El Central de As Travesas, que es el corazón del deporte vigués, escenario de sus glorias y cuna de sus esfuerzos, late cada vez más despacio. Ya el Celta se mudó de allí a Navia, más coqueto y moderno. Y el Octavio, que había regresado, se va desvaneciendo en la orilla de su quincuagésimo aniversario. Las derrotas consecutivas en casa ante Alcobendas y Covadonga asoman las lágrimas a los ojos de la chavalada encarnada. En el plan de salvación, el cambio de la primera a la segunda vuelta debía desatar la reacción. Y solo ha incrementado la asfixia.

El alma domina al cuerpo. El equipo jubiloso de la pasada campaña se derrumba ahora al primer contratiempo. El Octavio reconstruye su ánimo en apariencia durante la semana. Jabato recompone rutinas y sistemas. Ante el Covadonga el equipo sale con brío y domina. Con 6-3 en el marcador Figueirido comete una falta en ataque, ejecuta el pase tras el pitido y se gana los dos minutos. El adolescente, el más entonado, vuelve a ser excluido al regresar a pista. Hermida completa la cadena de inferioridades. Un simple disgusto para cualquier otro equipo. Una hecatombe para la frágil moral viguesa. El parcial de 1-6 determina el choque.

El Covadonga es de talla escasa. Intenta compensarlo en ataque con su agilidad en los cruces y en defensa con un 5.1 extremadamente abierto. Al principio los asturianos se disolvían como espuma contra el 6.0 vigués -5.1 con Méndez en el adelantado si no le daba tiempo a cambiar-. Atrás, Jorge Martínez contenía la ventaja del Octavio en términos razonables, deteniendo por ejemplo dos penaltis. El asturiano fue durante muchos años el mejor portero de la clase media de Asobal. Ahora, de vuelta al hogar, arropa a los chiquillos igual que Víctor Álvarez o Alexis Fernández, pivote pequeño de pelo cano, padre viejo o abuelo joven, pero aún elástico a ras de suelo.

El Octavio, aunque bajo la corteza, iba labrando su ruina en su incapacidad para combinar con su propio pivote. Quintas encajaba a sus pares bajo el sobaco, elevando la mano al cielo, pero ningún pase le llegaba. Y esa desconexión incrementaba la seguridad de los visitantes en sus salidas a presionar, interrumpiendo el juego rival, buscando la falta en ataque. Como esa de Figueirido que inició la debacle. Fue con Paul Mbanefo recién ingresado en la cancha. Con apenas unas horas de aclimatación, el polaco provocó un penalti, cometió pasos dos veces y estuvo desorientado en defensa. No existen los milagros.

Los académicos no bajaron los brazos tras el descanso (9-13). Pero el partido había cambiado de ritmo. Octavio y Covadonga intercambiaban ahora goles, destensándose en defensa. El tiempo se le fue deslizando al equipo encarnado entre las manos sin que nada alterase su trascurso. La ventaja gijonesa se estabilizó en tres-cuatro goles. Llegó a subir a seis. Los locales no consiguieron rebajarla a los dos, el territorio de la esperanza, hasta el minuto 56 (25-27). Ya demasiado exigidos, sin margen de error. Una última exclusión de Quintas finiquitó la remontada.

Solo los adversarios aplazan la defunción del Octavio, que tiene la zona de salvación a cinco puntos. Los académicos, que han ganado dos partidos de dieciséis, deberían ganar la mitad de los catorce que restan o poco menos. Quizás con el cubano Hechavarría, si es que llega... Ese minúsculo goteo de esperanza es el Central, en sus últimos latidos.