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escambullado no abisal

La fealdad

La fealdad

"Solo nos falta que algún jugador se quede embarazado", dice el presidente y murmurándolo, no vaya a ser. Colista, acuchillado por las lesiones, sin poder fichar por el recorte municipal y ahora víctima de una injusticia descomunal. La enemistad con Portela y Rodríguez viene de lejos. Los académicos se desquiciaron. Los árbitros lo alimentaron y se contagiaron. Jabato y Peque protestaron. Javier Rodríguez bajó a la cancha a mediar. Nada que justifique estas suspensiones en el país de Zupo, Valero o Cadenas, reyes del grito; nada que explique la clausura de As Travesas, quizás la cancha más amable.

El Octavio se muere. Ya boquea. Será por retirada, descenso o imposibilidad financiera. Javier Rodríguez ha cometido muchos pecados. Pero el peor ha sido empeñarse literalmente en mantener vivo ese club, que está al borde de cumplir cincuenta años. Una eternidad en este Vigo que tanto celebra lo efímero, despreciando su propia historia.

Los hay que desean esta desaparición. A otros les resulta indiferente. El Octavio es una cosa pequeñita, de esas que pasan desapercibidas. Como el Aleph, sin embargo, contiene tiempo y espacio. Es el Central abarrotado de los setenta, Chivi o Andrés jugando ante nuestros abuelos; es el brazo mágico de Lvov y las paradas de Muiños, que mi hermano quería imitar ante mi padre; es la cuna de Cacheda, Pedro Rodríguez o Piñeiro; es el futuro de la plantilla adolescente de hoy. Son sueños, lágrimas, esfuerzos, algo que nos une sin saberlo. "Seremos lo que Vigo quiera", suele repetir Rodríguez. Me temo la respuesta. Si sucede, esta ciudad hermosa en la que vivimos será un poco más fea.

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