo el territorio. La noticia se recibió con enorme jolgorio en el país africano -entonces una colonia inglesa a la que se conocía como la Gold Coast- ya que buena parte de los esclavos que llegaban a Estados Unidos procedían de esa zona. Para los traficantes de seres humanos aquella tierra era uno de sus principales recursos y casi toda la población ghanesa había visto a familiares suyos embarcarse camino de Norteamérica. De ahí que la definitiva abolición se recibiese con una extraordinaria noticia.

Arthur Warthon, hijo de un granadino y de una princesa de tribu ghanesa, se subió a un barco cuando tenía diecisiete años aunque su destino era bien diferente al de muchos de sus antepasados. Pertenecía a una familia que podría calificarse de acomodada teniendo en cuenta la realidad africana de finales del siglo XIX y sus padres habían tomado la decisión de que se formase como pastor metodista en Londres. Ese era el plan inicial, el que habían trazado en sus cabezas. Pero para un joven llegado de África que está a punto de alcanzar la mayoría de edad Inglaterra le abrió los ojos a un mundo nuevo, lleno de posibilidades y distracciones. El principal descubrimiento que realizó en los dos primeros años en su nuevo hogar fue el deporte. El país vivía la explosión que a nivel popular tuvieron a finales del siglo XIX el fútbol, el rugby o el atletismo y el joven Warthon se sintió hechizado por aquel ambiente. No tardó en aparcar los estudios para centrar su atención en el deporte. Era un chico espigado, fibroso y rápido, lo que hacía crecer sus posibilidades a la hora de encontrar una disciplina donde pudiese brillar. Sus primeros pasos los dio en el atletismo donde destacó por su velocidad y llegó tener el récord nacional amateur de las cien yardas. También jugó aunque de una forma más modesta al cricket, aunque a Warthon lo que realmente le seducía era el fútbol. Siempre que podía se colaba para ver algún partido de aquellas competiciones incipientes de un deporte que aún no había resuelto la discusión entre el profesionalismo y el amateurismo. Los equipos del norte del país ya habían comenzado a cobrar entrada y los futbolistas reclamaban su parte del pastel. El Preston North End, el equipo más célebre del momento, fue expulsado de la competición e inhabilitado durante un año porque se descubrió que estaba pagando a sus futbolistas. Un grupo de equipos amenazó incluso con crear un campeonato paralelo entre clubes profesionales, desvinculado de la Federación Inglesa. El cisma era considerable aunque a Warthon era un asunto que aún no le preocupaba en exceso. Su intención era meter la cabeza en ese deporte y luego ya entraría en otras consideraciones. En 1885 se presentó a unas pruebas como portero en el Darlington donde sorprendentemente le hicieron un contrato aficionado. Su agilidad compensaba sus evidentes deficiencias y aunque no jugó demasiado recibió el ofrecimiento del Preston North End -justo tras cumplir el año de sanción- para unirse a sus filas otra vez como aficionado. Allí disfrutó de su mayor logro deportivo, las semifinales de la FA Cup, y el hecho de pertenecer durante dos temporadas al equipo que llamaban "los invencibles". La gente se encariñó con él, no porque fuese un portero espectacular, sino por su estilo teatral. Le gustaba colgarse del larguero con frecuencia y cada vez que podía, en vez de atrapar el balón, prefería despejarlo de forma violenta con los puños, algo muy celebrado en el graderío.

En 1889 se produjo su fichaje por el Rothertham Town que le hizo un contrato profesional. Hacía algo más de un año que había llegado la paz al mundo del fútbol y se había puesto en marcha la Football League con lo que la amenaza de división desaparecía. Arthur Warthon se convirtió de ese modo en el primero negro de la historia que cobraba por jugar al fútbol. Aprovechó para casarse y para regentar una taverna con la que completar los ingresos que procedían del fútbol. Tampoco fue un hombre con suerte. No le fueron bien las cosas ni con la taverna ni con la posterior tienda de tabaco que abrió. A partir de 1994 los cambios de equipo fueron constantes, siempre bajando un poco más el nivel hasta que en 1902, ya con 37 años aparcó el deporte y trató de buscarse la vida como buenamente podía. Allí comprobó en primera persona que a las minorías raciales aún le quedaban muchas barreras que derribar. Trabajó en duras condicionas en las terribles minas de carbón de Edlington, viviendo en una triste habitación alquilado al borde de la pobreza extrema porque no tardó en perder el dinero que había ganado en sus temporadas como profesional. Cuando murió en 1930, con 65 años, su cuerpo fue enterrado en una fosa sin nombre, como un mendigo más al que nadie conoce y por el que nadie se preocupa. Hace poco más de quince años el movimiento que lucha contra el racismo en el fútbol recuperó su historia y se ocuparon de que se supiese a quién pertenecía aquella tumba medio oculta del cementerio de Edlington. En 2003 el fútbol inglés le incluyó en su Salón de la Fama. No por sus méritos deportivos, sino por el significado de su presencia en el origen del fútbol profesional.

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